Atrás quedaron las épocas en que Estela, localidad del partido de Puan, en el suroeste de la provincia de Buenos Aires, supo tener vida propia gracias al Ferrocarril General Roca. La estación fue el punto de partida de la población, que creció al ritmo de la actividad agrícolo-ganadera y llegó a tener comisaría, escuela, almacén y hasta una sede de la empresa Molisud, líder en fabricación de harinas de la región pampeana-patagónica.
El pueblo debe su nombre a la hija de Ramón López Lecube, un hacendado que colaboró con los adelantos de esa zona al donar los terrenos necesarios por donde surcarían las vías férreas. La estación Estela fue fundada en 1908. Hoy, a 20 kilómetros, se emplaza otra estación que lleva el nombre del padre de Estela, la estación López Lecube.
En sus tiempos dorados, Estela llegó a tener más de 90 habitantes. Había chicos que jugaban en la calle y se escuchaban los pitidos que anunciaban la llegada del tren. En 2001, el censo reflejó una clara tendencia migratoria: todos se iban, sólo quedaban 25 vecinos. La baja rentabilidad del campo y las escasas posibilidades de progreso, sobre todo para los jóvenes, llevó a las familias a emigrar hacia las ciudades. Desde 2010 a la fecha, la cantidad de habitantes se mantuvo estable: hay tan solo dos estelenses.
Hoy, el matrimonio de Jorge Fajardo (72) y María Celia Romero (62) resiste en medio de un paisaje desolador: una estación de tren desmantelada, sin techo, puertas ni ventanas; viejas construcciones sumidas en el olvido y candados oxidados en varias tranqueras de los campos aledaños. Apenas se mantienen de pie los viejos silos de la planta de acopio de cereales Estela y prácticamente no quedan rastros del Fútbol Club Estela, que supo medirse con todos los equipos de la región. Una plazoleta lleva el nombre de Silverio Hergenreider, a quien todos conocían como el camionero del pueblo.
“¿Aburrida? No, al contrario, muy ocupada, me gusta esta vida. Soy ama de casa, cuido el patio y las gallinas, junto leña y también hago tareas rurales con mi esposo, ya que tenemos algo de hacienda en una porción que alquilamos. El silencio, la libertad y la tranquilidad de Estela no se comparan con nada”, resume María Celia, que llegó en 1992 junto a su marido y sus hijos Nazareno y Fabio, entonces de 12 y 6 años, respectivamente.
Se conocieron de muy jóvenes, cuando eran vecinos en la zona rural de Jacinto Aráuz, de donde Jorge es oriundo, a unos 70 kilómetros de Estela, en la provincia de La Pampa. Allí fundaron su primer hogar, donde permanecieron cuatro años. Más tarde se mudaron a Estación Algarrobo, vivieron un tiempo en Trenque Lauquen y creyeron encontrar su lugar en el mundo en Estación Fraile, a escasos kilómetros de Daireaux, el pueblo natal de María Celia.
“De Estación Fraile nos corrió el agua. Tuvimos que huir rápidamente por una gran inundación en la que perdimos mucho de lo que teníamos en la casa. Así fue que, de camino a otro campo, pasamos por Estela y nos enamoramos. Siempre estuvimos acostumbrados a pueblos chicos. A mi esposo le ofrecieron empleo en el molino y, además, nos prestaron esta casa, la misma desde hace 31 años. La sentimos como propia”, repasa.
Aquí también la familia forjó su propia historia, ya que sus hijos, hoy adultos, cumplieron con la primaria en la Escuela Juan José Paso, con todo lo que implicó: actividad diaria, eventos y festivales organizados por los padres para recaudar fondos, además de los clásicos actos escolares, siempre muy concurridos.
-¿Es cierto que se van de Estela?
-Estamos en eso. No es porque no nos guste vivir acá, pero mi esposo tiene 72 años y está cansado. Es hora de volver a nuestro lugar, en Jacinto Aráuz. Además, nuestros hijos ya tomaron otros rumbos. Muchas veces pienso en cómo será mi vida lejos de Estela, porque me acostumbré y no aguanto los ruidos.
-¿Siente que va a añorar esta vida?
-Sí, claro, porque, como dije, la paz que se vive acá es incomparable. Cuando visitamos Jacinto Aráuz, enseguida quiero volver. Pienso que nunca abandonaría completamente Estela; que regresaré al menos cada 15 días.
