Desde que en octubre de 2017 los astrónomos de la Universidad de Hawái (Estados Unidos) detectaran la luz procedente de este viajero llegado desde fuera del Sistema Solar, muchas han sido las teorías acerca de su origen.

En un primer momento se lo catalogó como cometa, aunque la idea fue descartada casi de inmediato, por no tener una cola. Si se tratara de un cometa, al acercarse al Sol emitiría gases que le aportarían un empuje adicional, como si fuera un cohete. Pero para ello debería perder una parte de su masa: el diez por ciento. Cosa que no hizo.

Además, hay otro detalle llamativo: al emitir gases, su rotación tendría que haber cambiado, pero no se ha observado este efecto. Por eso, concluyeron a primera vista que era un asteroide.

Esto, sin embargo, hasta que el seguimiento que cientos de telescopios terrestres comenzaron a hacerle, determinaron que realizaba una extraña trayectoria, no compatible con un objeto tal. Confirmaron durante varios meses de 2018 que el objeto aceleraba su velocidad, en lugar de disminuirla y no perdía masa al pasar cerca del Sol.

El objeto interestelar aceleró mientras pasó el Sol a toda velocidad, como si hubiese sido impulsada mediante la luz que cae en su superficie.

¿Podría tratarse de una nave espacial extraterrestre? Las primeras preguntas y dudas comenzaban a orbitar en las cabeza de los mejores astrónomos del mundo.

Abraham Loeb – o Avi, como lo llaman los amigos – que es el director del Instituto de Astronomía de la Universidad de Harvard, rompió el molde académico y sin dudarlo afirmó: “Se trata de una nave espacial o parte de ella que está volando más allá de la órbita de Júpiter”.

“Cuanto más estudio este objeto, más extraño me parece, y me pregunto si podría tratarse de una sonda artificial enviada por una civilización alienígena”, sostuvo unos meses atrás el astrónomo que antes de este anuncio era conocido por su modestia, esa que aprendió cuando creció en una granja.

Loeb modificó ese atributo y lo transformó en lo que llama “modestia cósmica”: la idea que supone ser arrogante al afirmar que estamos solos en el universo.

Loeb publicó junto a Shmuel Bialy, investigador postdoctoral en el Instituto de Teoría y Computación del mismo centro, un trabajo en el Astrophysical Journal y en arXiv, la plataforma científica online, donde especulan con un origen artificial del objeto interestelar (llamado ‘Oumuamua, que en hawaiano que significa “explorador”), que llegó a nuestra remota zona de la Vía Láctea, diseñado para el viaje de reconocimiento interestelar por una civilización avanzada, pero cuya misión haya terminado y se haya convertido en el desecho de un naufragio.

“Explicamos el exceso de aceleración de Oumuamua lejos del Sol como resultado de la fuerza que la Luz del Sol ejerce sobre su superficie. Para que esta fuerza explique el exceso de aceleración medida, el objeto debe ser extremadamente pequeño, del orden de una fracción de milímetro de espesor pero de decenas de metros de tamaño. Esto hace que el objeto sea liviano para su área de superficie y le permite actuar como una vela ligera. Su origen podría ser natural (en el medio interestelar o discos protoplanetarios) o artificial (como una sonda enviada para una misión de reconocimiento en la región interior del Sistema Solar)”, afirmó Loeb.