Antes de que empiece el partido, cada uno debe estar en su lugar. Nada puede ser distinto. Y el ritual hay que repetirlo, aunque signifique un sacrificio. Por ejemplo, viajar tres horas y media al trabajo, y otro tanto de vuelta, aunque ese día le toque franco. Es el caso de Luciano L., que es vigilador, tiene 31 años y trabaja en un barrio cerrado en San Isidro.
El viernes pasado, aunque no le tocaba, sabía que tenía que ver el partido con Tomás, su compañero, y con Nacho y Walter, dos vecinos, tal como lo hicieron en todos los partidos del Mundial que jugó Argentina. El primer partido también estaba Luis, pero como Argentina perdió, ahora tratan de que esté de franco o que lo mire desde afuera. “Mi novia y mi mamá me dicen que estoy loco. Pero soy muy fanático de la selección. Todo tiene que ser igual para que ganemos. Y si hay que hacer sacrificios, se hacen”, cuenta Luciano.
Los propios vecinos no lo podían creer cuando lo vieron el viernes allí. Había viajado desde Berazategui hasta Béccar. “Desde acá, hacemos todo lo que esté a nuestro alcance para apoyar a la selección”, dice, con toda convicción.
El ritual tiene varias fases, explica: en el primer tiempo, cada uno se sienta dónde quiere y en el segundo, todos se tienen que cambiar. Pero el viernes, cuando se cambiaron llegaron los goles de Países Bajos, así que en el grupo hay un debate de si se tienen o no que cambiar mañana, en el partido de semifinales contra Croacia. “Por ahí hicimos lío”, duda. “El viernes fue hermoso todo. No me importó viajar un montón y menos tener que volver. Apenas terminaron los penales, me fui a tomar el colectivo, pasadas las 19; después el tren hasta Retiro y de ahí el subte, después, otra vez el tren. Pero todo era una fiesta. Todos festejábamos. Viajé cantando y abrazándome con desconocidos. Es lo más lindo del Mundial. Después, cuando llegué a mi casa, vi que en la avenida 14, en mi barrio, seguían festejando. Era casi medianoche y la fiesta seguía. Por eso, mañana lo voy a ver así también. Suerte que me cae en el horario laboral, sino igual me iba para allá”, relata.
La historia de Luciano es el fiel reflejo de lo que significa para miles de argentinos la cábala como parte del ritual de acompañar a la selección en el Mundial. “Estamos dentro del orden del pensamiento mágico. Tiene como motor ese imperativo que siempre tiene el ser humano desde su naturaleza imperfecta y pasible de lo imponderable: el deseo de poder intervenir en el futuro”, explica José Eduardo Abadi, psiquiatra y ensayista. Un Mundial en general y cada partido en particular suponen un infinito de variables que el ser humano no puede controlar. Eso genera mucha ansiedad. Y el pensamiento mágico –sostiene Abadi– permite tener la sensación de que alguna de esas variables se pueden modular o, al menos, que están al alcance de la mano. “La cábala pretende neutralizar el efecto ansiógeno. Ese ritual nos arroga una participación frente a la ansiedad que provoca lo incierto. Recurrimos a una fantasía de omnipotencia: yo soy el que se mete e interviene en el destino. Uno supone la posibilidad de un control de lo imponderable. La cábala también a veces sirve como un acompañante protector. Nos hace sentirnos fuertes frente a la incertidumbre. A su vez, le permite al individuo separarse de la masa y tener parte directa en esa victoria. Es una manera de ser protagonista de lo que sucede, nos saca del lugar de simples espectadores”, describe Abadi.
Lo que escapa al cálculo
Pensamiento mágico, intento pueril de manejar las variables que nos exceden, superstición, ritual sin consecuencias reales. Esos son algunos de los argumentos que utilizan los detractores de las cábalas. Quizá por eso mismo resulte una contradicción deliciosa que Guillermo Durán, el decano de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, investigador del Instituto de Cálculo del Conicet y creador de la plataforma 301060.com que predice con variables matemáticas las posibilidades reales de cada seleccionado de salir campeón, justamente él, tenga una cábala para el Mundial.
