Hoy 28 de marzo, se cumple un nuevo Aniversario de la fundación de Juan N. Fernández.

115 años, de historias, vivencias, recuerdos de tantas familias que están y han pasado por J.N. Fernández a lo largo de tantos años.

Desde la delegación invitaron a los festejos, como se merece este acontecimiento, el próximo 6 y 7 de abril.

Desde sus albores, cuando este rincón al norte del partido de Necochea no era más que un incipiente caserío, a la estación Juan N. Fernández le auguraba un futuro próspero. La condesa de Sena, una criolla con título nobiliario otorgado por la Corona de Portugal, era la propietaria de estas tierras y cimentó las bases del pueblo. Los colonos, pioneros aguerridos que llegaron a trabajar los campos, hicieron el resto.

Un camino de asfalto que se desprende de la ruta provincial Nº 86 conduce a este pueblo prolijo y pintoresco, ubicado a 79 kilómetros de Necochea, la ciudad cabecera del partido. Las construcciones son bajas y la cúpula de la iglesia, incólume y elegante, sobresale desde los alrededores. Las calles tranquilas están escoltadas por altos palos de luz y la plaza, con su imponente mástil central y las banderas de las principales colectividades de inmigrantes flameando en uno de sus laterales, es propia del centro de una ciudad pujante.

Estas tierras eran todavía vírgenes y sólo conocían el merodear de la fauna autóctona o el paso circunstancial de algún aborigen escurridizo cuando Juan Nepomuceno Fernández comenzó a figurar sobre ellas en los mapas de la Dirección de Geodesia, allá por 1839. El 28 de marzo de 1909, siete décadas después, su nombre quedaría perpetuado con la fundación de este pueblo que días pasados se volcó a las calles para celebrar durante una semana su nuevo cumpleaños, de cara al centenario.

Don Juan N. Fernández nació en el seno de una familia tradicional en tiempos del Virreinato y fue un estanciero visionario. Desembarcó por estas tierras el mismo año de la creación del partido de la Lobería Grande con una fracción de 13 leguas fuera de la línea de frontera y hacia 1867 llegó a tener 95.000 hectáreas. Con los ojos puestos en el mejoramiento de los vacunos de estas pampas, introdujo reproductores desde Inglaterra y en 1850 sus haciendas de excelente calidad comenzaron a pastar en campos fernandenses.

Eran tiempos en que la quietud y el silencio reinaban sobre el horizonte infinito. Gauchos errantes y reseros de cepa tenían a su cargo el cuidado de los rodeos de vacunos contribuyendo, casi sin querer, al engrandecimiento del país. Por entonces, el mayor peligro para los hacendados recaía en la hambruna de los perros cimarrones y los pumas que acechaban durante las pariciones. Según cuentan, tal era la paz reinante que bastaba con clavar la hoja del cuchillo sobre el suelo y arrimar el oído para percibir el movimiento de la tropa.

En 1871, don Juan Nepomuceno muere y Josefa, una de sus cinco hijas, hereda parte de sus campos del sudeste bonaerense. El 28 de marzo de 1909, la condesa de Sena (tras la muerte de su esposo, José Toribio Martínez de Hoz, Josefa Fernández se casó con un militar portugués, Juan de Fonseca Vaz, designado cónsul por la Casa Real de su país) cedió 1000 hectáreas que salieron a remate ese día y donó los terrenos para los edificios públicos y la iglesia. Nacía el pueblo de Juan N. Fernández.

Algunos pioneros ya arrendaban y cultivaban estos suelos que atravesaba el ferrocarril desde 1904, al tenderse el ramal entre Tandil y Defferrari, y con la venta de los lotes sus andenes se colmaron de pasajeros dispuestos a poblar estas tierras y engrandecerlas.

Los comienzos no fueron fáciles, pero pronto se instaló un horno de ladrillos, hoteles y comercios. Hasta las casillas de las trilladoras sirvieron para echar raíces y en su interior funcionaron la primera peluquería y la estafeta de correos. Las grandes estancias se transformaron en colonias y el pueblo adquirió nuevos bríos.

A 20 años de su fundación ya contaba con 6000 habitantes y el camino hacia el progreso parecía no tener fin. Le tocó vivir años duros. Sufrió con las crisis del sector agropecuario y recibió golpes difíciles de sobrellevar. Pero Juan N. Fernández, fiel a sus ideales, sigue de pie, artífice de su propio futuro.