Se vio reflejado a través de la pantalla del canal nacional TN, enviado por un necochense.
Como muy pocas veces, el sábado pasado no hubo viento en Necochea. El sol asomó todo el día y la playa estaba calma. Era un día prácticamente de verano y Natalia no sabía que iba a vivir una de las experiencias más fantásticas de su vida: jugar con ballenas.
Emilio es fotógrafo, y vio que en un grupo de WhatsApp que comparte con otros jóvenes avisaron que cerca de las costa estaban los cetáceos. Como no es muy común verlos por ese lugar, agarró su drone esperanzado de captar alguna buena toma. Lo que encontró y grabó es difícil de explicar con palabras. “Se dieron todas las condiciones. No había viento, el mar estaban calmo, la temperatura era ideal. Tuve la inmensa suerte de poder grabarlas y decidí compartir las imágenes”.
Allí estaban ellas. Gigantes. Majestuosas. Delicadas. Dueñas de la inmensidad y despertando emociones sin proponérselo. Natalia tiene 39 años, y hace deportes acuáticos. Además de una tabla de surf tiene un kayak así que cuando se enteró que las ballenas estaban cerca salió a buscarlas. “Mi intención no era molestarlas, por eso no me acerqué demasiado. Me quedé quieta y ellas fueron las que vinieron hacia mí”, contó emocionada.
Las dueñas del mar estaban a unos 1000 metros de la costa. En total eran cinco y estaban acompañadas por algunos lobo marinos. La joven llegó hasta ahí y quedó flotando sobre el agua. Muy curiosas, se fueron aproximando de a poco. Pasaron por debajo de la embarcación, por los costados, con movimientos tan delicados que el kayak ni se movió.
“Una de ellas se acercó tanto, que si estiraba la mano la podía tocar, pero no quise hacerlo, porque mi intención no era molestarla. Sólo quería compartir un rato con ellas, porque era la primera vez que las veía tan cerca. Estaban más o menos a un metro y medio. Parecía que querían darnos un espectáculo porque sacaron la cola, soplaron y se movieron con total delicadeza y cuidado de no lastimarnos. En ese momento pensaba cuanto control tienen de su cuerpo, porque con apenas un movimiento brusco podrían haberme tirado del kayak. Pero no lo hicieron. Todos los movimientos fueron suaves y delicados”.
El encuentro duró más o menos una hora, tiempo suficiente para admirarlas, conocerlas y jugar con ellas en la inmensidad del mar y vivir una experiencia inolvidable que la naturaleza le regaló a Natalia.
Fuente: TN