Ana María Ruiz.- Se me antoja que es como la protagonista de una serie de ciencia ficción de los 90, una heroína recia, seria, pequeña de estatura, contundente y poderosa en su mensaje movilizador de millones de personas alrededor del mundo.
Cuando habla ante multitudes en las calles y plazas, ante los congresos nacionales, los embajadores o los empresarios, ella los observa con mirada fría y utiliza pocas palabras, apenas las necesarias, para transmitir la convicción profunda que mueve su liderazgo global indiscutible.
Cuando tenía 11 años, Greta Thunberg fue diagnosticada con sindrome de Asperger y Mutismo Selectivo, y como ella misma dice, prefiere guardar silencio y hablar solo cuando resulta necesario para lanzar el clamor de que hay que parar ya la emisión de gases que destruyen la vida en el planeta. Hoy tiene 16 años, el rostro aún infantil, las pecas y el pelo largo siempre recogido en trenzas, y moviliza a millones alrededor del mundo pero quiere, exige, más.
“Espero que este sea un punto de inflexión para la sociedad y una presión para los políticos”, dijo desde Nueva York mientras encabezaba la multitudinaria marcha de apertura a la semana de Huelga Mundial por el Clima, citada para hacer un ruido lo suficientemente fuerte de manera que los líderes reunidos en la Cumbre Climática del 23 de septiembre lo escuchen. Entonces, salieron ríos humanos a las calles en los cinco continentes, adultos, jóvenes estudiantes y sobre todo niños, que son la punta de lanza en este nuevo activismo planetario, para exigir a los políticos que tomen las decisiones que sean necesarias para frenar la hecatombe.
La historia pública de Greta se inició hace un año, en agosto de 2018, cuando empezó a faltar a clases los viernes para apostarse afuera del parlamento Sueco con un letrero que decía “Huelga escolar por el clima”. Muy pronto los amigos de su colegio, y luego de otras escuelas, ciudades y países se unieron al plan y siguen haciendo jornadas de “Viernes por el futuro”, faltan a clase y se plantan a exigir que se frene ya, y ya es ya, las emisiones que tienen al planeta, y por ahí derecho a la civilización humana, ad portas de la devastación por cuenta de una catástrofe originada por ella misma.
Esto es en blanco y negro, dice Greta. En una charla en Estocolmo en noviembre del año pasado, decía una frase reveladora: “de muchas formas, los autistas somos los normales y el resto de la gente es rara, porque dicen que el cambio climático es una amenaza a la existencia y el problema más urgente, pero siguen actuando como siempre”. Su mensaje es solo uno, simple, directo y categórico: no le den más vueltas al asunto, actúen ya. Si no lo hacen, la palabra extinción llegará para la especie humana, tal como hoy es una realidad para cientos de especies que día a día desaparecen por cuenta del calentamiento global.
Entonces, la “niña del clima” pidió un año sabático en el colegio y se embarcó en un velero (cero emisiones) que atravesó el Atlántico y llegó a Nueva York, encarnando a este personaje como de serie de ciencia ficción, esta niña de trenzas que repite con angustia que el daño ambiental que se produce ahora no será posible de reparar por su generación. Y se planta desde el mismo Manhattan del Trump Tower para decirle al presidente de los Estados Unidos en su cara que no la escuche a ella, pero que escuche a la ciencia y actúe en consecuencia, porque el daño que está produciendo su negacionismo no va a poder revertir los efectos sobre el cambio del clima en el planeta.
Muy seguramente será nominada al Premio Nobel de Paz, y lo ganará, aunque también es directa al decirle a los poderosos que no quiere halagos ni palmaditas en la espalda por su activismo. Ella les exige retomar el Acuerdo de París de 2015, que establece medidas para la reducción de los gases de efecto invernadero, un protocolo esencial que debía comenzar a operar en 2020, pero del que se retiró Donald Trump, dejando en el aire cualquier posibilidad de cooperación internacional para la transición a energías limpias principalmente en los países de la órbita de los Estados Unidos, como Latinoamérica.
Obviamente, porque los seres humanos somos así de mezquinos e incrédulos, a la pequeña activista sueca le han llovido las críticas malintencionadas. Pero yo creo que eso poco importa. El valor enorme de Greta está en la concreción y simpleza de su mensaje y en el ejemplo de liderazgo y activismo que les transmite a millones de niños y jóvenes del mundo; en su invitación a sumarnos todos al eco del más sensato de los clamores, el que pide preservar la especie humana.