Ubicada en la calle 527 N° 2882 fue el propio don Genarino, de oficio pescador, quien construyó la propiedad con sus propias manos.
Su trabajo diario en la costa, le permitió juntar las miles de valvas que con paciencia, y como un verdadero artista, fue colocando en las paredes de la casa que finalmente, quedó cubierta en su totalidad y pasó a ser conocida como “la casa de los caracoles”.
Quienes lo conocieron, cuentan que durante toda su larga vida se ocupó pacientemente de ir haciendo las tareas de mantenimiento, que permitieron que la fachada se mantenga impecable y fuera un lugar de visita para muchos curiosos y turistas.
Él también se ocupó de plantar el arbolado de línea, las magníficas lambertianas de la calle 527, las plantas frutales del terreno que linda con la calle 560, y una muy recordada huerta, en la que hasta los últimos años de su vida se dedicó a la producción de plantines hortícolas.
A su muerte, su esposa fue internada en un geriátrico y los hijos cerraron la casa que, lamentablemente, fue después saqueada e incendiada.
De aquellos años y la obra de arte de Don Genarino, ya no queda nada, el tiempo y los vándalos hicieron lo suyo, como suele ocurrir con esas cosas que fueron parte de nuestra historia y nuestra identidad.
Sin embrago, está en el recuerdo popular y en estas crónicas que, a veces nos hacemos tiempo de armar entre tanta noticia cotidiana.
Entonces, pululan en la nube y se vuelven eternas, e homenaje a a ese pescador quequenense que soñó con tener una casa de caracoles.
Aclaración: Las fotos fueron extraídas de diferentes páginas y muros de Facebook por lo que desconocemos el nombre de su autor original.