La noche del jueves 19 de marzo de 2020 fue el último vestigio de lo que solíamos conocer como “normalidad”, cuando el presidente Alberto Fernández junto a los gobernadores, anunciaba la aplicación del Decreto 297/20, el cual aplicaba desde las 0 del 20 de marzo el “aislamiento social, preventivo y obligatorio” en todo el territorio nacional.
Se cumplen tres años de ese momento que fue un punto de quiebre en la vida de millones de argentinos. A partir de entonces todo cambió y se vio afectado por ese virus desconocido llamado “Coronavirus”, con su nombre científico Covid-19, al que comenzábamos a habituarnos.
Entonces pasó de todo y nos fuimos acostumbrando. Sin embrago hoy, recordando a la distancia, pareciera que una eternidad nos separa de aquellos días en los que no podíamos salir de casa.
Las jornadas previas, ya en los supermercados de la ciudad podía verse un movimiento inusual de gente que compraba al por mayor productos de primera necesidad y, sobre todo, mucho papel higiénico y lavandina.
El barbijo todavía no era obligatorio, pero en las farmacias empezaba a escasear al igual que el alcohol en gel. En internet se ofrecían tutoriales para confeccionarlos en casa, lo mismo que máscaras con botellas de plástico o radiografías viejas.
La incertidumbre se apoderó de las calles y, con un megáfono, la camioneta de Defensa Civil recorría la ciudad replicando un mensaje del intendente Arturo Rojas que pedía a los vecinos que se queden en casa.
Se cerraban las escuelas y en los accesos a la ciudad se levantaban montículos de tierra para impedir del ingreso de foráneos.
Era obligatorio para circular contar con el permiso del Ministerio del Interior que justificara el trabajo como esencial y era común la que la policía te detenga para pedir la documentación. Los voluntarios de Cruz Roja colaboraran en los operativos y medían la fiebre a los conductores.
Se montó un hospital de campaña en la puerta del Ferreyra donde aún faltaba mucho para la construcción del Modular. Los más jóvenes hacían los mandados a los adultos mayores y por las veredas caminábamos apurados, sin mirarnos, saludando a la distancia.
Nos volvimos denunciadores seriales al 147 y por las redes sociales, escrachando a los que no cumplían con estas medidas; tomamos distancia en los comercios y los pequeños lujos de la vida cotidiana desparecieron bajo una necesidad imperiosa de instinto de supervivencia que muchos, hasta entonces, jamás habíamos vivido.
Se empezaban a morir amigos, familiares y conocidos. Salíamos a las 20 a la ventana a aplaudir con fervor a los trabajadores de la salud y, en la ingenuidad de la soledad, pensábamos que íbamos a salir de esta convertidos en una sociedad mejor.
Los cumpleaños se festejaban por zoom, las clases se dictaban por zoom, los amores se declaraban por zoom y la gente se despedía por zoom de sus familiares internados en la terapia de algún hospital.
Nos volvimos expertos en palabras hasta entonces desconocidas como “aforo”, “home office” o “ventilación cruzada”.
Fue todo una locura, que vista la distancia, resulta difícil de creer que lográramos transitar. La mente suele ocuparse de borrar los recuerdos duros y se ve que algo de eso hay en esto de la cuarentena donde los recuerdos se asoman vagos y hasta tienen un tono de tragicomedia.
En Argentina 130.472 murieron por el virus y en Necochea 263 vecinos perdieron la vida en el transcurso de estos tres años.
Duele recordarlo, es cierto, pero, al fin y al cabo, como dijo Borges: “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”.
Por María José Hegui