Por enésima vez, la economía argentina afronta un momento crucial, tal vez el más dramático desde las horas vividas en diciembre del 2001, cuando se pensó que el sistema financiero argentino nunca más se recuperaría, con la gente abollando las persianas de los bancos para que les devolviesen sus plazos fijos en dólares.
En esta oportunidad, no es que haya riesgo de una corrida contra los depósitos ni una desestabilización de las principales variables financieras, sino que desde hace cinco meses exactos los tiburones del mercado, aliados a poderosos integrantes del empresariado local, influyentes dueños de compañías de telecomunicaciones, fondos especulativos encabezados por los buitres que pugnan en el juicio por la errónea expropiación de YPF y dirigentes políticos que aún no aceptan que su tiempo ya pasó y deberían dar un paso al costado definitivo por el bien de la Patria, parecen haberse alineado para tratar de desestabilizar a la administración de Javier Milei.
Todo empezó a mediados de abril último, cuando el gobierno ensayó una salida del cepo cambiario y aplicó un casi inentendible esquema de bandas de flotación que nunca terminó de convencer a nadie.
Pareció casi un capricho del sólido equipo liderado por Luis Caputo y Santiago Bausili. Así, lo que debía ser una medida para celebrar -la salida del cepo- se terminó convirtiendo en un vía crucis que impidió a la administración libertaria comprar las divisas que, a esta altura del partido, deberían haber permitido eliminar cualquier duda de los acreedores externos sobre el pago de la deuda.
En pocos meses, se pasó de un riesgo país de 400 puntos a uno de 1.400, y de un dólar de $1.100 a otro de $1.500.