Luego de haber sido postergado por solicitud de uno de los defensores oficiales, finalmente mañana viernes dará comienzo en el Tribunal Criminal N° 1 el juicio oral y público contra los acusados de haber asaltado al empresario Guillermo Depierro y su esposa en su domicilio de la calle 67. Esa noche, Depierro perdió la vida producto de una descompensación que sufrió cuando los delincuentes los golpeaban.

Este viernes, a las 10, después de dos postergaciones, empezará el juicio que será presidido por el juez Mario Juliano. En el banquillo estarán Carlos Benigno Luna (47), Alan Franco Maldonado (23), Marcos Ezequiel Ibauza (22) y Ezequiel Genaro Saravia (30). Los cuatro están detenidos en Batán e imputados por “homicidio en ocasión de robo”.

Como presunta entregadora, además, está acusada Ivana Gisela Benítez (34), quien fue pareja de Luna, el líder de la banda, un hombre con un pesado prontuario que debió haber estado preso al momento del hecho, pero que se había fugado en un traslado de la comisaría al hospital, con las esposas puestas.

La esposa de Depierro, Jacquier, hoy de 66 años, y también víctima de los delincuentes, no quiso volver a la casa. Se mudó a un departamento. Sin embargo, nunca dudó de asistir al juicio. “A mí no me van a amedrentar. Les diría: ‘¿por qué no me pegan ahora?’”, afirmó la mujer hoy al diario Clarín.

“Es difícil salir adelante, atravesar la tristeza, aprender a vivir sola a mi edad. Es aprender a vivir otra vez. Pero es lo que me tocó”, se resigna la mujer, que bajó 24 kilos desde la noche del crimen.

Durante el asalto, mientras los ladrones los insultaban y les pedían la plata de la venta de una casa, él llegó a decirle: “Hasta en esto estamos juntitos”.

Los habían maniatado con precintos. En las manos -por la espalda- y en los pies. A Depierro le pusieron un pañuelo en la boca, se asfixió y sufrió un paro cardíaco. A Jacquier, por los golpes, la tuvieron cinco días internada en una sala de terapia intensiva del Hospital Emilio Ferreyra.

Según la mujer, a los delincuentes les habían dado el dato que tenían plata de la venta de la casa de su madre. Pero ya se la había gastado, en un viaje familiar y en un auto. “No, querido, con lo que me estás pegando, te la daría”, le contestó a uno de ellos mientras era agredida.

Jacquier comentó que esa tarde-noche habían salido a cambiar un par de zapatos y al volver notaron que la alarma estaba desconectada. “¿Qué hay en la cocina?”, preguntó Depierro. La respuesta llegó rápido: eran ladrones, encapuchados y con guantes.

 

Como no había mucho dinero en la casa, uno de los intrusos reclamó: “¿Dónde está el revólver?”. Era un arma obsoleta de la que sólo conocía su existencia el matrimonio y una empleada doméstica.

A la pareja la golpearon y amenazaron en un dormitorio. “Piña va, piña viene”, describió Jacquier, quien recordó que un miembro del grupo le advirtió, mientras fijaba la vista en un velador: “Dame la plata o te picaneo”. Y que le pegaba “en la cintura con unas zapatillas”, y también a mano abierta.

Depierro murió allí. Su esposa salió caminando como pudo y le pidió ayuda a unos vecinos en la vereda. “Quiero agua, no puedo más”, balbuceó. Hoy resume: “No sé de dónde saqué fuerza. Ahora quiero lo que más les puedan dar de condena. Yo tengo mi vida hecha, pero mis hijos se quedaron sin el padre, en esa forma tan desgraciada”.