Por Gabriel Enriquez
La construcción de un personaje se convierte en un mecanismo de autodefensa ante la mirada del otro, en ese personaje exaltamos lo que consideramos nuestra mejor cara para presentar ante el otro, para ganar su aprobación, para pertenecer, para sentir que somos lo que en realidad queremos ser.
Claro que a mayor inseguridad personal, mayor será la necesidad de acudir al personaje y es ahí cuando se corre el riesgo de acercarnos a ese escenario dominado por lo grotesco y el ridículo.
Desde el 1 de enero de 2019 Jair Bolsonaro es el presidente de Brasil, nuestro país vecino que además limita con otros ocho países, que tiene una extensión de 8,5 millones de kilómetros cuadrados y una población aproximada de 210 millones de habitantes. Todo lo que suceda en este país afecta inexorablemente a toda la región, de ahí la preocupación. De la mano del discurso antipolítica y mano dura, Jair supo reinventarse como candidato en una coyuntura particular y apoyado por la elite brasileña, los cristianos evangélicos y la familia militar logró catalizar la esperanza de millones de brasileños en búsqueda de mayor seguridad, reactivación económica y una conducta firme ante reclamos de nuevos derechos.
En poco más de una año de mandato, este hombre casado en terceras nupcias, padre de dos hijas y cuatro hijos, exacerbó su estilo provocador y así se fueron sucediendo episodios que de por sí solos no significaban un gran daño a su imagen pero la suma de estos fueron erosionando su base de apoyo y ratificando el alejamiento de quienes nunca lo quisieron.
Su estilo tiene algunas características fácil de observar, reniega de la ciencia y de realidades indiscutibles cuando estas le son adversas, con frases hechas, sofismas y lenguaje básico negó la deforestación en el amazonas y acusó al Instituto Nacional de Investigaciones de manipular los datos con el ánimo de perjudicar la imagen de su gobierno en el exterior, expresó que en Brasil no hay hambre, le dijo a una diputada que era tan fea que no merecía ser violada, le faltó el respeto a la mujer de Emmanuel Macron, presidente de Francia, a quien también le canceló una reunión para ir a la peluquería y podríamos seguir hasta llegar a la gota que rebalsó el vaso, la pandemia mundial del covid_19.
Desde un primer momento “O Mito” optó por subestimar y negar la peligrosidad del coronavirus, como lo hicieron otros presidentes pero que luego tuvieron que cambiar de opinión forzados por el avance sin freno de la pandemia. Bolsonaro no solo no cambió de opinión sino que todos los días siente la necesidad de redoblar la apuesta, arengado por el ya cada vez más acotado núcleo de asesores que le responden, entre ellos sus tres hijos que participan de la vida política, Flavio, Eduardo y Carlos, quienes lo que menos aportan es racionalidad y sentido común.
Cotidianamente nos lleva a pensar si es una estrategia o si es realmente así. El personaje ya se apropió de aquel hombre nacido en un hogar humilde de los suburbios del nordeste paulista. De los 27 gobernadores hoy solo le responden 2, tanto Witcel de Rio de Janeiro como Doria de San Pablo lo abandonaron y lideran la unión de los 25 gobernadores que elaboran diferentes estrategias para combatir el virus. Los empresarios ya no ven en este hombre a la persona capaz de reactivar la economía y hasta la poderosa Federación de Industria del Estado de San Pablo (FIESP) debate la continuidad del apoyo.
La relación con los medios de comunicación ya se ha roto, tanto la red Globo como Bandeirantes ya no lo tratan de manera amistosa y solo permanece a su lado la cadena TV Record, cuyo propietario es el obispo Macedo líder de los evangelistas de la Iglesia Universal. También incentivan la actual conducta del presidente los fondos de inversión que apostaron a un crecimiento de la economía. Dentro del gabinete, la mayoría coincide con el ministro de salud Luis Henrique Mendetta, desairado hasta el hartazgo por Bolsonaro y si aún permanece en el puesto es por su condición de médico y como le gusta señalar en su máxima “médico no abandona paciente”. El sector más conciliador en estos momentos con la oposición y que trata de aportar sensatez es el sector integrado por militares, quienes se ven tentados a correr del eje de decisiones al presidente para tratar de encausar el desgobierno. Si no hay impeachment es sin dudas porque no hay tiempo, por eso desde casi todo el espectro político se pide su renuncia, también desde los balcones de las grandes ciudades que hacen sonar sus cacerolas.
¿Cuál es el motivo que hace que este hombre lance una campaña llamada “ Brasil no puede parar” desafiando la cuarentena? ¿Por qué convoca a manifestarse en contra del Congreso y del poder judicial cuando eso puede multiplicar los episodios de contagio? Brasil tiene cinco veces la población que tiene Argentina, el día 31 de marzo presentaba ocho veces la cantidad de muertos en comparación con nuestro país y tan solo diez días después, de ocho pasó a casi trece y con una tendencia en claro aumento.
Frenar una economía como la brasileña puede ocasionar tal vez mas victimas que el mismo virus, el objetivo del llamado aislamiento vertical es el de una economía que se enfríe lo menos posible y apelar a conductas responsables de la población. La misa idea que tiene Trump desde que abandonó la subestimación a la pandemia. La misma estrategia aplicada en Uruguay, pero claro, la desigualdad social de la sociedad uruguaya no puede compararse con la brasileña, tampoco la prolijidad de sus gobernantes.
Esta vez no hay carnaval, no hay futbol ni capoeira que puedan distraer el avance del coronavirus, la gravedad a la que asistimos diariamente indica que los tiempos de acción de Bolsonaro se acortan, o da un giro abrupto y encara el tema con la responsabilidad que las autoridades de la salud recomiendan y el hombre se impone al personaje, o solo queda esperar un milagro, el milagro de Iemanjá.
*Gabriel Enriquez, LIc. Ciencia Política – Docente UBA y Consultor – Especialista en Comunicación Política