A esta altura, la pandemia es como un déjà vu, ese momento en que el cerebro dice “oia, pero esto ya pasó, y pasó exactamente así”. Desde hace 13 meses, el planeta lidia con una epidemia cuyos principales tópicos se repiten como desde si dentro de una calesita se viera en cada giro el mismo paisaje hecho de murciélagos, confinamientos, curvas de contagios y fallecidos, cierres, vacunas y ensayos en fase III.
Pero, como la evidencia científica suele ser cambiante y las ideas establecidas pueden mostrarse erróneas, quizá convenga volver al más fundamental de los asuntos: ¿cómo era que se daban los contagios de (el virus) Sars-CoV2 que genera (la enfermedad) Covid-19? Porque en este caso sí, la respuesta varía respecto de la que se dio mayoritariamente durante buena parte de 2020, donde había lo que muchos investigadores ahora consideran que fue un excesivo foco en el contagio vía superficies. Hoy, en cambio, se sabe que la principal fuente de contagio son los aerosoles, es decir, esa parte de las emisiones que se generan al hablar y quedan flotando como si fuera humo, sobre todo en ambientes cerrados, y desde ahí ingresa a otros organismos.
Con esa evidencia –generada, entre otros, en trabajos con contagios en coros—, el foco actual está en la ventilación de ambientes, puntualmente aulas y salones que comparten personas que no conviven. La aireación debe ser cruzada, con puertas abiertas en los extremos de las habitaciones, arquitectura mediante. (Nota: la ventilación también es recomendada para todo el año incluso en los hogares, para por un lado reducir la cantidad de este coronavirus circulante, pero también para todos los microorganismos, incluido el de la gripe).
“Para que suceda una transmisión tiene que haber una persona infectada que puede trasmitirla en forma directa con emisiones respiratorias, o indirectamente por superficies al tocarlas y llevarse las manos a la boca”, dice Leda Guzzi, infectóloga que trabaja en el Hospital Maternidad de Vicente López y en Swiss Medical. Sin embargo, agrega: “Hemos aprendido que la transmisión por contacto indirecto por superficies tiene un rol marginal o menor, y lo más importante es el contacto directo con las secreciones”, agrega.
Aerosoles, aerosoles… ¿qué son los aerosoles? “Los aerosoles son esas partículas o gotas de diferente tamaño que se emiten al respirar, hablar, toser, cantar, estornudar. Las más pesadas caen a los dos metros y las más livianas —las más preocupantes— quedan en el aire y pueden estar dos o tres horas y contener partículas infectantes. Estos aerosoles son como nubes que se dispersan en forma homogénea en los ambientes y causan infecciones en personas que están más lejos que los dos metros de la distancia social”, define Guzzi. Por eso se apela a las herramientas de evitar lugares cerrados y al uso del barbijo o tapabocas, además de la distancia física entre las personas. “La ventilación debe ser apropiada, continuada, distributiva (sin espacios mal ventilados) y cruzada. Eso cumple un rol fundamental en este momento”, finaliza Guzzi.
¿Por qué se hizo tanto foco en las superficies en 2020? Hubo investigaciones que mostraban cuánto tiempo se mantenía activo el virus en papel, plástico y madera, pero las simulaciones no se trasladaron de manera directa a la vida real: que el virus sobreviviera no significaba que pudiera contagiar. De algún modo buena parte de la humanidad quedó anclada a esos datos iniciales y hasta se genera en instituciones lo que se ha definido como “teatro de la pandemia”, con gente con máscaras y mamelucos que desinfecta superficies… en vano y a la vez generando una falsa sensación de seguridad. Lo mismo sucede con las mamparas de plástico que separan a personas que trabajan juntas, o con las cabinas desinfectantes: no funcionan como elemento preventivo.
Volver a explicar
“¿De verdad tenemos que explicar en 2021 cómo se contagia este virus?”, pregunta con genuina sorpresa Daniel Stecher, Jefe de la División Infectología del Hospital de Clínicas (Universidad de Buenos Aires). “Bueno, quizá esa sea una de las razones por las cuales estamos como estamos”, agrega.
Luego de enumerar la misma información que su colega Guzzi, Stecher añade que no cree que haya habido un excesivo énfasis en el contacto por superficies que llevó a la gente a bañarse después de salir al exterior durante la cuarentena o “sanitizar” (nuevo verbo) cada cosa comprada en el supermercado. “Nunca dejamos de decir que había que usar tapabocas, evitar las reuniones, los contactos, los viajes, y de los peligros de los aerosoles”, indica, y se lamenta de las aglomeraciones que se ven hoy en colegios, restaurantes y hasta en flamantes mercados gastronómicos.
También acepta que hay personas que contagian más, los llamados supercontagiadores, algo que depende de la replicación viral en cada cuerpo según complejos mecanismos de inmunidad, “pero como no se los puede identificar, hay que concluir que cada una de las recomendaciones de cuidados son para todos”.
La cuestión de cuánto virus hay en los ambientes puede ser difícil de medir con precisión (no se puede pintar el virus en el aire), pero ingenieros y físicos encontraron un atajo: lo relacionan directamente con el dióxido de carbono presente en el aire que respiramos y que está en relación lineal con la posibilidad de que haya virus: a más pesado el ambiente o con más CO2, más posibilidad de virus porque se inhala parte de lo que otra persona exhaló. A eso apunta por ejemplo la campaña Ventilar, del Ministerio de Ciencia de la Nación, o el grupo internacional Aireamos, encabezado por el investigador de la Universidad de Colorado (Estados Unidos), José Luis Jiménez, suerte de cruzado por esta causa y enemistado con la OMS y otras entidades por la lentitud en aceptar este hecho.
De todos modos, conviene no olvidar que hay que usar barbijos siempre que se pueda, incluso al aire libre porque en el aire libre hay menos riesgo, pero nunca el riesgo es cero, remarcan los expertos. Nota: los barbijos no deben colgar, cubrir desde el mentón a la nariz y estar bien ajustados (por ejemplo, si se empañan los anteojos, están mal colocado). Otra nota: lavarse las manos antes de colocarse el barbijo. La distancia (más barbijos) es porque no solo el virus se transmite por aerosoles (gotitas que no se ven) sino porque alguna de las más gotas gruesas puede llegar a impactar en rostros y así ingresar por la boca o la nariz al cuerpo, donde la cadena de ARN (hermana del ADN) que es el virus se reproduce.