Durán se ríe y lo confirma. Mira todos los partidos con la misma camiseta: la de Messi con el número 18. “Es un hallazgo, la compré en 2006, cuando jugaba con ese número. En el primer partido me la olvidé y perdimos. Me la puse para el segundo partido y ganamos. Así que ahora la uso. Ayer la dejé en casa para lavarla, pero mañana me la traigo a la facultad”, detalla. Porque la otra parte de la cábala es mirar el partido en el aula magna con estudiantes y docentes.
“No sé qué puedo decir de las cábalas. Nuestras predicciones se basan en análisis de datos históricos y variables numéricas. Son datos duros que intentan predecir qué puede ocurrir”, explica. Pero puede fallar. Obvio, porque los mejores resultados son los que escapan por algún imponderable al cálculo: los que confirman que no somos solo el resultado de las probabilidades de lo que ocurrió en el pasado, sino que la historia se sigue escribiendo y cambiando.
Durán y todo un equipo de docentes y alumnos son quienes armaron el modelo de cálculo que nutre a la plataforma 301060, que se llama así como tributo a la fecha de nacimiento de Diego Maradona. “Soy muy futbolero. Por eso me apasionan estas cosas, y a los estudiantes también. Pero me río de mí mismo por tener una cábala. Lo que nosotros hacemos y enseñamos es todo lo contrario. En este proyecto, usamos los datos históricos para prever qué va a pasar, o mejor dicho, para decir ‘Para la historia estos son los favoritos’”, señala.
Apenas terminó el partido del viernes, mientras todos festejaban, el teléfono del decano no dejaba de sonar. ¿Cuáles son nuestras chances? Eso era lo que todos querían saber. Apenas logró correr el algoritmo, Durán les dio buenas noticias. Teníamos más chances que los demás equipos: mejores perspectivas que Marruecos y Croacia, y algunas chances más que Francia, a la luz de la historia y de los últimos resultados. Aunque ante una final con Francia, las posibilidades están muy parejas y es alta la probabilidad de penales, aclara.
Un universo de recursos
Las sillas, los vasos, las figuritas. Las remeras guardando el lugar que le toca a cada uno. El álbum en el estante de arriba de la tele, abierto en la página de Argentina. Todo tiene que estar perfecto. No puede faltar el colgante de Argentina que Ramiro hizo en el jardín. Ni la bandera a la que se aferra mientras sufre, sentada siempre del mismo lado del sillón. “Soy muy cabulera. Mal. Siempre lo miro en casa con mis hijos, no puede entrar ni salir nadie. Y el altar de las figus del Mundial es fundamental”, afirma Agustina Fernández, madre de Benjamín y Ramiro.
María de los Ángeles, que concurre a un consultorio de fisiatría en Villa Urquiza, comparte la sorpresa que le causó la confesión de su kinesiólogo, Santiago, sobre sus cábalas; por ejemplo, que “el volumen tiene que estar siempre en número par”.
Cábalas hay un millón. Algunas más particulares que otras. Pero básicamente el universo de los cabuleros se divide entre los que creen que si cambian algo alterarán el equilibrio que los pone del lado ganador de la balanza y los que creen que lo único estable y constante que pueden manejar es el cambio permanente. Sofía Motto, estudiante de medicina de 22 años, explica que ella es del Team Cambio. “Mi cábala es siempre hacer algo diferente. Usar diferente ropa o diferente sede para verlo, u otro lugar en el sillón, o verlo con diferentes personas”, enumera.
¿Cambiar o mantener? Esa es la cuestión. El último viernes, Juan L. y su familia, que viven en un barrio cerrado en Pilar, estaban viendo el partido contra Países Bajos cuando se desató la tormenta. La señal iba y venía, pero al final lograron seguir viendo el partido desde la aplicación en la computadora. Cuando iban por los penales vieron que en su puerta estacionaban dos autos y bajaban dos familias con hijos. Todos desconocidos. Estaban buscando la casa de unos amigos, porque a ellos se les había cortado la luz. Llegaron erradamente hasta la casa de Juan, pero no había tiempo que perder: los penales estaban ocurriendo. Además llovía y había chicos. Les abrieron la puerta y terminaron viendo la definición con estas personas que no conocían. Pero al tercer festejo ya eran como amigos de toda la vida. Y entonces alguien lo dijo: “Si gana Argentina, nos volvemos a juntar, por cábala”. Por estas horas, las familias se debaten sobre qué hacer con aquella promesa.
La Nación