Por: Alexis Chavez/N A
Cansados ya de ver tantos políticos vernáculos en la pantalla, la mayoría de los ciudadanos se encuentran sumidos en un letargo de apatía y descreimiento. Esta apatía electoral refleja una desconexión profunda: no se trata ya solo de electores que se quieren quedar en casa, sino de un desencanto que apaga la esperanza de cambio.
Frente a las constantes situaciones que reinan en la pantalla grande y en las redes sociales, sumado a las promesas recurrentes y gestiones que se suceden sin resolver, como lo son la inflación y seguramente la mejora de los salarios, muchos se preguntan: ¿para qué ir a votar si nada cambia y es siempre lo mismo?
El encendido de la televisión y la disminución del “share” radial se traducen en una saturación mediática, adornada con las redes colapsadas, que solo parecen sugerir que nos encontramos bajo una tempestad de ideologías antagónicas que no concluyen nunca en bases comunes para sacar al país adelante y “tirar” todos juntos para un mismo lado que haga ver que los cambios pueden ser posibles y que un país como la Argentina pueda salir finalmente del atraso.
Cada día, en los medios estallan los debates y entrevistas de políticos que repiten el mismo discurso de agresión entre sí; la sobreexposición convirtió a la política en un circo de spots en bucle y titulares diseñados para llamar la atención, pero sin fondo que le permita al ciudadano de a pie poder vislumbrar como llegar a fin de mes o poder cumplir con las metas personales o familiares sin sobresaltos.
Esta omnipresencia genera hastío: un simulacro de participación que, lejos de involucrar, espanta. Y resalta la cruda realidad tras el descontento.
Mientras los políticos se disputan la pantalla de la Empresa de Medios que uno elija para seguir estos avatares, la mayoría de la población lidia con la inflación sostenida, que erosiona el ingreso familiar y eleva los precios de la canasta básica. Después podremos discutir los “dígitos”, mas-menos, pero ¿siempre es a la suba?
Los salarios, rezagados por debajo de la suba de precios, obligan a jornadas de horas extra (si se tiene la suerte de que el empleador las pueda dar) o segundas actividades informales, que ya se torna recurrente al tener varios trabajos para reunir un ingreso medianamente acorde.
Este mal humor social se traduce en cansancio cotidiano, ansiedad financiera y una sensación de que el día a día es una carrera que nunca termina.
¡Como si fuera poco en nuestro país el voto es obligatorio! entonces nos podemos preguntar si nos cabe la responsabilidad cívica de ir o ya lo tomamos como un trámite.
Argentina es uno de los pocos países que impone la asistencia a las urnas. La ley establece sanciones para quienes no concurran sin justificar, desde multas económicas hasta trabas administrativas al tiempo de renovar o solicitar cierta documentación personal. Sin embargo, la obligatoriedad legal choca con la motivación real: muchos votan – hace tiempo – por inercia, desearían quedarse, no viendo una auténtica representación en ninguna boleta.
La sanción por no votar no cambia el ánimo de quien siente que su voto no influye, y esto es lo peligroso, porque si dejamos de ir a sufragar, la suerte estará echada y el riesgo será mayor.
La clave está en transformar la obligatoriedad en compromiso, exigiendo transparencia, participando en espacios de deliberación y fiscalizando cada gestión.
Dejemos de ver al voto como un boleto de salida y asumámoslo como una herramienta de presión para que los candidatos afronten los problemas que ya sabemos que están enquistados desde hace décadas: la inflación, los salarios, la producción, el desarrollo sostenido, la seguridad, la educación y la prestación de salud de calidad; hagamos que los dirigentes y los funcionarios “escuchen el viento” de los problemas reales.
Argentina siempre renace, pero de su descontento. La democracia no está agotada: está a la espera de que cada argentino recupere la voluntad cívica y transforme la apatía en acción.
Cuando el clamor popular deje de ser un murmullo y se convierta en propuestas firmes, la política volverá a encontrar sentido. No basta con cumplir el deber de ir a votar, hay que hacerlo con la convicción de que el cambio está en nuestras manos y comienza en cada rincón del país. N A