El gobierno nacional y el de la provincia de Buenos Aires tienen la decisión tomada de armar, promover y apoyar la realización de la temporada de verano en todo el país, y especialmente, en la costa. Los intendentes de ciudades balnearias no se imaginan el verano sin temporada. Hay una razón clave. Si no hay vacaciones, se verán comprometidos los ingresos de los municipios y la cadena de comercios y actividades que viven gracias al turismo. Las tres patas políticas coinciden en hay que trabajar en el armado de la temporada aunque hoy la realidad sea otra.

¿Qué es lo único que puede frenar la temporada? Que la situación en diciembre sea la misma que la actual. Es decir, que la provincia esté en un promedio diario de 5000 casos y que el sistema de salud esté permanentemente exigido. Si eso sucede, no hay temporada de verano. Sería imposible llevarla a cabo. En la actualidad la preocupación está centrada en que el sistema de salud no colapse. El verano es una anhelo. Pero, al mismo tiempo, es una realidad que los gobiernos municipales avanzan en el diseño de protocolo y llevan adelante negociaciones con las cámaras que nuclean hoteles y transportes para tener planteado un escenario posible para el verano.

Ni Axel Kicillof, ni Alberto Fernández, ni los intendentes imaginan que en el verano haya una realidad tan compleja y estresante como la que hoy vive la Argentina, sino un escenario bien distinto. Unas vacaciones de verano con protocolos, distancia social y movimiento en las rutas. Kicillof lo dijo hace poco tiempo: “Puede ser que pasemos de las medidas de aislamiento a los protocolos”. Lo aseguró el día en que presentó un plan para la reactivación productiva para la provincia. Con cautela, como se viene moviendo hasta el momento, advirtió: “No es algo que hay que sufrir. Es un aprendizaje para poder trabajar, vivir y recobrar cosas que hemos perdido mientras el virus todavía no se fue”.

Hay dos interpretaciones que hacen en todos los gobiernos. La primera es que, pese a la crisis económica, habrá gente con intenciones de viajar. Frente al hartazgo de la cuarentena, la necesidad de la playa, el aire libre y la recreación. La segunda es que, para ese entonces, aunque bajen los casos, habrá muchos que aún tendrán miedo de desplazarse a ciudades donde se crucen ciudadanos de distintos puntos del país. Es imposible determinarlo. El comportamiento social lo sabrán cuando diciembre esté llegando a su fin.

Hay algunas ciudades balnearias, como es el caso de Villa Gesell, que ya hicieron público un protocolo para las playas. Van a implementar un sistema que les permita a los turistas verificar que playas están llenas y cuáles tienen lugar. Personal municipal va a controlar los ingresos y también pondrán banderas que señalen la capacidad de las playas. Bandera verde, hay lugar. Bandera roja, no hay lugar. Lo mismo sucederá con una App que implementaron y que los turistas la podrán descargar en su celular. Allí van ver el nivel de ocupación y tendrán la posibilidad de decidir si quieren elegir un lugar donde haya menos gente.

Lo que quieren evitar, tanto en el Gobierno como los empresarios, es habilitar la temporada, abrir los locales, teatros, hoteles y comercios, y tener que cerrarlos a mitad de camino por un aumento de contagios. Eso le generaría un gasto muy grande a las personas que viven del turismo y los dejaría parados en un escenario peor al que están ahora.

Si bien el foco de la gestión está puesto en la administración de la pandemia, en el gobierno de Kicillof avanzan en las negociaciones con las cámaras hoteleras, los balnearios, los locales gastronómicos y los dueños de las empresas de transporte. El encargado de llevar adelante las múltiples negociaciones es el ministro de Producción bonaerense, Augusto Costa, que tiene línea directa con el ministro de Turismo, Matías Lammens. Ambos trabajan en la misma sintonía. En el horizonte están las vacaciones de millones de argentinos.

En el gobierno de Buenos Aires, por el momento, descartan la posibilidad de impulsar un turismo que sea solo regional. Un plan similar al que llevó adelante Jujuy y que no tuvo buenos resultados. Si el virus ingresa y corre con velocidad, no importa el lugar de donde provenga la gente. Por eso el comportamiento social será determinante para un buen resultado.

El espejo en cuál se miran en La Plata es Europa. Pocos días atrás comenzaron a aparecer rebrotes que alarmaron a las autoridades en la etapa final de la temporada de verano, que son los meses de invierno en Argentina. Si no hay un comportamiento adecuado del turismo, la posibilidad de llevar adelante un verano con protocolos habrá sido un esfuerzo inútil. En paralelo, esperan que los sueros que se están utilizando para minimizar el impacto de la infección comiencen a dar resultados. Sería un paleativo, hasta que llegue la vacuna, que podría generar un escenario mejor que el actual.

Dentro de las certezas que tiene la temporada a esta altura está la decisión de no habilitar eventos masivos ni abrir boliches. Es imposible. Entre las dudas están los protocolos para el transporte público, ya que mucha gente viaja en colectivo, y la estructura sanitaria que tendrán que montar para prevenir contagios y reaccionar con velocidad frente a los casos que surjan.

En un mes, tal vez en dos, habrá menos dudas sobre las vacaciones de verano. Pero ni los gobiernos ni los sectores que viven del turismo pueden comenzar a trabajar en el armado de la temporada cuando los datos epidemiológicos den la luz verde. Lo deben hacer antes y estar preparados para el momento en que puedan habilitar el turismo. Hoy es una utopía porque la actualidad sanitaria arrastra las ilusiones y las dispersa por la arena. Tal vez en un tiempo cercano deje de ser un anhelo para convertirse en una realidad más palpable.