Pilar O’Gorman espera junto a la desvencijada puerta de hierro de una cripta. En sus manos sujeta un retrato enmarcado de Camila O’Gorman. Tiene 30 años y es su sobrina chozna. Siete generaciones hacia el pasado, el 18 de agosto de 1848, su antecesora, aquella joven de la sociedad porteña que se enamoró del cura Ladislao Gutiérrez, fue fusilada junto a él. La historia se hizo popular en la década del 80, cuando aquel romance imposible se hizo película: Camila. Pero ahora son las 11.30 de la mañana húmeda y gris del 1 de agosto, y el escenario es el cementerio de La Recoleta. Arriba de la entrada de la bóveda se lee, textual: “Familias de O’Gorman y Isla”. Los Isla, explica Pilar, “son una familia de la burguesía porteña, de la política. Una hija de Enrique, el hermano de Camila del cual desciendo, se casó con una Isla”. El ingreso está cerrado con un candado. Pilar cuenta que lo puso el padre de una conocida escritora, que dejó la llave en la intendencia del camposanto y que se perdió. Hace unas semanas probaron varias, sin suerte. Todo está descuidado: el vidrio de la puerta está roto, sucio y cubierto por telarañas. Quedan apenas las cintas blancas atadas a los hierros que deja la gente. Como sucede en la tumba de Felicitas Guerrero, es una forma de homenajear a dos mujeres jóvenes que vivieron un amor trágico

Diez minutos más tarde, un empleado del cementerio llega con una amoladora hasta la pequeña calle sin salida (la n°3 del sector 9, cerca de la entrada), que da hacia el paredón de la calle Junín. Desenrosca un rosario blanco que está sujeto al candado. Lo deposita a un costado con delicadeza. Y luego, con rapidez y precisión, toma la herramienta y rompe el cerrojo. Unas pocas chispas y las puertas, coronadas por un arco de hierro de medio punto, se abren con un chirrido.

Adentro, el deterioro en que se encuentra deprime. El lugar es pequeño, no más de 2 metros de ancho y otros dos de profundidad. Las paredes están descascaradas, los ladrillos de barro de la vieja construcción tienen rajaduras. Al frente se amontonan tres urnas cubiertas de polvo. Una está dada vuelta: si estuviera en la posición correcta, se desfondaría y las cenizas que contiene quedarían desparramadas. No hay velas, flores ni candelabros. Todo eso, se nota, fue saqueado hace años. Debajo, hay un solo subsuelo, que según Gabriel Roldán y Alan Martínez, los empleados que ingresaron, puede llegar a los 9 metros de profundidad. Ellos detectaron que hay 12 “catres”, como se llaman a las estructuras que sostienen los cajones. Sin embargo, no pudieron descender. Enseguida notaron que la edificación se movía. El riesgo de que todo se venga abajo se ve a simple vista. La pared del fondo tiene un agujero, y por el hueco de un derrumbe en el costado izquierdo, un ataúd de una nichera vecina pasó a la bóveda de los O’Gorman y se encuentra cruzado en el piso, a punto de romperse. Además, según contó el gerente del cementerio, Gustavo Rossi, un caño de AYSA, roto desde hace algunos años, provocó filtraciones que inundaron y debilitaron la parte estructural de la cripta: “Se está arreglando ahora”.

Dentro de la bóveda, con dificultad, cubiertos de polvo y telarañas que se pegaban a su chomba azul, Roldán y Martínez, alumbrados por una lámpara de halógeno, retiraron las urnas. Otro empleado, Héctor Cruz, tomó nota de los nombres con tinta negra. En la primera hay cuatro placas, y adentro, sólo cenizas. Están las de María Teresa o’Gorman, que falleció el 22 de junio de 1971; la de Paz Rodríguez de o’Gorman, muerta el 27 de julio de 1965; la de Ramona Rodríguez O’Gorman, cuyo deceso fue el 25 de julio en la década del 60 (el último número es ilegible) y María de las N. de O’Gorman, que expiró el 22 de junio de 1966. En la segunda urna -la que retiraron boca abajo- sólo se lee María G. de O’Gorman, R.I.P. y una placa señala: Antonio O’Gorman 2/8/1912. La tercera urna contenía dos placas referidas a la misma persona: Adalberto J. O’Gorman, muerto el 9 de junio de 1938. Luego retiraron una placa que del cajón ubicado más arriba: Esther o’Gorman de Harrington, fallecida el 2 de septiembre de 1977. Y por último, la urna más grande y pesada -que no pudieron retirar- y estaba ubicada detrás de un marmol. Pensaban encontrar restos de varios antepasados, pero los empleados aclararon que había “un solo cráneo”. El de Ernestina O’Gorman de Dhers, que murió el 29 de mayo de 1957.

