El día 12 julio de 2004, en viaje de Bahía Blanca, con un cargamento compuesto de 74.000 litros de gasoil y 2.700 toneladas de urea destinado a Quequén, naufragó a causa de un temporal, a 4 millas de la costa y 35 del puerto de destino, en la posición 38º 46’ S y 59º 19’ W.
La noche del 8 de julio de 2004, la embarcación navegaba con destino a Puerto Quequén cuando la sorprendió la tempestad que determinó que se fuera a pique. El Mini Moon, de bandera hondureña y 74 metros de eslora, había zarpado de Bahía Blanca con 2.700 toneladas de urea hacia la estación marítima local, donde contemplaba recibir otras 2.800 toneladas de trigo para trasladar a Brasil. Además, en sus tanques albergaba 74.000 litros de combustible. Antes del hundimiento se había mantenido el último contacto radioeléctrico con la Delegación Quequén de la Prefectura Naval Argentina, informando sobre la crítica situación por la que se atravesaba. Los intentos por volver a comunicarse que se hicieron desde la repartición fueron infructuosos. Ya nadie podía contestar en el Mini Moon. El único tripulante que salvó su vida milagrosamente fue el primer oficial Rubén Navarrete. Este marinero de 38 años alcanzó a subirse a uno de los botes junto con otro de los tripulantes, mientras las olas de varios metros sacudían a la pequeña embarcación que terminó dándose vuelta en la rompiente, a escasos metros de la costa. Así fue como a la altura del parador Médano Blanco, en inmediaciones del Espigón de Pescadores, Navarrete logró llegar a tierra firme ayudado por efectivos de la Prefectura Naval Argentina. Otro marinero que iba en este bote de madera y fibra de vidrio desapareció de la superficie con la costa a la vista, pero con el mar sumamente bravío. Además, una de las balsas que tenía el Mini Moon, también fue encontrada en la zona, aunque nadie estaba a bordo, por lo que quedó la incógnita si algunos de los tripulantes alcanzaron a acceder a ella y luego fueron a parar a las aguas por el fuerte viento. También se hallaron restos de otro bote que se destruyó contra la costa, remos, chalecos salvavidas, tanques plásticos, etc. En la gélida mañana de la fecha patria del 9 de julio, otros dos cuerpos fueron divisados en Punta Negra, un tercero fue sacado del mar cuando flotaba frente a los balnearios céntricos y el restante en las inmediaciones de Bahía de los Vientos, en la costa de Quequén.
La tripulación
Quienes constituían la tripulación del Mini Moon fueron el capitán Jorge Blanco (49 años); el primer oficial, Rubén Navarrete (38 años y único sobreviviente); el segundo oficial, Héctor Vilela (57); el primer maquinista, Mariano Alleno (44 años); el engrasador Rubén Funes (50 años), y los marineros Gustavo Cifuentes (28 años), Luis Angel Ibarra (46 años), Virginio Azcona (49 años) y Carlos Villaba (48 años). Completaban la tripulación los uruguayos Miguel Basile, jefe de máquinas, de 47 años, y el marinero Julio Ramírez, de 60 años. El dolor y el desconsuelo de los familiares se observó diariamente en la sede la Delegación Quequén de la Prefectura Naval Argentina, donde concurrieron durante varios días a buscar noticias de los desaparecidos. La angustia fue creciendo a medida que transcurrían las horas y los operativos de búsqueda no arrojaban resultados. Los cuerpos entregados a los familiares fueron los correspondientes a Rubén Funes, Mariano Alleno, Julio Ramírez y Luis Ibarra. La posición en la que quedó el carguero en el fondo del mar, impidió el acceso a un sector de camarotes del equipo de buzos de la Prefectura Naval Argentina, que tenía como objetivo llegar a dar con los cuerpos de los seis marineros desaparecidos. El Mini Moon quedó escorado sobre la banda de estribor a 25 metros de profundidad, a unas 35 millas náuticas de Puerto Quequén. Los buzos de la PNA consiguieron acceder al puente de mando, también lo hicieron a la cubierta de botes, a la enfermería y a los camarotes del capitán, del primer oficial de cubierta y del primer maquinista. Otro de los sectores al que ingresaron fue a la cámara de tripulación y de oficiales, a los baños y pasillos. Llegar al cuarto nivel, donde estaba el resto de los camarotes, resultó imposible para los buzos, quienes se manejaron prácticamente al tacto, ya que este arriesgado accionar lo realizaron con una visibilidad nula en el interior del buque. Por esa razón, colocaban cintas para señalar los lugares inspeccionados. Los guardacostas se utilizaron como plataforma de tarea para los equipos de buzos, habiendo sido asignados el Río Paraguay, Thompson, Fique y Río Luján. Todos estos esfuerzos resultaron infructuosos para recuperar más cuerpos, y es posible que la nave se haya transformado en una tumba marina para algunos de los infortunados tripulantes, ya que no se descarta que hayan quedado atrapados en el interior de la embarcación. Allí donde reina la oscuridad, en el fondo del mar, fue sepultado este pequeño buque por una fatídica tormenta que se transformó en la mayor tragedia en nuestras costas.
El único sobreviviente
El único sobreviviente nunca quiso contar qué sucedió la fatídica noche en la que el Mini Moon sucumbió por la tempestad. Rubén Navarrete permaneció internado durante alrededor de 15 días en Necochea y, posteriormente, viajó a Escobar, donde vivía con su familia. Tras ser rescatado en inmediaciones del Espigón de Pescadores, ingresó al Hospital Ferreyra con un severo cuadro de hipotermia. Si bien en ningún momento entró en coma, padeció un shock emocional y perdió la lucidez por algunos minutos.
El entonces intendente municipal, Daniel Molina, lo visitó en el nosocomio, desde donde luego fue trasladado a la Clínica Regional. Navarrete se recuperó convenientemente -era acompañado por su esposa- y se marchó a su ciudad. Pese a que declinó dialogar con los periodistas, trascendieron conceptos suyos que habrían sido incorporados a las actuaciones sumariales labradas por la Prefectura Naval Argentina con asiento en Puerto Quequén. “Una ola de cerca de ocho metros nos pegó de lleno y se escuchó una vibración. Nos estremecimos porque la tormenta era muy fuerte. El barco se escoró y, enseguida, otra ola igual a la anterior nos volvió a castigar. Fue la que nos dio vuelta”, habría declarado el marinero. “Las olas pasaban por arriba del barco y la tormenta era cada vez más fuerte. Veníamos a Puerto Quequén para pasar la tormenta aquí, con oleaje cruzado, de babor a estribor”, fue otra de sus frases. En esos instantes cruciales observó en el puente de mando al capitán Jorge Blanco y al segundo oficial Héctor Vilela. Con las dolorosas situaciones todavía frescas en su mente, Navarrete comentó que alcanzó a saltar a uno de los botes, mientras todo era desesperación y zozobra por la furia del mar.
Con información del Área de Museos y Tres Líneas