El antropólogo e investigador del Conicet, oriundo de nuestra ciudad, Mariano Colombo, lleva adelante su trabajo de investigación sobre los pueblos originarios de la región de Tandilia. Durante esa primera etapa del trabajo, utilizó una metodología más arqueológica que antropológica, porque su interés estaba más en el pasado que en el presente. A la par de su proyecto, Colombo acompañaba el proceso con su interés por la educación, dando clases formalmente y, desde lo informal, llevando el conocimiento que iba logrando sobre los pueblos originarios a las escuelas o a distintos ámbitos.
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Fue así que encontró lugar para su segundo proyecto de investigación-acción, que sería buscar un vínculo entre aquellos sitios arqueológicos explorados y las escuelas rurales de la zona (escuelas que convivían con estos en el mismo ambiente natural, en el mismo paisaje) y poner en juego los conocimientos arqueológicos y antropológicos con los saberes de los estudiantes que asisten a dichos establecimientos. “Yo quise vincular esos conocimientos rigurosos y científicos con aquellos que asisten a las escuelas, que están muy cerca de los sitios arqueológicos. Ellos los ven a diario, es más, a veces no saben qué son. Pero sí conocen el lugar, los ritmos naturales que tienen esos lugares, sí saben lo que pasa alrededor, quizás lo que pasa con la luz del día, con la noche, cómo se comportan los animales y las plantas durante distintos meses del año, cosas muy similares al modo de vida de las personas del pasado. Me era mucho más fácil hacer dialogar y aprender sobre la vida del pasado desde el presente de esa manera”, comienza diciendo.
-Y en el caso de los de menos edad ¿ya tienen ese conocimiento, ya manejan algo de todo eso?
– Sí, y resulta asombroso notar la cantidad de datos y el conocimiento que ya manejan. Por ejemplo, muchas actividades pasan por el espacio físico. Entonces necesitamos de un mapeo, la posibilidad de hacer mapas y reconocer la zona, así como aquellos lugares donde ubicamos la escuela, los sitios arqueológicos, sus casas, las sierras, los arroyos. Un mapa es algo muy abstracto, es una representación de un paisaje visto desde arriba y no es nada fácil. Yo me he encontrado con chicos de tres años, que están recién alfabetizándose, que todavía no saben escribir bien, y que sin embargo representan muchas partes del paisaje de manera muy compleja. Reconocen todo y con detalles muy finos que uno pasa y quizás no los percibe. Por ejemplo, un pastizal, al que uno mira y le parecen todos iguales, pero ellos lo reconocen como particular en determinado momento y por algo. Todo esto lo saben porque acompañan a sus madres y padres y los escuchan en sus trabajos. Hay un vínculo muy fuerte en eso también.
-¿Responde al entorno, a los vínculos…?
-Todas las personas adquirimos conocimientos y nos sabemos manejar en el lugar donde vivimos. La persona que se cría en una ciudad grande sabe cuidarse de los peligros de la ciudad, así como un chico en un pueblo pequeño u otro en el ambiente rural. El entorno nos va llevando. En este caso, lo que a mí me interesa es que las personas que viven en este entorno rural tengan la posibilidad de contar sus experiencias y que esas experiencias sean sumadas al discurso científico que yo también voy produciendo. Porque, normalmente, cuando generamos una información se genera desde un lugar social muy puntual que tiene que ver con la clase media o, por lo menos, desde los que pudimos acceder a una educación terciaria. Normalmente somos adultos y de la zona urbana. Entonces, la visión de una persona, de un niño o niña que vive en un ambiente rural, a mí me parece que enriquece lo que después podemos decir desde un discurso más científico.
