Por Silvia Fesquet.- “Si me matan sacaré los brazos de la tumba y seré más fuerte”. No sabía entonces Minerva Mirabal hasta qué punto su frase resultaría profética. En un espantoso crimen, que se intentó hacer pasar por un accidente, fue asesinada el 25 de noviembre de 1960, a los 44 años, junto a sus hermanas Patria y María Teresa por orden del dictador Rafael Trujillo, el hombre que manejaba con mano de hierro su país, República Dominicana, y contra el que luchaban las tres. En homenaje a ellas, en 1999 Naciones Unidas instituyó esa fecha como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Una conmemoración que, realidad y estadísticas mediante, cobra año a año, aquí y en el mundo, una vigencia cada vez más acuciante.
La historia de las Mirabal merece ser evocada. Nacidas en Ojo de Agua, provincia de Salcedo, hijas del hacendado y comerciante Enrique Mirabal, las cuatro hermanas -a las nombradas se agrega Bélgica, o Dedé- crecieron marcadas por el régimen trujillista, que se extendió de 1930 a 1961. Patria era dactilógrafa; María Teresa, agrimensora, Bélgica, se dedicó a la producción agrícola, y Minerva se doctoró con honores en Derecho. Desde muy chicas habían desarrollado una notable conciencia política y social, que se encauzaría en la militancia contra los atropellos de Trujillo en el Movimiento 14 de junio, donde pasaron a ser conocidas también como Las Mariposas, el apodo con que la primera de ellas llevaba adelante su activismo político. El líder de la agrupación, que nucleaba a campesinos, estudiantes, seminaristas y profesionales, era Manuel Tavárez, pareja de Minerva. La dictadura se encargó de ir minándolos a partir de detenciones, torturas, asesinatos y desapariciones. Así cayeron en prisión Tavárez y los maridos de Patria y María Teresa.
Otro elemento habría sellado la suerte de las Mirabal: la invitación cursada a la familia, once años atrás, a una fiesta que daba Trujillo en su residencia. Si bien Chea Reyes, la madre, se había opuesto, negarse a asistir era impensable. Pero fue el principio del fin. Habituado a disponer de las mujeres a su antojo, el dictador no soportó el desplante público de Minerva rechazando todas sus insinuaciones, al tiempo que planteaba su oposición a la política del régimen. Allí se inició la persecución contra la familia, señalada por atentar contra la seguridad del Estado, que incluyó la detención del padre, el despojo de sus bienes, vejaciones, cárcel temporal para dos de las hermanas y la prisión de sus maridos. En mayo de 1960, en El Caribe, periódico de su propiedad, Trujillo acusó a las Mirabal de comunistas. Para muchos, fue un indicio de que ya estaba en marcha el plan siniestro que acabaría con sus vidas. El desenlace llegó seis meses después, en ocasión de una visita de Patria, Minerva y María Teresa a la prisión a la que habían sido trasladados sus maridos. En el camino de regreso, un Pontiac azul y blanco interceptó el jeep en que viajaban, conducido por el chofer Rufino de la Cruz, en el puente Marapicá de Puerto Plata. El Servicio de Inteligencia Militar del régimen fue el brazo ejecutor de la masacre que sobrevendría, y que se trató de hacer pasar por una tragedia vial: los cuatro cuerpos fueron encontrados masacrados dentro del vehículo, al fondo de un barranco. Aunque un diario oficialista dio cuenta de “un accidente”, nadie creyó la versión. El poder omnímodo de Trujillo empezaba a desgajarse. El 30 de mayo de 1961 fue asesinado en una emboscada mientras circulaba con su auto.
Dedé, que no se había involucrado en política, fue la única sobreviviente de las Mirabal. Crió a sus cinco sobrinos huérfanos y hasta su muerte, el 1 de febrero de 2014, se dedicó a honrar la memoria de sus hermanas. “¿Por qué a usted no la mataron?”, solían preguntarle los chicos que visitaban el museo levantado en homenaje a ellas. Su respuesta, invariable, era “Quedé viva para contarles la historia”. A exactos 59 años de aquel crimen, su voz debe ser multiplicada, contra todas las violencias, en nombre de todas las mujeres.