*Por Horacio Minotti. Algunas cosas están claras respecto del proceso electoral que concluirá en los comicios de los Estados Unidos el próximo mes de noviembre. Una de ellas es que, sin pandemia, hasta enero pasado, el actual presidente Donad Trump ganaba su reelección sin despeinarse el jopo. La imprevisible situación, el manejo de largo plazo que el republicano pretendió hacer de la crisis, lo llevó a una paradoja y ahora debe batallar frente a un rival que, en otras circunstancias, no tendría la más mínima posibilidad.

Otra de las cosas que está clara, es que Trump interpreta como pocos, el zeitgeist. Así llamó la literatura y luego la filosofía alemana al “espíritu de los tiempos”. El actual mandatario norteamericano es discursivamente populista, generando el mensaje que la gran masa de votantes quiere escuchar, y económicamente liberal, como cualquier republicano o más aun, generando los resultados en el empleo y la actividad económica que los estadounidenses demandan.

Es innecesario hacer alguna referencia al debate. Corrió en los términos de Trump. Cada tema propuesto por los organizadores que al actual presidente no le convenía, los transformó en una disputa personal atacando directamente a su desconcertado rival o a su hijo, a quien acusó de hacer negocios con los rusos después de haber sido dado de baja deshonrosamente del ejército.

Al contrario, en cada tema que resultaba cómodo, como la mantención de la ley y el orden social, avanzó decididamente sobre un rival titubeante. No hubo argumentos, fue un show de Trump, con un partenaire sin ideas ni reflejos. Un show malo, poco atractivo. Como si en en su mejor momento, a Mohamed Alí le hubiesen puesto un contendiente mediocre, pero Alí hubiese tenido una noche poco inspirada. Esta claro quien se lleva la pelea, pero es un mala pelea.

En el debate no hubo argumentos, fue un show de Trump, con un partenaire sin ideas ni reflejos. Un show malo, poco atractivo. Como si en en su mejor momento, a Mohamed Alí le hubiesen puesto un contendiente mediocre, pero Alí hubiese tenido una noche poco inspirada.

Cabe aclarar aquí que nada de lo que se expresa en estas líneas es un juicio de valor ético, ni tampoco ideológico. Trump es un fenómeno de estos tiempos, no es bueno ni malo, es.

Recorre los territorios, como un político tradicional, pero maneja la conversación pública en redes sociales como nadie. Emite un mensaje segmentado, diseñado para cada espacio territorial de acuerdo a sus necesidades. Enerva a sus fieles de ser necesario, diseña enemigos con simplicidad, y desorienta a sus rivales a cada paso.

Quienes buscan oponerse no saben bien que está pasando. No les gusta Trump, no se apega al ideal de presidente norteamericano que la tradición política y mediática ha diseñado. En definitiva, se trata de un millonario que fue juez en un programa de concursos de la TV. Lo menos convencional que habían soportado previamente había sido Bill Clinton, qué en todo caso, no estaba tampoco exento del cursus honorum político que el establishment requiere.

La mayoría de los medios de comunicación resisten a Trump. Por aquellas latitudes, los grandes medios toman clara y abierta posición política mediante editoriales. El domingo, el New York Times publicó una editorial llamativa, alarmado por el manejo de las redes sociales que pueda hacer el actual presidente el día de la elección. Según detalla, el mandatario podría proclamarse ganador antes de que terminen de contarse los votos, sacar a sus partidarios a las calles y ponerlos en alerta sobre una eventual maniobra los demócratas para “robarle” la elección. Esto, dicen, generaría una crisis social y violencia callejera, si en definitiva es Joe Biden el que se impone en las urnas.

La solución que proponen a dicha presunta maniobra, es que las plataformas controlen el contenido que los partidarios de Trump suban a las redes ese día, como si se tratase de mensajes terroristas que deben se bloqueados. Pero una cosa es controlar la libertad de expresión de los ciudadanos en nombre la seguridad nacional y la vida de las personas, y otra muy distinta es hacerlo en pos de un resultado electoral.

No resulta verosímil que, en el país de las sacrosantas libertades civiles, el espacio mas progresista se encuentre pugnando por la censura de las opiniones libres de los ciudadanos, mientras protege de Trump la libertad editorial de los medios. La libertad de expresión selectiva termina siendo bastante fascista.

Lo que en realidad ocurre es que existe un desfasaje en la interpretación del zeitgeist entre Trump, por un lado, y los medios opositores y el partido demócrata, por otro.

Existe un desfasaje en la interpretación del zeitgeist entre Trump, por un lado, y los medios opositores y el partido demócrata, por otro.

El actual presidente en busca de su reelección, sabe comunicarse como lo hace el ciudadano común, conoce el mensaje que quiere escuchar. Los demócratas y los medios, creen todavía en un diálogo de ida, en el que expresan sus ideas y proyectos, la sociedad los escucha y, sin otra participación que esa, debería votarlos. Esa comunicación unidireccional, con un único mensaje uniforme y monótono, esta fuera de época.

No le importa a Trump que su mensaje para Los Angeles no sea coherente con aquel que dirige a Arkansas. Estados Unidos es un territorio enorme, no en todos los espacios geográficos las necesidades y aspiraciones son las mismas, y el presidente tiene un diálogo diferente con cada uno de ellos. Es desafiante, atrevido y simple.

Su contrafigura, Biden, fue el ganador en una primaria de personajes poco relevantes y de avanzada edad. Su mayor rival, Bernie Sanders, de 78 años, fue quien también perdió las primarias en 2016 con Hillary Clinton, no es un contendiente de fuste. El ex alcalde Nueva York, Michel Bloomberg, de 78 años, apenas superó el 7% de los apoyos. La renovación demócrata post Obama, en realidad parece ser un retroceso al status quo partidario, pre Obama.

Biden, fue el ganador en una primaria de personajes poco relevantes y de avanzada edad. La renovación demócrata post Obama, en realidad parece ser un retroceso al status quo partidario, pre Obama.

El “virus chino” puso en problemas a Trump y Biden simplemente fue quien quedó como resultado de un torneo de veteranos. Los presidentes demócratas de los últimos 30 años tenías otras características. Eran joviales, carismáticos, presentaban rasgos diferenciadores y simbolizaban el zeitgeist de su momento. Pero Biden, parece más una foto de Jimmy Carter.

Trump maneja la conversación pública, incluso la de los medios que lo fustigan. Impone los temas, o se sube a aquellos que dominan las redes. Lo que dice es motivo de discusión y debate por semanas o meses. Las propuestas o mensajes de Biden son anodinos, no forman parte del diálogo social.

Puede pasar cualquier cosa, la pandemia alteró el proceso y los medios potentes juegan el rol que el partido demócrata no sabe ocupar, buscando erosionar al actual presidente. Se perdieron muchos empleos y la economía cayó y, aunque ya muestra claros signos de recuperación, nadie sabe si será suficiente. Los casos de violencia policial racial y la posición de tomó Trump frente a ellos, fue una apuesta fuerte (como todas las del republicano) y habrá que ver cómo le resultan.

Pero lo que queda claro es que Trump es el paradigma del político que interpreta el espíritu de los tiempos, que sería invencible de no ser por la pandemia, y que todos sus oponentes desesperan entre el desconcierto y la contradicción.

*Director periodístico y general – Criterios.info