Por Silvio Santamarina.- Pepe Mujica, desde el otro lado del río, acaba de sintetizar el clima de negación de la realidad que volvió a apoderarse de los argentinos: el líder uruguayo opina que la Argentina necesita, para arreglarse, al Mago Mandrake en la Casa Rosada. Pero a falta de aquel prestidigitador vintage, tendrá que conformarse con Alberto Fernández.
El candidato del Frente de Todos ya tomó nota de esta recaída cíclica de la nación en el pensamiento mágico, al que recurrimos cada vez que caemos en una nueva crisis de inviabilidad. Y para que el electorado no se impaciente antes de tiempo con él por su falta de planes concretos para garantizar la salvación nacional, Fernández trajo de su gira por la península ibérica un souvenir tranquilizante: la receta del “milagro portugués”, que ya se discute en la opinión pública argentina, con una mezcla de ilusión y escepticismo.
Al votante kirchnerista le seduce la idea de una vuelta al crecimiento y al consumo, luego de tantos años de austeridad. Al llamado “círculo rojo” le agrada la fantasía de un ajuste sin dolor, que ordene las cuentas públicas, pero respetando las condiciones sociales de gobernabilidad.
El progresismo cita el modelo portugués como un ejemplo de cómo marcarle la cancha al Fondo Monetario, sin romper con él en un descontrolado default. El liberalismo se tranquiliza con los elogios del FMI a Portugal. Nadie quiere leer, para no deprimirse, la letra chica del ahorro forzado que ese país viene cumpliendo desde hace años, ni la diferencia de contexto financiero y comercial que supone integrar la Unión Europea, en lugar del Mercosur. Para qué amargarse, ¿no?
En línea con este pensamiento mágico que nos domina, mucho macrista que no quiere dar el brazo a torcer sostiene que, a pesar del relato nac&pop del probable gobierno entrante, la situación económica que heredaría Alberto Fernández no le dejará mucho margen para derroches populistas. Del otro lado también prefieren soñar con un 2020 mágico, con un gobierno K que ordena las cuentas pero sin sudor ni lágrimas, porque supuestamente el ajuste ya fue hecho por el maléfico Mauricio Macri, que pasará a la historia por sus tarifas del terror.
La calma relativa de los mercados tras el último terremoto bursátil parece darle la razón a los optimistas de todos los bandos. Y la propia Cristina alimentó esa tregua al recordar su acuerdo con la norteamericana Chevron. Parece que la fórmula K ya se siente confiada de ganar y empieza a pensar en tranquilizar las aguas para cuando le toque hacerse cargo del barco. “No fue magia”, decía el kirchnerismo en otros tiempos. Pero pasaron cosas: hoy es tiempo de volver a prometer y creer en milagros.