Fue un jueves de 1991. La nieve comenzó a caer pasadas las 21 y, según las crónicas de la época, el fenómeno fue sólo comparable con uno que ocurrió en 1945 cuando la capa de nieve acumulada alcanzó los 10 centímetros.
Pese al frío los vecinos salieron de todos modos a patios y plazas a disfrutar de un paisaje tan poco habitual en nuestra ciudad y a retratarse con cámaras de fotos para inmortalizar ese día.
Los días anteriores a aquella imborrable jornada, una masa de aire polar venía azotando a la región e incluso en la tarde del 31 de julio se había registrado una densa agua nieve para dar luego paso a la caída de los primeros copos.
En los minutos iniciales de aquel jueves 1° de agosto, que comenzó con una temperatura de un grado bajo cero y una sensación térmica de 9 grados bajo cero, empezó a producirse de manera continua la nevada, que se extendería durante toda la madrugada.
En las localidades del interior, más alejadas del mar, la nevada fue aún más intensa.
Al mediodía, una intensa granizada limpio el cielo y de a poco la nieve comenzó a derretirse quedando para siempre en el recuerdo de los vecinos que esa noche disfrutaron una noche diferente que, por ahora, no volvió a repetirse.