Al igual que los antiguos conquistadores vikingos, los miembros de la colectividad danesa que llegaron a la Argentina en 1889 fueron expandiéndose por la provincia de Buenos Aires hasta llegar a cubrir una amplia zona que se extiende desde Tandil hasta Necochea y Tres Arroyos. Es en la localidad de La Dulce donde realizan todavía la principal de sus celebraciones anuales. A diferencia de Ragnar Lodbrok, aquel rey guerrero que quería formar colonias productivas en tierra firmes, pero no lo logró, estos daneses argentinos han hecho de la agricultura su principal fuente de sustento.

Familia Andersen

Uno de los primeros matrimonios en pisar territorio nacional a fines del siglo XIX llevaba el apellido Andersen. Parte de esa historia la lleva sobre sus hombros Diego Andersen, un productor agrícola de esa colectividad, que actualmente trabaja el campo familiar mixto en la zona de Necochea. “El Curro”, nombre que adquirió ese campo a partir de una planta de la región, fue adquirido por su abuelo en la década de 1950, cuando las leyes del peronismo permitieron a muchos arrendatarios convertirse en propietarios.

“Mi abuelo se afincó en este campo de 240 hectáreas. La mayoría de los campos de acá son de esa fracción. Si alguno tiene uno de 500 hectáreas es porque se las compró a un vecino. Si alguno tiene uno de 80, es porque seguro lo dividió con los hermanos. Así se dividió siempre aquí”, contó Diego Andersen.

Cuando su abuelo decidió retirarse de la actividad, comenzó a alquilarle estas tierras al padre de Diego, quién luego hizo lo mismo con su hijo. Entre los daneses se ayudan, pero las cosas no se regalan. Hay que trabajar por ellas.

“Papá le pagaba a mi abuelo cinco fanegas de trigo en aquel momento, y ese valor manejaban por hectárea. Cuando yo arranqué a trabajar acá con mi papá, cobraba un sueldo mensual y luego empezamos a trabajar en porcentaje. Él ponía los materiales, yo la mano de obra, yo cobraba un porcentaje de lo que se cosechaba y con eso me fui haciendo un fondo para sembrar. Es parte del compromiso y del esfuerzo que hay que hacer. Ellos también tienen que seguir viviendo de la producción”, afirmó el productor sobre sus padres.

Algo llamativo de esta organización familiar es que el alquiler del campo no lo definen en quintales de soja como en la mayoría de las producciones, sino por un sistema diseñado por ellos mismos donde no hay un solo cultivo de referencia sino varios, de modo de ser justos en las pérdidas y las ganancias.

“Eso es porque tenés años donde la soja se dispara y nosotros no somos sojeros, esta no es una zona sojera. Por ahí es injusto que uno tenga que pagar por un producto que en uno no tiene como plantación principal. Lo mismo ocurre si hay un año con una menor plantación”, explicó Andersen. Su padre fue quien ideó ese mix exacto con las rotaciones de cultivos que se hacen en el lugar.

-¿Qué producciones se realizan en Necochea, en estos campos de pequeñas dimensiones?- Le preguntamos.

-Es una tierra mixta, tenemos partes altas y bajos con buena reserva de agua. Rotamos entre cebada, trigo, girasol y soja. Esa última entró recién en 2010 acá.

-Quince años después que en el resto de los campos.

-Sí, el viejo le renegaba a la soja. Nosotros tenemos una máquina que no tenía plataforma flexible y no se incursionó por una cuestión de rentabilidad. Hubo un momento que para las pequeñas explotaciones no podías elegir mucho qué hacer. Tenía que irse siempre a la rentabilidad. La cebada también inició junto con la soja por la opción de hacer el cultivo de segunda. También tuvimos algo de hacienda.

-Ahora es eminentemente agrícola. ¿La hacienda ya fue?

