Lamentablemente en la tarde de hoy, falleció Guillermina Ramos viuda de del Hoyo. Conocida como “La Guille”, quien fue un referente fundamental de Arenas Verdes, desde su fonda ubicada en el balneario a la que necochenses, loberenses y turistas toman como un punto de referencia para ser visitado.
Junto a su esposo “Chiquín”, fueron dos de los primeros pobladores estables del balneario loberense, donde en principio pusieron una proveeduría, para luego construir un hospedaje, cabañas y un restaurant.
En el año 2021, una crónica del diario La Nación, reflejaba la historia viva de este lugar y, por supuesto, de la propia Guillermina:
“Las empanadas de Guillermina son más conocidas que Arenas Verdes”, afirma Marcelo Del Hoyo (60 años), atendiendo una larga fila de devotos en la ya mítica Fonda de Guillermina, en una de las playas más agrestes y perfectas del litoral marítimo bonaerense, Arenas Verdes, en el Partido de Lobería.
“Las empanadas de Guillermina son más conocidas que Arenas Verdes”, afirma Marcelo Del Hoyo (60 años), atendiendo una larga fila de devotos en la ya mítica Fonda de Guillermina, en una de las playas más agrestes y perfectas del litoral marítimo bonaerense, Arenas Verdes, en el Partido de Lobería.
Arenas Verdes se creó gracias al sueño de Guillermina Ramos, su madre, de 85 años, quien hace más de treinta años tuvo una visión: afincarse en este lugar y plantar árboles.
En 1988 Guillermina y su esposo Atilio Del Hoyo supieron que sus días en Mar del Plata estaban contados. Cansados de la inseguridad, desplegaron el mapa, quisieron señalar una playa que algunos pescadores comenzaban a frecuentar. No figuraba (aún hoy sucede) en la cartografía. El boca a boca los depositó en Arenas Verdes.
“No había nada, una pequeña bomba de agua y nada más”, afirma Marcelo. Ni una sola casa, ni un árbol. “Mis padres soñaron hacer un paraíso”, afirma. Vieron lo que otros no podían. En 1990 levantaron una proveeduría. Los pescadores, únicos que se animaban a llegar, fueron los primeros clientes.
“Guillermina les vendía líneas y los dirigía a la zona de restinga, para que volvieron a comprarles”, cuenta Marcelo. Su madre, a un lado, se ríe. “Tampoco era tan mala, yo me aseguraba de que volvieran”, asegura. Hicieron un almacén de ramos generales. “Si se te rompía el auto, había repuestos, si necesitabas un cordón para las zapatillas, lo encontrabas”, cuenta Marcelo. Pero el matrimonio proyectaba algo mejor.
Dos hechos cambiarían para siempre la historia de la aldea marítima. La obsesión de Guillermina por plantar árboles y apuntalar los médanos. Hasta entonces estaban vivos. “Salíamos todas las tardes con mi marido y los regábamos”, recuerda. “Todas las plantas y árboles que se ven, los pusimos nosotros”, recuerda. Su compañero de la vida ya no está, falleció en el 2020. Pero quedan las consecuencias de lo soñado, “las arenas verdes”, el bosque de aromos y acacias que plantaron. “El viento y los pájaros desparramaron las semillas” Hoy, detrás de los médanos: existe un oasis de sombra donde se asienta la pequeña constelación de casas, no más de quince.
El segundo hecho que determinó la suerte de Arenas Verdes fue algo tan simple como pretender comer algo. “Los pescadores le pedían a Guillermina comida”, resume Marcelo. “Ahí cambió todo”, completa. Su madre sacó de la galera una vieja receta familiar: las empanadas.
“Yo no sé bien cómo las hace, pero te aseguro que probas una y no podes parar”, asiente su hijo. Las empanadas (de carne, fritas) calmaron a los hambrientos cultores de los anzuelos, pero también atrajeron a los primeros turistas. “Nunca necesitamos hacer publicidad”, afirma Marcelo. “La buena comida, junta a las personas”, dice Guillermina.
