Los remolcadores, junto al práctico, prestan un servicio que, a veces parece invisible, pero, gracias a ellos los barcos giran en la pileta de maniobras para poder atracar en el giro dispuesto.
De noche, de día, con tormenta si el puerto permanece abierto, los remolcadores salen presurosos y comienzan la tarea de tomar remolque en el antepuerto. El práctico ya ha subido para guiar la embarcación, mientras los remolcadores empiezan, uno en proa y otro en popa, a girar al “grandote” para su entrada.
Desde la escollera se puede ver la tripulación curiosa que se arrima a las barandas para reconocer su nuevo destino y el barco pasa tan cerquita que la sensación de poder tocarlo. Los lobos, acostumbrados, permanecen inmutables durmiendo en su playita.
Y así, al cabo de unas pocas horas, el boque ya está amarrado en puerto, esperando bodegas abiertas por la carga.