Entre las 5:10 y las 5:20 de la madrugada del sábado 9 de julio de 2011, Facundo Cabral fue asesinado camino al Aeropuerto Internacional La Aurora de Guatemala. Tenía pensado tomarse un micro a la salida del hotel Grand Tikal Futura -donde se alojaba en esa etapa de su gira por el país centroamericano- pero el empresario que lo contrató, el nicaragüense Henry Fariña, se ofreció a llevarlo en su camioneta Range Rover.
Según pudo reconstruirse en la investigación del crimen, sus asesinos (Audelino García Lima, Wilfred Allan Stokes y Juan Hernández Sánchez) tripulaban una Hyundai Santa Fe que pasó frente al hotel treinta segundos después de que emprendieran marcha el vehículo que lo trasladaba y el de la custodia de Fariña. Un minuto más tarde las cámaras del centro turístico captaron un cuarto vehículo, ocupado por Elgin Enrique Vargas Hernández, quien funcionó de nexo entre el autor intelectual del homicidio y los sicarios que lo ejecutaron. Sobre el Boulevard Liberación zona 9, una emboscada y posterior acribillamiento que terminó con 25 disparos impactados sobre la 4X4 en la que viajaba Cabral, tres de los cuales -uno en el hombro, otro en el tórax y el último en el cráneo- le quitaron la vida. Fariña, en tanto, recibió ocho tiros y estuvo internado en una clínica privada pero diez días después fue dado de alta.
La última presentación del cantautor argentino, fallecido a los 74 años, había sido la noche anterior en el Teatro Roma de Quetzaltenango. Allí, después de interpretar su tema más emblemático, “No soy de aquí ni soy de allá”, se levantó con su guitarra en mano, agradeció y pronunció las que serían sus últimas palabras ante su público: “De aquí en adelante Dios decidirá”.
El empresario Henry Fariña
Aunque en una primera instancia se pensó en un crimen relacionado con el carácter contestatario de la obra de Cabral -la última dictadura militar lo llevó al exilio en México, y recién volvió a la Argentina tras reinstaurarse la democracia, en 1984- rápidamente se abordó otra hipótesis en la investigación: el músico fue un “daño colateral” (justo él, que en su libro Ayer soñé que podía y hoy puedo decía: “Acepto todo, por caótico que parezca, porque son regalos que me acerca el azar, que sabe lo que hace”) en un ataque dirigido a Henry Fariña.
Un año y tres meses después del ataque, el empresario nicaragüense fue condenado por un tribunal de su país a 17 años de prisión por tráfico internacional de drogas, 9 años por crimen organizado y 7 por lavado de dinero (33 años en total, reducidos a 30 por ser ésta la pena máxima en Nicaragua). Según la Fiscalía, Fariña trasladaba droga del grupo colombiano Los Fresas para la banda de narcotraficantes Los Charros, perteneciente a la Familia Michoacana, todavía activa en el sur de México. Todo esto se reveló en la investigación por el crimen de Cabral.
Poco antes del atentado, Fariña intentó vender uno de sus clubs nocturnos en Costa Rica y después otro en Guatemala, pero las operaciones se cayeron porque su interlocutor intentó pagar en efectivo, en billetes de veinte dólares, en una maniobra típica de lavado. El empresario no estuvo de acuerdo: incómodo con el volumen descomunal de dinero a manejar, exigió una transferencia bancaria. El comprador lo tomó como una ofensa, y no era la primera: dos años antes Fariña le había robado un cargamento de droga que debía supervisar. Alejandro Jiménez, alias “El Palidejo”, juró venganza.
El juicio
En abril de 2016, un Tribunal a Mayor Riesgo guatemalteco condenó a los responsables materiales y al autor intelectual del asesinato de Cabral a una pena de 30 años de prisión, a la que se sumó otra de 20 por la tentativa de homicidio a Fariña. Vargas y Stokes, además, sumaron otros tres años por encubrimiento.
La estrategia de la defensa de Jiménez, a cargo del abogado Francisco Campos, consistió en sostener que El Palidejo había sido víctima de una traición y nada había tenido que ver con el caso. Según reportaba la revista Gatopardo, en 2012, el letrado afirmaba que los sicarios habían sido sobornados para declarar contra su defendido. Con la condena firme, el narco debió ser trasladado de cárcel por las amenazas de muerte de otros presos. “Mucha gente lo quiere muerto, así que teníamos que buscar su seguridad. Está claro que los muertos no se defienden”, decía entonces Campos.
Los restos de Facundo Cabral, en tanto, fueron repatriados y cremados en una ceremonia íntima en el cementerio Jardín de Paz de Pilar. El cortejo fúnebre partió del Teatro ND -con familiares y amigos entonando las estrofas de “No soy de aquí ni soy de allá”- e hizo una parada en el bar La Biela, del cual el cantante era habitué. El fin de su viaje terrenal, decía poco antes de su trágico fallecimiento, lo encontraba preparado: “Lo maravilloso de la tercera edad que estoy atravesando es haber vivido intensamente la primera y la segunda. Y yo, por suerte, fui joven e irresponsable durante muchos años”.