-Sí. Al final de 1980 papá vendió todas las vacas que tenía de producción propia y durante los años 90, hasta el año 95, hizo algo de engorde, compraba animales flacos y hacía la invernada acá. Papá, aparte de su inicio de forma independiente, lo hizo como contratista. Él hacía fardos. Hoy hacemos algunos todavía pero más por hobby, porque le gusta de vez en cuando sacar la enfardadora y hacerla trabajar un poco.

-¿Alcanzan para que viva una familia o dos una superficie de 240 hectáreas agrícolas?

-La verdad es que hacemos todos los trabajos nosotros. No se contrata nada, es un esfuerzo familiar. Papá sigue ayudando con muchos de los trabajos agrícolas. Si hace falta mi señora ayuda, anda con el tractor mono tolva, y mi hijo llena los silobolsa. Es la única manera. En campos un poco pijoteros es así, aunque no hay que ser muy conservador. Tampoco cebarse demasiado.

–Debe ser mucho más tranquilo tener a tu familia detrás y enfrentar juntos los problemas.

-Por supuesto. El nivel de compromiso es otro, el nivel de responsabilidad. No tenemos que pensar en sueldos ni nada por el estilo. Es más, yo sé que cuando no se puede pagar el alquiler un mes, no se paga. Eso es así. Papá conoce mejor que yo la realidad de un campo así, a base de esfuerzo, y cuando no se puede, no se puede.

-Vos dijiste que preferís la labranza convencional. Eso va en contra de los manuales actuales de la buena agricultura. Pero hay que decir todo: La siembra directa también es muy dependiente de insumos externos. ¿Cómo es esa mixtura?

-Nosotros hacemos algo intermedio. No es ni 100% labranza tradicional, ni tampoco 100% siembra directa. Nosotros hacemos los trabajos de invierno, los barbechos tradicionales, para incorporar materia orgánica, y después en primavera tratamos de tener menos gastos de químicos. En primavera y verano sí tratamos de hacer todo más tirando a la siembra directa. Tenemos el tipo de dureza para directa, para hacer girasol y soja, pero la fina habitualmente la hacemos en convencional

-¿Les sirve para controlar las malezas resistentes, que son un dolor de cabeza para quienes hacen directa desde hace muchos años?

-Sí. Igual hacemos labranza vertical, nada de reja, para tratar de conservar el drenaje. El arado no lo usamos más, pero sí por ahí un cincel o una rastra disco. Básicamente con eso nos manejamos.

-¿Se ayudan entre daneses? ¿Siguen conservando los lazos que dieron origen a esto?

-Mantenemos lazo y nos ayudamos, pero también porque es una cuestión de conocidos. Somos productores que compartimos una realidad. Por ejemplo, las placas de la sembradora de girasol las compartimos, no tiene sentido comprarse una si la usas cinco días al año.

-¿La colectividad sigue funcionando? ¿Hay muchos vasos comunicantes entre ustedes?

-Sí, si. Yo estoy en la comisión de la Iglesia, estoy en la Comisión de las Romerías (la fiesta que mencionamos en La Dulce), participo también colaborando con la Fiesta de las Colectividades, que eso es algo que organiza el club danés. Es una fiesta muy importante en la zona, que genera un tráfico de turistas muy importante. Ahí nos agrupamos todos. También está la colectividad vasca que es muy importante en esta zona.

-¿Aspirás a seguir en esto mucho tiempo más y a involucrar a tu hijo?

-Yo tengo cuatro hijos y trato de decirles que ellos tienen que hacer lo que les guste. Mi papá trató de convencerme de que no me dedicara a la agricultura, durante un tiempo, para que probemos otras cosas. Con mi señora nos fuimos a vivir a España un tiempo para trabajar y crear experiencia. Tampoco es bueno que el hijo del productor, porque el padre sea productor, tenga que ser chacarero. Yo en lo personal tengo pensado seguir dedicándome a esto. Es mi intención seguir acá y tratar de seguir produciendo y trabajando hasta que pueda. Y si el día de mañana es mi hijo o es algún sobrino el que quiere seguir, mejor se queda dentro de la familia. Mejor conservar el lugar y la historia familiar.

Fuente: Bichos de Campo