“Tuvimos que agrandar el negocio y así nació la Fonda de Guillermina”, recuerda Marcelo. De a poco la gente comenzó a pedir más empanadas que artículos para la pesca. Y las empandas, devinieron en otros platos. “Papá inició una tradición: los domingos de cordero”, asiente. Unos días antes buscaba el mejor ejemplar de los campos vecinos y lo cocinaba con papas y hierbas en horno de barro. La fonda, se consolidó.
“Somos italianos y españoles”, afirma Marcelo. “Comenzamos a amasar pastas con salsas bien españolas, somos del estofado”, reconoce. Árboles, sombra y sabores, el legado de Guillermina eclipsó al mismo mar. “Hay clientes que no conocen la playa, que está a 150 metros, vienen sólo a comer”, afirma.
La Fonda está dentro de una pequeña calle arbolada y “céntrica” del pueblo. Su interior está repleto de objetos y cuadros que remiten a la historia familiar, que es también la del propio balneario. Aprovechando el anonimato que dan los médanos y el bosque, algunos famosos son habitúes. Marcelo Tinelli acostumbra a visitar la Fonda. “Es capaz de comerse una docena de empanadas”, afirma Marcelo. El actor Nicolás Vázquez, está construyendo una casa. “Acá pueden andar tranquilos, nadie los molesta”, agrega.
“Hemos conseguido que sea declarado Paisaje Protegido, por Ley Provincial 15141”, afirma Marina Freiz (41 años), delegada municipal. “No se puede hacer fuego, ni cortar árboles, está prohibido que se instalen estaciones de servicio o fábricas”, enumera las claves de la protección. Un camping dentro del bosque atrae a la juventud.
La playa, inmensa y virgen, convoca a jóvenes de Necochea, Tandil y Olavarría. El agua es cálida. Algunos paradores en los últimos años se han instalado sobre la línea de costa. Son el mejor plan para ver el atardecer. “Son playas vírgenes, de las pocas que quedan”, afirma Marcelo.
Lobería es un distrito que le ha dado la espalda al mar. Muy identificado con la vida rural, agropecuaria y ganadera. La ciudad cabecera queda a 50 kilómetros, pero a menos de 10 minutos, Necochea. “Guillermina es la responsable que ahora nos fijemos en nuestras playas”, afirma Freiz.
Debajo del Paralelo 39, Lobería tiene un frente costero virgen de casi sesenta kilómetros. “En pandemia, muchos conocieron el mar por primera vez”, sostiene Freiz. En cuarentena se habilitaron los viajes internos. “Este verano los turistas van a elegir estos lugares aislados, lo sabemos”, advierte. El acceso, por ruta 88, es de tierra. Está en muy bien estado.
Durante la cuarentena quedaron 19 habitantes. Son los estables. “Salíamos a vernos, a veces nos juntábamos a comer, te acostumbras a la soledad”, afirma Marcelo. “No es para cualquiera” agrega. “Salíamos a caminar por la playa, nunca te aburrís, para nosotros no hubo cuarentena”, completa. Por estas razones estos pequeños pueblos recostados en la costa, hoy son destinos deseados.
“Es posible un descanso en la naturaleza misma. Arenas Verdes es aún muy agreste y en tiempos de pandemia, se busca eso”, afirma Augusta Lahore, directora de Turismo loberense. Dentro del bosque, el 2 de enero inauguraron el Paseo Público Peatonal. Uniendo la playa y el bosque es un circuito recreativo donde se hacen además eventos culturales y musicales.
“Mamá, pasaba tres días sin dormir, cocinando sin parar”, recuerda Marcelo. En verano, la familia ayuda. “La abuela es un ejemplo de trabajo y perseverancia. Arenas Verdes es lo que es, gracias a ella”, afirma Pilar del Hoyo, su hija de 20 años quien visita la fonda en los veranos. “Haber crecido en este paraíso no tiene precio, ver el amanecer dentro del agua es un sueño”, confiesa Faustina del Hoyo, su hermana de 24 años. “Todo se lo debemos a nuestros abuelos”, concluye.
Guillermina hoy es una presencia mítica, ha legado sus recetas y disfruta su merecido descanso. Sentada en una de las mesas, recibe a los turistas. “Les cuenta historias, ella soñó este lugar”, afirma Marcelo. Su sueño, hecho realidad, es una de las playas más bellas de la Buenos Aires.
Con información de Radio Ciudad de Lobería y de La Nación