Lo dice Alfredo Barragán el capitán de la balsa con la que 5 argentinos cruzaron de España a Venezuela sin timón y solo impulsados por las corrientes marinas.
¿Y si Colón no fue el primero en arribar a América? ¿Y si navegantes africanos llegaron accidentalmente en balsa derivados por las corrientes marinas 1500 años antes? Hace 35 años, el 12 de julio de 1984 un grupo de cinco expedicionarios argentinos liderados por Alfredo Barragán inscribía para la posteridad la Expedición Atlantis. Una proeza naval que consistió en cruzar el océano Atlántico en balsa de madera partiendo desde el extremo noroeste de África en el puerto de Tenerife hasta La Guaira en Venezuela. Cubrieron 3200 millas náuticas (5900 km) con la única propulsión de una vela cuadra pero sin timón. La dirección la darían los vientos alisios y la corriente marina de Canarias.
Años antes deambulaban en la cabeza de Barragán las colosales esculturas olmecas que se encuentran en México. Son 15 cabezas de hombres de raza negra talladas en piedra de 3 metros de altura y 20 toneladas de peso. Los científicos coincidían en que representaban a hombres de raza negra pero negaban una posible migración hacia América por el Atlántico. Imperaba la idea de que América fue poblada únicamente por el estrecho de Bering.
La balsa con la que cruzaron el océano.
Barragán, sin embargo, intuía otra cosa. De chico había leído “Kon-Tiki”, un relato del explorador noruego Thor Heyerdahl de 1947, donde narraba el cruce del océano Pacífico en una rudimentaria balsa de madera. Una travesía de 4 meses desde Perú hasta la Polinesia en compañía de cinco tripulantes y un loro.
A ese antecedente, se sumó la confirmación de que 3500 años atrás existía en África cierta navegación en balsas de madera de tronco liviano amarradas con cuerda vegetal.
Pero fue un minucioso estudio de corrientes y vientos direccionados desde el continente africano hacia Centroamérica lo que convenció a Barragán de que una migración africana era posible. Y se empeñó en demostrarlo.
La Expedición Atlantis probaría que se podía cruzar el Atlántico, como pudo haber ocurrido 3500 años atrás desde África hacia América, ayudada por los vientos alisios y las corrientes oceánicas en una réplica de balsa de la época.
No aceptó logos ni sponsors. Su aventura sería una bella y romántica expresión de libertad. Nunca ligada a un contrato comercial. Fue así que en una vieja vela de la Fragata Libertad, donada por la Armada Argentina, le imprimió su noble insignia. Un sol radiante atravesado por la cruz de los cuatro vientos.
“Fue fantástico, el sol representaba la vida, la cruz de los vientos, la libertad. Y en la popa, flameaba la bandera Argentina. No necesitaba ningún otro logo u emblema”, cuenta este abogado de Dolores hoy retirado.
Atlantis, fue además, una manifestación contra el escepticismo del hombre. “Que el hombre sepa que el hombre puede” fue la frase que inmortalizó la hazaña y que pronunció el expedicionario al hacer tierra tras derivar 52 días en el Atlántico.
Alfredo Barragán, un aventurero.
Algunos escépticos le decían: “Usted no puede salir sin timón, navegar 5500 km y llegar exactamente al lugar que desea”. Por eso el día previo a la zarpada, Barragán brindó 14 puntos de posición en el Atlántico, que unidos por una línea, conformarían la ruta de la balsa durante su travesía. Anunció además, que arribaría a la La Guaira. Y lo cumplió.
La tripulación la componían el capitán, Alfredo Barragán, el segundo capitán, Jorge lriberri, el encargado de la navegación astronómica Daniel Sánchez Magariños (en ese entonces no había GPS y solo contaban con un equipo de radio), el sobrecargo y cocinero, Oscar Giaccaglia, y un camarógrafo de ATC, Félix Arrieta.
Barragán cuenta que a los pocos días de zarpar notó que “el Vasco”, su camarógrafo, le temía al agua. Inmediatamente concluyó que no sabía nadar. Al no tener timón la balsa no podía virar ni volver sobre su rumbo.
En caso de que alguien cayera al agua nadie podría tirarse a rescatar a otro. “Es preferible perder a un hombre y no a dos” era la regla a bordo. De caer, solo existía la chance de aferrarse a un cabo de 70 metros que arrastraba la popa de la embarcación. “El Vasco vivió atado. Hizo un trabajo impecable. Lo llevaría en la próxima balsa”, dice Barragán.
No padecieron grandes temporales. Solo dos tormentas con olas grandes que pudieron sortear. Habían sido advertidos por los médicos que el principal problema no sería el mar sino el sol.
En ese entonces no existían las pantallas solares. “Nos empezamos a quemar los empeines, los muslos, los hombros, la cara y nos empezamos a preocupar.
Un día cortando un salamín noto que la grasa que brillaba era rápidamente absorbida por mi piel reseca.
Teníamos 12 longanizas untadas con grasa por fuera para que no se secaran. Nos pusimos esa grasa en los hombros, en la cara y la guardamos en un frasco para usarla como crema humectante”, relata entre risas.
Hacia el final de la expedición eran días de nubosidad y de mucha incertidumbre. No tenían horizonte por lo que no podían hacer cálculos astronómicos para saber dónde estaban.
Hacía 50 días que no veían tierra y podrían estar errados y llegando a Ciudad del Cabo. De pronto apareció un barco azul.
Barragán los contactó con una radio VHF que les había cedido el Fortuna, el barco de regatas de la Armada. Su capitán contestó: -Aquí pesquero Maratún ¿ustedes son la balsa que viene de África?
-Sí, necesitamos chequear posición para saber donde estamos -replicó Barragán.
– A10 millas de las islas Testigo. Bienvenidos a América!
“Fue extraordinario, nos abrazamos, lloramos y nos tiramos al agua”, rememora “el loco” de Dolores.
La Cancillería argentina había realizado gestiones y la armada venezolana desplegó una fragata con helicóptero para recibirlos.
La Expedición Atlantis había entrado en la historia como una de las mayores proezas navales de bandera argentina.
“Nadie vence al océano. Nosotros derrotamos el escepticismo estudiando al mar”, dice Barragán y concluye “La naturaleza es franca, es absoluta. Mi diálogo con ella es fácil porque se muestra tal cual es. Me parece una amiga extraordinaria”.
Fuente: www.clarin.com