El próximo sábado 6 de febrero, a las 18.30, se inaugurará un mural recordando a Adriana Celihueta, desaparecida el 15 de enero de 1987.
Está emplazado en la calle 63 entre 58 y fue elaborado por las muralistas Susana Yanni, Graciela Gil, Asunción Attanasio, Delia Fernández y Natalia Abrahim.
En la oportunidad la única oradora será su mamá Ivis Baio, tras lo cual se descubrirá el mural. Solicitan a los asistentes concurrir con tapabocas y conservar la distancia social.
“No laves los platos, mamá. Yo los lavo cuando vuelvo”, dijo Adriana Celihueta el 15 de enero de 1987, cuando salió de la casa que compartía junto a sus padres y una hermana. Hoy, a casi 34 años de aquel día, Adriana no sólo no volvió sino que no se supo nada más de ella. Errores judiciales, investigaciones deficientes y una trama de sospechas que rozó a poderes políticos, hicieron que el caso de esta veterinaria que tenía 29 años y estaba a algo más de un mes de casarse quedara impune.
l auto fue encontrado en la mañana siguiente en el parque Miguel Lillo, un área verde de más de 640 hectáreas que alberga alrededor de un millón de árboles, la mayoría pinos. En el asiento del conductor estaban las llaves, en la arena la documentación de la mujer y del auto, que se encontraba de cara al mar y con las puertas abiertas de par en par.
Un primer error, no menor, se dio en ese momento. La Policía le autorizó a su padre que se lleve el auto, sin que previamente le hiciesen las pericias necesarias para encontrar algún tipo de huellas y pistas para investigar. Además, llamó la atención que ella se llevase de la casa un arma calibre 22 de Carlos, un experto tirador y habitúe del Tiro Federal.
Cinco jueces y varios fiscales llevaron adelante una investigación que dejó más dudas que certezas. Nunca hubo imputados, solamente sospechosos; fueron aquellos que tuvieron relación laboral y vinculaciones por diferentes motivos con Adriana. Por impulso de la familia se investigó a Reinaldo Costa, dueño de la veterinaria “La Chacra”, donde ella trabajaba.
La familia siguió adelante, reuniéndose con cada político o integrante del Poder Judicial que quería escuchar su historia. Pero la causa avanzó muy poco, siempre con la sospecha de sus padres de un “encubrimiento político local”. Hasta hubo una sospecha, como planteó un abogado que asesoró a la familia durante años, que vinculaba la desaparición a la mafia de las “cuadreras”, competencias ilegales con dos caballos en campos de la zona, donde había apuestas de “gente poderosa” y mucho dinero en juego.
En el camino Carlos, el padre de Adriana falleció sin saber la verdad. “Mimí”, su madre modista, fue tachando en los primeros años con una cruz cada día del almanaque, esperando un regreso que nunca se concretó.