Según cuenta el historiador Héctor Daniel De Arriba -que acompaña a Pilar O’Gorman en su lucha para que la bóveda familiar sea restaurada y puesta en valor- la última vez que un muerto entró en esta cripta fue en 1984, cuando enterraron a la madre del escribano Rafael ‘Yuyo’ O’Gorman. Pilar inició casi en soledad una lucha que, por ahora, va ganando. Al menos, logró abrir la cripta. “Esta bóveda es compartida, y la otra parte de la familia tiene el título de propiedad. Son primos de mi papá. El título quedó en manos de los hijos de Yuyo, que fue a un cementerio privado. No te sabría decir si a los hijos les interesa todo esto o no, porque cuando se abrió el expediente y los notificaron de la apertura de la bóveda porque está en peligro de derrumbe, no contestaron. La ley dice que si hay peligro de derrumbe el cementerio tiene que actuar. Entonces, se los va a notificar de nuevo. En caso de no contestar, el cementerio puede tomar a la bóveda como punto de interés turístico. Y ahí yo no podría hacer mucho. Espero que los hijos de ‘Yuyo’ contesten. De todas maneras, yo estoy trabajando con Cultura, con la Legislatura porteña por un proyecto de mecenazgo, por los arreglos y también con el Senado para que la bóveda sea declarada Patrimonio Histórico”.

Pero el camino será arduo. Explica Rossi que, desde la gerencia del cementerio, “dictamos el abandono de la bóveda, se citó a la familia y comenzaron los trámites para arreglar todo, por el peligro de derrumbe que tiene. Todo ese sector está clausurado. Recién ahora pudimos abrirla, intervenir y hacer los estudios correspondientes para poder restaurarla. Una vez que se consolide y reconstruya la bóveda, en un plazo de cuatro o cinco meses, se cita nuevamente a la familia para ver si quiere pagar el arreglo. Si no paga el arreglo, se dicta la caducidad de la bóveda, se la queda el gobierno de la Ciudad y se retiran los restos. Pero no es tan rápido, también tiene que actuar la justicia. Lo estamos haciendo con varias bóvedas que están en mal estado”.

Por ahora, Pilar toca todas las puertas que puede para que su sueño se convierta en realidad. “Me parece bueno que el cementerio tenga a la bóveda como un punto de interés turístico. Y trabajo con ellos. Por ejemplo, se nos sugirió si el 18 de agosto, que es la fecha del fusilamiento de Uladislao y de Camila, podríamos hacer un acto acá y contar la historia de ambos. Les dije que sí, por supuesto. Me parece importante trabajar en conjunto para que la memoria y el nombre de ellos tenga un lugar destacado. Los dos atravesaron su contexto histórico y son personalidades que a todos nos tocan”.

Con todo, hoy Pilar O’Gorman ya no está sola. Con ella, en el exiguo espacio de la calle interna, además de De Arriba, su novio Nicolás Laurnagaray (asistente administrativo del Senado de la Nación) y por supuesto Rossi, estuvieron nada menos que el Arzobispo de Buenos Aires Jorge García Cuerva; la jefa de asesores del Senado, Agustina Tardieu; la directora general de Desarrollo Cultural y Creativo del ministerio de Cultura de CABA, Carolina Cordero; otra miembro de dicho equipo, Mercedes Urbonas Alvarez y la ex jefa del Departamento histórico y artístico del Cementerio de la Recoleta, Susana Gesualdi.

La presencia del Arzobispo porteño fue la que más llamó la atención. Monseñor García Cuerva le explicó a Infobae que su interés por el tema era “absolutamente particular”, sin relación con su labor pastoral. “Yo soy licenciado en Historia de la Iglesia. Mi tesis en la Universidad Católica, que defendí en el año 2003, fue sobre la epidemia de fiebre amarilla de 1871, donde dos de los hermanos de Camila fueron muy protagonistas. Ellos fueron Enrico Gorman, jefe de policía, y Eduardo Gorman, que fue sacerdote. Ambos trabajaron muy fuerte para sacar adelante a la ciudad de Buenos Aires durante la epidemia. Pero además, mi tesis sobre Derecho Canónico la hice sobre cementerios y exequias. Junto con otros vecinos de la ciudad, formamos un grupo autoconvocado en defensa del patrimonio histórico de los cementerios. Son museos a cielo abierto y hay que cuidarlos, defenderlos y ponerlos en valor, porque aquí descansan quienes nos precedieron en el camino de la vida”.

Camila y Ladislao

Un breve repaso por la vida de Camila O’Gorman debería detenerse en las estaciones más importantes de su exigua existencia. Nació el 9 de julio de 1825. Era hija de Adolfo O’Gorman y Joaquina Ximénez Pinto. Iba a misa a la parroquia del Socorro, donde conoció al cura tucumano Ladislado Gutiérrez. Entre ambos nació una pasión que no quisieron frenar. El 12 de diciembre de 1847 huyeron de la ciudad. Cuando llegaron a Entre Ríos lo hicieron con una falsa identidad: Máximo Brandier y Valentina Desean. En Goya, Corrientes, abrieron una escuela. Allí, Ladislao fue reconocido y detuvieron a ambos. El 15 de agosto de 1848 los alojaron en el cuartel rosista de Santos Lugares. Juan Manuel de Rosas, que se enteró tarde de la huida, recibió al padre de Camila, que le pidió un castigo ejemplar. Presionado, el 18 de agosto en la madrugada firmó la condena a muerte. Ni los ruegos de su hija Manuelita, amiga de Camila, lo hicieron ceder. A las 10 de la mañana, los dos fueron fusilados. Los enterraron, juntos, bajo un sauce.

