Como en cada barrio, los perritos callejeros son adoptados por todos los vecinos del lugar que los cuidan, les dan caricias y alimentos. En el caso de la plaza de la Villa Balnearia, ellos tienen una especia de gran patio compartido y allí vive la pandilla, de integrantes que varían según los días, descansando al sol, comiendo rico y durmiendo calentitos en las cuchas provistas de frazadas.
Los vecinos que se encargan de cuidarlos procuran cada día renovarles el agua, ponerles alimento balanceado y ahora les armaron una nueva cucha ante los fríos imperantes.
Su pequeño barrio canino se agranda y ya cuentan con tres “casitas” prolijamente dispuestas que suelen compartir durante la noche, a veces de a dos por cucha.
De día de los ve poco, recorren el barrio y se acercan tímidos cuando llega alguien con sobras ricas de alguna comida para saborear los huesos sobre el césped.
Hacen siestas al sol y miran pasar la rutina sin molestar, sabedores que cariño y cuidado no les falta en ese espacio de privilegio que han decidido habitar.
Los perritos de la plaza San Martín son parte del barrio. Vecinos silenciosos de cuatro patitas que siguen algunos pasos apurados o se enojan con los escapes de las motos ruidosas. Pero ahí están, en su patio de una manzana entera, cobijados por el amor de la barriada.