-¿Recuerda cómo era el pueblo el día en que llegó?
-¡Claro! Pasaba el tren de carga, había gente en las calles y el molino funcionaba. Yo había puesto un almacén que trabajaba bien, no se veía la miseria que hoy se sufre. También vivía el único habitante oriundo de Estela, que ya falleció. Ojo, hoy suelen recorrer este lugar algunas personas que lamentan cómo se ha desmantelado el ferrocarril. Y es cierto, pero a mí me gusta así como está, aún sin sus vías del ferrocarril, porque hasta eso fue saqueado…
Nostalgia por un pueblo abandonado
Andrea Garciarena es hija de Juan Manuel Garciarena, quien fuera gran impulsor de la zona y titular de Cabaña Santa Paula, que supo tener una destacada participación en las exposiciones rurales de Villa Bordeu, en Bahía Blanca, y Palermo, en Buenos Aires. Ella nació y creció en un campo a 4 kilómetros de Estela.
Contadora pública nacional, de 47 años, sus hijos son la tercera generación de alumnos de la escuela local. Hoy, Andrea y su esposo siguen viviendo allí, en la porción de campo que les dejó Juan Manuel y al que llamaron “El Legado”. Se dedican mayoritariamente a la hacienda.
“Siento una cierta nostalgia cuando contemplo el abandono, porque me parece que fue ayer cuando éramos una gran familia que le daba movimiento al pueblo. Había bailes, destrezas criollas y el club funcionaba. Eran muy frecuentes las tallarinadas o ravioladas en la escuela, éramos nueve matrimonios que siempre estábamos firmes trabajando por la institución”, evoca.
Hoy, sus hijos Francisco y Agustina estudian Veterinaria en General Pico, La Pampa, por eso Andrea tiene la esperanza de que el trabajo en el campo se prolongue en el tiempo.
La historia de cómo llegó aquí, allá por los años 50, Juan Manuel Garciarena, fallecido recientemente, tiene también sus particularidades.
“Mis abuelos, que vivían en pleno monte pampeano, fueron hasta la ciudad de Jacinto Aráuz para consultarle al doctor por el asma de mi papá, que era un niño. La recomendación del médico fue que habitaran un lugar donde hubieran eucaliptus”, recuerda Andrea.
Las cosas de la vida: ese médico que impulsó a los Garciarena a instalarse en esta zona fue el mismísimo René Favaloro poco después de afincarse en esa remota localidad donde aprendió el profundo sentido social de la vida.
Lo cierto es que los Garciarena compraron un campo cerca de Estela, plagado de eucaliptus, cuando el campo y el ferrocarril eran verdaderos motores del país.
“Estela no es la excepción”
El nacimiento de las localidades del partido de Puan (Azopardo, Bordenave, Darregueira, Estela, Felipe Solá, López Lecube, Puan, San Germán, Tres Cuervos, Víboras, Villa Castelar, Villa Durcudoy y Villa Iris) se forjó, en su gran mayoría, con la llegada del ferrocarril, convirtiéndose en estaciones que, en su apogeo, propiciaron asentamientos de sus trabajadores y familias.
El paso del tiempo, las desafortunadas decisiones políticas en el orden nacional y la falta de inversión redundaron en el abandono de estas localidades, así como en la migración de sus habitantes a otras ciudades.
“Estela no fue la excepción. Este lugar tiene un atractivo histórico y, por sobre todo, un alto valor emocional como lo son cada una de estas estaciones. Desde la gestión comunal recuerdo que siendo contador municipal acompañamos a los exalumnos de la escuela en el centenario, a mediados del año 2005, cuando el intendente era Horacio López”, puntualizó el intendente de Puan, Facundo Castelli.
“Nuestro compromiso sigue siendo continuar acompañando los atractivos y la historia de Estela, pero más allá del apoyo del Estado es fundamental la conciencia social”, fundamentó.
El jefe comunal sostuvo que el éxodo en estos parajes se da permanentemente.
“Somos conscientes de esto y, sin dudas, genera dolor. Hoy los vecinos buscan la prestación de servicios básicos en otras localidades o ciudades, acceso a nuevas tecnologías, vinculación social y participativa. Si en el día mañana un grupo de vecinos decide poblar estos lugares ahí estaré con mi equipo de trabajo acompañando la iniciativa”, dijo.
Por Cecilia Corradetti para La Nación