Desgastado por el paso de los años y de una reconstrucción que quedó a mitad de camino, el emblemático Hotel Marino es una de las postales tristes de la Villa Balnearia, donde el tiempo parece detenerse al llegar a esa esquina de 79 y 4.

Un gigante de paredes gruesas que guarda los fantasmas de los pioneros que vislumbraron estas playas como un lugar turístico y de tantos visitantes que habrán dormido en esas habitaciones de techos altísimos.

Desde UATRE, las fuentes consultadas optaron por el silencio, ese mismo al que a veces nos terminamos resignando, aunque nos arrastre consigo los sueños y parte de nuestra historia como cuidad.

Construido por José Marino, durante la temporada de 1910 y 1911, tenía como fin que la ciudad contara con un hotel acorde a la demanda de los veraneantes, que en aquella época se instalaban en la ciudad durante varias semanas y que presumían los apellidos de la aristocracia porteña de principio del silgo XX.

Se fue haciendo por etapas y en la final, por 1950, contaba con 100 habitaciones, dos jardines, un restaurante con capacidad para 320 personas, cocina, panadería, sala de juegos, solárium y una sala de exposiciones.

En el año 2010, los herederos Esther Judith Genoveva Marino de Azorín, Julio Eduardo Marino, Celia Beatriz Marino y María Elena Marino vendieron finalmente el hotel al gremio de UATRE, cuyo secretario general por entonces era el necochense Gerónimo Venegas.

El sueño del sindicalista era refaccionar todo el edificio que ya se estaba viniendo abajo y ponerlo a nuevo. La obra se puso en marcha comenzando con la reparación de los viejos techos y el recambio de las tejas para dejar la fachada con su formato original.

La muerte de Venegas frenó todo y, desde hace tres años, nada cambió en el hotel que se sigue estropeando de a poco, pese a tratarse de un lugar declarado Patrimonio Histórico por la Comisión Honoraria de Preservación del Patrimonio Arquitectónico e Histórico del Distrito de Necochea.

Veredas rotas, la mampostería que brota y cae, postigos a medio cerrar, ventanas tapiadas con maderas grafiteadas y una torre inundada de palomas que hacen su nido en las ruinas del abandono.

Una luz que se asoma desde el interior de uno de los ventanales hace presumir que alguien custodia el centenario lugar, pero nadie abre la puerta.

El arquitecto Roberto Rago que estuvo a cargo del proceso de restauración en sus inicios le confirmó a TsnNecochea que hace algunos años, dejó de ser parte del proyecto.

Desde UATRE, las fuentes consultadas optaron por el silencio, ese mismo al que a veces nos terminamos resignando, aunque nos arrastre consigo los sueños y parte de nuestra historia como cuidad.