Distintas son las escuelas donde Mariano Colombo lleva su experiencia y su investigación. Son escuelas muy alejadas y otras no tanto. Algunas están cercanas a pequeños pueblos y otras que son plenamente rurales. Todas son diferentes entre ellas, sobre todo por las distancias. En un pueblo, por pequeño que sea, los chicos acceden a ella de una forma y hay otro entorno, mientras que las rurales cambian totalmente y cuentan con sus cuestiones particulares locales. La mayoría de los establecimientos tienen entre cincuenta y cien años. Muchas tienen la edad cercana, o un poco más, de los pueblos aledaños. Otras son las escuelas tradicionales de los años 50 de la Argentina y hay muchas que están en riesgo de cierre.
El investigador agrega: “Son escuelas donde asisten muy pocos estudiantes y, en este sentido, las docentes son fundamentalmente gestoras, además de docentes y directivos, porque en la mayoría de los casos son una sola que hace todo. Pero son gestoras porque van estancia por estancia, y soy testigo de esto, intentando juntar chicos para que vayan a la escuela. Y lo logran. Y logran también que los chicos egresen y, la verdad, es que el trabajo que realizan es impresionante”.
-Sabemos que, tristemente en nuestra historia, curso que se cierra no abre más…
-Exacto. Y acá hay condiciones de accesibilidad física muy difíciles, porque la escuela tiene caminos de tierra que no están en buen estado y que hay que llegar todos los días. Y que ahí también se come y que ese es otro factor a tener en cuenta. En esas escuelas se socializa con pares de su edad. Si no, esos chicos estarían solamente en un espacio rodeado de adultos y se pugna también porque se hagan convenios y enganches con otras escuelas secundarias para que sigan con su formación. Además esas escuelas, por ejemplo, están junto a campos que se fumigan, o al estar en las sierras están rodeadas por animales como víboras. Quiero decir que son establecimientos con complejidades que necesitan una atención.
-Más allá de estas cuestiones, por esas escuelas han pasado varias generaciones.
-Sí, hay una cuestión generacional de mantenerse en los mismos lugares, pero también por la realidad social que se vive en el campo, hay mucha migración. Hay mucho movimiento de las personas entre pueblos, lugares y entre provincias. Entonces, eso también hace que los chicos vayan perdiendo una pertenencia. Esta situación convive. Así como convive que en escuelas esos chicos que llegan vayan con hermanos y primos, entonces tenés media familia en una donde son solo seis o diez alumnos.
-¿Vos llegás a ellos por la escuela? ¿Ese es tu interés?
-Mi mirada está puesta ahí y mi interés es también ver cómo se trabaja en la escuela la temática del presente y del pasado indígena. Quiero ver también qué puedo aportar yo a esa temática desde otra mirada, una temática que además es formal porque en los Curriculums oficiales de la provincia de Buenos Aires ese tratamiento se debe dar. Por otro lado, el trabajo de todo el año luego tiene un correlato comunicacional, porque luego lo solemos exponer con los padres en los lugares cercanos a las escuelas, o en las plazas, o en los centros culturales, o en los museos. Entonces, intentamos que esa voz de los chicos que se fue generando durante el año, esas opiniones de los chicos, esos pareceres, volcarlos en alguna forma de exposición y poder llevarlos a otros lugares para salir de ese entorno pequeño.
-¿Y cómo se tratan esos contenidos en esas escuelas?