Para el Arzobispo García Cuerva, la relación amorosa de Camila O’Gorman con el cura Ladislao “es un hecho histórico que no se debe analizar de manera anacrónica, hay que analizarlo en su época, donde todo el acento se puso en la decisión que tomó Rosas, pero no se tuvo en cuenta que toda la clase dirigente, incluso la clase dirigente opositora que estaba emigrada en Uruguay, la Banda Oriental, reclamaban una sanción ejemplificadora, que se los fusilara, porque, decían, en la ciudad de Buenos Aires se vivía un relajo. Fue mero oportunismo político de la clase dirigente, que de manera unánime reclamaba esa trágica medida que, por supuesto, nos resulta absolutamente espantosa. Pero insisto, no hay que hacer un análisis de la historia de manera anacrónica. Y sí, quizás, rescatar la figura de Manuelita Rosas, que como amiga de Camila, intercedió por ella hasta último momento”.

El historiador De Arribas terció en la charla con el prelado y agregó: “El concubinato de los sacerdotes era común en esa época. Monseñor Elortondo y Palacios, diputado y director de la Biblioteca Nacional, tenía su concubina. Era natural. La alta jerarquía eclesiástica tomaba sirvientas que eran sus concubinas. Acá lo que se invirtió es que Camila pertenecía a la alta sociedad y se fue con un cura provinciano, de una parroquia alejada del centro de Buenos Aires. Invirtieron ese código de relación y lo agravaron, entre comillas, yéndose de Buenos Aires. Y con un adicional: que Ladislao se llevó las limosnas de la parroquia del Socorro, algo que informó un representante del Vaticano y está en sus archivos secretos”.

El otro mito de su huida y su captura el 14 de junio de 1848 en Goya, Corrientes, es que Camila estaba con un embarazo en estado avanzado. “Está el sumario que se hizo en Corrientes, donde figura que ella estaba descompuesta. Los sumariantes dijeron que era porque estaba encinta. Y después, bueno, como dice Monseñor, los unitarios presionaban y Rosas tenía que dar un ejemplo de moralidad para las mujeres y para los hombres, y no le quedó otra que el castigo”.

Cuando la tarea en la bóveda terminó, quedó claro que no será fácil determinar en qué cajón o urna están los restos de Camila O’Gorman. Hay mucho para analizar en el subsuelo de la cripta. Una posibilidad sería hacer un estudio de ADN a los restos. Como explica Carolina Cordero, que participó en la identificación de los restos de los ex combatientes de Malvinas, “lo mejor para analizar son las muestras que se cotejan con la línea directa: padres, madres, hermanos, primos. Después, con el paso de las generaciones, se empieza a deteriorar mucho. Hay que encontrar un ADN que tenga material genético limpio o sin contaminar, por ejemplo dientes o un fémur. Además, Camila no tuvo descendientes”. Pero sin embargo, señala, hay algo que facilitaría mucho la identificación: “Si están los huesos, está las marcas de los disparos que Camila recibió cuando la fusilaron”.

Pilar se llevó una conclusión optimista, dentro de todo: “Estuvimos esperando mucho tiempo que esto sucediera. Aguardábamos este resultado, era difícil que se encontrara identificada a Camila en un ataúd, dado la cantidad de años que pasaron. Pero haber podido abrir el mausoleo y que se empiece a recuperar es un gran paso, una gran reivindicación para Camila y Uladislao”.

El historiador De Arribas -que escribió Cuatro curas y una mujer: Camila O’Gorman (Editorial Dunken)- concuerda con Pilar: “Las expectativas de abrir la bóveda se cumplieron. Después, la parte de la identificación del ataúd o urna que tuviera los restos de Camila no, porque la bóveda tiene gran profundidad y, por la antigüedad de la inhumación, ella estaría abajo, y arriba los que descubrimos, que son del siglo 20. Eso quedó como una gran incógnita. Pero los documentos dicen que sus restos fueron trasladados desde Palermo y enterrados aquí el 3 de septiembre de 1952. Para mí, que no soy O’Gorman, pero soy historiador, me satisface que Pilar haya logrado en su batalla titánica la apertura de la bóveda, porque otros O’Gorman me han dicho ‘Camila ya fue’. Y la historia no es ‘ya fue’. Nos sirve para aprender del pasado. Esta historia que tiene sus visos románticos, la de una chica de 23 años que se va con un cura de 25 y tienen un embarazo, es más que eso, rompió con los cánones del patriarcado, del control, del obispado y de Rosas, claro. Fueron valientes. Y creo que en el cielo están contentos”.

Apenas pasadas las 12 del mediodía, cuando casi todos se despidieron de Pilar O’Gorman, el gerente del cementerio coloca un candado nuevo en la puerta. La marca es D-10. Rossi -un hombre con seguridad acostumbrado al humor negro de quienes trabajan en los camposantos- no puede evitar el chiste: ”Ahora tienen el candado de Dios”.

Fuente: Infobae