Por Hugo Möller

Manifestantes de la marcha gay expresaron su rechazo a “toda” la policía y la Iglesia Católica

La séptima edición de la marcha por el orgullo gay, que incluyó expresiones a favor de diversas variantes de elección sexual, volvió a reunir a una numerosa cantidad de manifestantes, en el atardecer del último sábado en Necochea.

Con el lema de “arrojar los prejuicios al mar” y una insólita declaración de Necochea como “capital del sexo anal”, los organizadores lograron reunir no solamente a quienes han elegido un sexo diferente del que la naturaleza los dotó, sino también a hombres y mujeres que brindan su apoyo a que se respete la diversidad y la inclusión de todas las personas, independientemente de su fisonomía o genitalidad.

Pacíficamente, con coloridas banderas y pancartas, se concentraron una vez más en la rambla de 83 y 2. Y desde allí partieron marchando por la peatonal, dirigiéndose en su camino hacia la Comisaría Tercera y la Parroquia Nuestra Señora de Lourdes.

Fue allí, frente a la sede policial y al templo católico, donde la prédica por el respeto a la diversidad y la tolerancia mutaron en agresiones y descalificaciones injustas y desafortunadas.

A nadie escapa que la policía bonaerense en su conjunto, desde hace muchos años, viene contando en sus filas con integrantes que han contribuido a desprestigiarla. No en vano se han realizado sucesivas “purgas” por parte de diferentes administraciones provinciales. Y que tradicionalmente ha tenido un fuerte sesgo machista. Víctimas que han concurrido a denunciar violencia de género, cuando aún no existía la Comisaría de la Mujer, pueden dar fe de ello.

Pero asegurar, como lo hicieron a través de una proclama leída frente a la sede policial de la calle 8, que “en comisarías como ésta se protege a los violentes, violadores y femicidas”, resulta temerario. Y más aún sostener que “no son solamente algunos policías, es toda la institución”. Un despropósito.

Tampoco se puede negar, ni el Papa lo hace, que la conducción de Iglesia Católica ha mirado para otro lado durante años respecto de violaciones de menores cometidas por propios miembros de la institución. Hay curas argentinos presos por esa causa. Hubo acusaciones, pero ninguna prueba y mucho menos condena, contra el sacerdote Alejandro Martínez, que hoy tiene a cargo la parroquia de la villa balnearia. Fueron hechas por padres de niños de una escuela marplatense. Martínez nunca fue llamado a declarar. Nunca estuvo imputado. Y el docente acusado, Fernando Melo Pacheco, fue declarado inocente tras cumplir casi tres años de prisión domiciliaria.

De modo tal que gritarle “violador” al sacerdote Martínez, como lo hizo una joven con un altoparlante, aplaudida por muchos presentes, resultó desacertado.

“Nos quemaron por brujas, antes. Y nos quieren quemar, ahora, por tortas, putas, maricas, trans y travas”, continuó a los gritos la joven en medio de la manifestación. Otro despropósito.

Además de la policía y la Iglesia, fueron blanco de críticas las autoridades políticas. Desde el intendente Facundo López, hasta el presidente Mauricio Macri, pasando por la gobernadora María Eugenia Vidal.

Quizás ignoren estos manifestantes (y hayan decidido olvidar militantes kirchneristas) que el primer encontronazo entre monseñor Jorge Bergoglio y el entonces jefe de gobierno porteño Mauricio Macri se produjo en 2009. ¿La causa? El apoyo de Macri al matrimonio homosexual, no apelando una sentencia judicial, como pretendía el entonces cardenal, hoy Papa Francisco.

No pueden desconocer, porque una de las líderes manifestantes es una de las beneficiadas, que en la gestión del actual intendente, a través del área de Derechos Humanos, se incorporó al plantel municipal a dos personas transexuales.

Por otra parte, resulta curioso que quienes eligen condiciones sexuales que no hacen posible la reproducción, reclaman airadamente a favor del aborto, como lo hicieron en esta manifestación para expresar su orgullo gay.

Como todos, heterosexuales u homosexuales, merecen un trabajo digno, tal como lo requieren. Y vivir en paz, sin que nadie los moleste, ni los agreda. Y sin necesidad, al mismo tiempo, de alardear de la elección sexual por la que se ha optado. Simplemente vivir con ella. Sin prejuicios.