Por Horacio Minotti
Pocas cosas son más lacerantes que un rumor. Y en tiempos de contagio y cuarentena, pueden ser mucho más peligrosos.
El estado de indefensión que provoca la difusión de una noticia falsa o tergiversada sobre algún aspecto de nuestra vida personal o pública es seguramente una sensación de desasosiego única.
En medio de una pandemia mundial que pone en riesgo la vida de millones de personas, los rumores o fake news proliferan, empujados por las nuevas tecnologías de comunicaciones y el temor, que es la tierra fértil para que rumor cobre vida, se suba al imaginario colectivo, se use de la tendencia de la masa hacia el espanto.
Resulta bastante habitual en estos días escuchar hablar de fake news, noticias falsas que circulan a toda velocidad por redes sociales y en muchos casos receptan medios, o incluso, son fruto de una operación de prensa, es decir puede originarse en medios. Con algún matiz, las fake news son rumores nominados de modo más cool.
Rumores o factoides. El término factoides es una creación de Norman Mailer en su biografía de la actriz norteamericana Marilyn Monroe. En su trabajo, Mailer se refiere a ellos como “hechos que carecen de existencia antes de aparecer en una revista o periódico”. Queda claro que no se circunscribe a las redes sociales, los factoides, fake news existieron antes que en las redes y su canal no era otro que la prensa.
Un rumor o factoide es por definición una información no del todo real. Nadie calificaría de dicho modo a una información precisa y comprobable, por más que todos los medios masivos de comunicación y redes sociales lo repliquen, comenten y analicen. No sería esperable que se considere un rumor, por ejemplo, a un Decreto del Poder Ejecutivo publicado en el Boletín Oficial, o a la difusión de una sentencia judicial.
Sin embargo, no puede descartarse que, de muchas de estas noticias reales se desprendan factoides. Digamos, siguiendo con el ejemplo, que el mentado Decreto se refiere a ciertas desgravaciones de aranceles, y que un analista económico de un medio masivo pretende discurrir eventuales consecuencias o leer alguno de sus artículos entre líneas. Si el prestigio de dicho analista se encuentra arraigado, o incluso sin ser de tal modo, si algún actor político se cree beneficiado por su análisis y goza de capacidad de difusión del rumor, dicho análisis, dichas presunciones o dicha lectura entre líneas, que puede ser acertada o no, se transforma en información rápidamente, posiblemente información “no comprobable”, un factoide, un rumor.
Infinidad de hechos comprobables y verificables resultan involuntarios generadores de rumores que completan la información palpable. El público sospecha. Tiende a creer que lo que se ve, lo que se le muestra, no es todo, que necesariamente hay más, que los hechos, especialmente si devienen de las autoridades, pero también si se dan a conocer por un par, encierran alguna tercera intención, un fin fatídico y probablemente terrible. No es posible que se trate solo de eso. Una convocatoria estatal para la provisión de papel de oficina, no es estrictamente tal cosa, sino al menos, un negociado, una trampa, alguien que se está enriqueciendo ilícitamente; sino peor, una maniobra para dejar al Estado sin papel, o para llenarlo de papel innecesario, o quien sabe que más.
De tal modo, el campo para instalar el rumor es fértil, abierto, casi necesario. El rumor que no se instala apropiadamente incluso, se genera solo y se sale de cauce.
Esto nos conduce a pensar que hasta podría resultar necesario generar rumores. Porque un rumor generado, y adecuadamente conducido, determina consecuencias buscadas, ordenadas. Pero un factoide descontrolado, alimentado por factoides colaterales de los que abundan, produce siempre consecuencias insospechadas.
Del párrafo anterior se deduce la existencia de otra arista del fenómeno, los factoides colaterales, que vienen a alimentar a un factoide principal y claramente a modificarlo y generar un nuevo producto.
Las estructuras poderosas deben trabajar en la conducción del rumor, no batallar contra él. Y deben hacerlo trabajando sobre las necesidades e inclinaciones de los participantes activos y pasivos de la circulación del rumor. Si quien busca encauzar un factoide, lo hace parado desde su propia perspectiva, sin considerar la de la masa, está condenado al fracaso.
De tal modo, la acción en dicho sentido debe ser constante, permanente. Quien tenga interés en que su reputación llegue a determinados niveles, se perfile en determinada área o se difunda de acuerdo a sus intereses, debe trabajar activa y permanentemente en los esquemas de comunicación social, para guiar los factoides que puedan beneficiarlo, para alentar los que perjudiquen a un eventual rival, y para crear los que complementen el panorama deseado.
El rumor es una explicación de la realidad, un modo de saciar la necesidad de información adicional. Muchos estudiosos del fenómeno pretenden que la mejor manera de evitar los rumores es dar una explicación acabada de cada temática. Pero tal remedio resulta ser un error conceptual por varios motivos.
Primero porque un tema jamás puede ser acabadamente explicado, especialmente los temas de cierta complejidad. Siempre van a quedar huecos, vacíos, susceptibles de ser completados por un buen rumor que incluso, adquiera mayor notoriedad que la propia información dura que haya pretendido ser bien desarrollada.
En segundo lugar, porque nadie quiere escuchar explicaciones extensas, ni perder más de cinco minutos en peroratas prolongadas sobre cuestiones técnicas, posiblemente muy aburridas y plagadas de términos poco amigables. Resulta siempre preferible abandonar el texto luego del primer párrafo, o cambiar el canal luego de los primeros 5 minutos de explicación y tejer la idea que mejor nos parezca sobre el tema, guiarnos por lo que opina un amigo, nuestro cuñado o el vecino y especialmente nuestros seguidores y seguidos en las redes sociales.
Seguramente sus explicaciones serán más simples, y por cierto, más divertidas. Así que, la idea de explicar bien las cosas para que no se generen sobre ellas rumores, es errónea. La mejor forma de controlar un rumor, es crear un rumor, adecuado a nuestras necesidades, guiarlo, conducirlo, preparar los factoides colaterales que lo alimenten y modifiquen, también de acuerdo a las necesidades y modificaciones que surjan como efecto de las consecuencias generadas por el propio rumor.
Los temas de interés de la sociedad/público son de lo más variados. Pero los asuntos políticos o empresariales no ocupan el top 50 de esos temas. Por ende, la gente está muy dispuesta a leer o escuchar largas explicaciones sobre teorías conspirativas en la elaboración del libreto de la última temporada de Juego de Tronos, y poco dispuesta a escuchar cualquier explicación de un político y/o un técnico, sobre las ventajas del nuevo Código Procesal.
Por ello, la vía periférica de persuasión es la única idónea para alcanzar a las personas con este tipo de mensajes, con un diseño corto, de alto impacto, que permita recordarlo sin gran elaboración intelectual, y reforzarlo luego con sus preconceptos, sus ideas, los prejuicios del vecino y de sus amigos, y desprender de allí una serie de factoides controlados. Todo otro esfuerzo de elaboración genera el rechazo del mensaje, el rechazo del personaje que lo difunde y la carencia absoluta de efectos.
De modo que, es evidente, deviene mucho más eficiente comunicar mediante un mensaje corto, impactante, dirigido a la emocionalidad del receptor y acompañarlo con una serie de factoides controlados, que conduzcan al efecto deseado.