“El que se moja no se enoja” rezaba la publicidad de Bombuchas hace varias décadas en la pantalla de a tele.
En Argentina, el carnaval se asocia a los ritos precolombinos de las cosechas y de la tierra. Jugar con agua apunta a una intención purificadora, donde el líquido cobra poderes de desencantamiento o produce milagros mágicos.
La “teoría” de la purificación se corrobora con otros relatos de la historia. Allá por el 1600 en Génova, Italia, los habitantes arrojaban huevos rellenos con agua desde las ventanas para recibir a los visitantes que ingresaban a la ciudad. La idea era purificarlos. Podría ser el primer rastro histórico de los globos de agua, una tradición que ya lleva décadas.
Es que el globito, o la bombita de agua es una costumbre de los veranos argentinos. Se pueden conseguir bolsas en cualquier kiosco. La bolsa clásica que se vende en la actualidad trae 100 globos con variedad de colores. Sin embargo, no siempre fue así.
En un principio, se vendían sueltas, porque la bolsa que venía con globos de distintos colores era más cara. Además, el precio difería según el tamaño. Las más pequeñas valían monedas y eran las más compradas por los más chicos.
Cuando los más grandes recuerdan cómo era el carnaval en su juventud, la guerra barrial de globitos de agua es una de las anécdotas más recurrentes.
La marca Bombucha también incluyó otros productos, como flotadores o kits de verano para la playa (balde, pala y rastrillo).
Hay cosas que con los años siguen vigentes y la bombucha se mantiene como un clásico del verano, aunque algunos hábitos cambien.