-Habitualmente, ni en esta ni en muchas escuelas, se le da un tratamiento demasiado particular a la temática indígena. Es una temática muy dificultosa en nuestra Nación porque existe una historia complicada, cruenta y de solapamiento de lo que fue el pasado indígena y de por qué el presente indígena es lo que es hoy. La zona donde nosotros vivimos, Mar del Plata, Necochea, Balcarce y alrededores, está poblada por lo menos desde hace 12 mil años. Son más de 650 generaciones hacia atrás. Por lo tanto, es muy rico el patrimonio arqueológico e histórico que hay de ese pasado humano. Hablamos de gente que vivió en nuestro mismo lugar, con nuestras mismas características, pero de otra manera. Pero que tuvo que resolver nuestros mismos problemas en base a otra cultura. Sin embargo, toda esa profundidad histórica está ahí. Pensemos que tenemos 11.500 años de pasado indígena y solo 500 de la llegada de los conquistadores. Es poquísimo en tiempos históricos, pero desde ahí empieza un proceso de diferenciación cultural, de avasallamiento cultural, de negación de ese pasado indígena, que luego el Estado Nacional lo avala a lo largo del tiempo con la Campaña del desierto y una forma de educar que hasta hoy persiste, una forma que solapa ese pasado, lo esconde. Por lo tanto, ninguna escuela da el tema de una manera demasiado especial. Creo que un buen aporte que podemos hacer nosotros es acercar cierta información para discutirla al menos, no para decir qué es lo que está bien o mal, sino para poner en diálogo otras posibilidades de mirar ese pasado y, por lo tanto, el presente indígena de hoy. Porque, a la vez, muchos de los que asisten a las escuelas o viven en las poblaciones locales tienen ascendencia aborigen. Nuestra genética, como habitantes de Argentina, tiene una carga indígena riquísima. Hay provincias donde más del 50 por ciento, y en otras cerca del 80 por ciento, de sangre es con componentes indígenas originales. Lo que pasa es que tenemos una historia que invisibiliza eso, que no es la que nos aparece cuando vemos los datos del censo. El porcentaje de los que decimos “Yo soy descendiente de indígenas” es mucho menor al que la sangre indica. Y esto por vergüenza, por miedo. Hubo muchos años donde no era bien visto, desde al inicio del Estado Nación, que no era conveniente para nadie ser indígena y donde se dio muchísima discriminación. Muchos padres llegaron a aconsejar a sus hijos no hablar más esas lenguas, no decir cuáles son sus raíces. Hace muy poco que se están revisando esas cuestiones y se está tratando de revertir.
Mariano Colombo se entusiasma con el tema y los resultados de su investigación. El vínculo que ha logrado con las escuelas rurales, sus integrantes y su propia vida es sumamente productivo. Como otras tantas disciplinas, la antropología o la arqueología ayudan a cambiar miradas que uno tenía sobre el mundo, y de ahí el interés por eso último que descubrió le hizo cambiar su mirada del mundo: “Los arqueólogos escarbamos en el pasado y encontramos cosas. Yo tuve muchos hallazgos que me llevaron a moverme intelectualmente y emocionalmente, por darme cuenta de que lo que estoy viendo me hace cambiar la lógica de lo que yo pensaba. Hace mucho tiempo me tocó hacer un hallazgo de canteras de rocas indígenas en la zona de las canteras actuales de Tandilia, la misma donde trabajaron los picapedreros hace cientos de años. Las piedras, para las poblaciones indígenas de hace miles de años atrás fueron un bien fundamental, porque no trabajaban los metales, sino que el material duro con que procesaban todo el resto de los materiales eran las rocas. Hasta ese momento, en la provincia de Buenos Aires se sabía de dónde se habían obtenido las rocas, pero no de qué manera se las había procesado o cuáles eran las prácticas sociales que se habían heredados del trabajo sobre esas rocas. Y me tocó a mí descubrirlas. Toda esa modificación del paisaje, es decir, que ahí hubo mucha gente durante miles de años yendo a extraer roca, probablemente haciendo sus ceremonias muy particulares, me sirvieron a mí a comprender lo complejo del mundo pasado. Muchos las ven como sociedades simples que era gente que solo estaba atrás de la comida y no es así. Fue mucho más complejo que eso. Y, en cuanto a lo más reciente, me pasa todo el tiempo cuando trabajo en las escuelas. Los chicos y las chicas me hacen cambiar permanentemente de perspectiva con sus opiniones y sus miradas de las cosas. Hay fenómenos que yo creo ya tener una opinión o un saber tomado y vienen ellos con su mirada sin prejuicios, sin lógica previa, y te cambian todo. Aunque sea una pavada, que sé yo, yo no sé cómo jugaban los nenes del pasado, sin embargo ellos sí tienen una idea, una interpretación sobe eso sin rigor científico, pero sus miradas me obligan a mirar el mundo de otra manera”.
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