Casi todos los necochenses hemos entrado alguna vez a comprar en el kiosco de la esquina de 22 y 59. Incluso, el año pasado, durante el Mundial, algunos que no somos del barrio volvimos después de muchos años a buscar figuritas porque era uno de los que tenían a la venta cuando escaseaban.
Lo cierto es que, desde hace algunos días, en la persiana del comercio luce un bello mural que atrás tiene una historia triste, pero también de homenaje y de esos lazos y recuerdos que son capaces de trascender las décadas.
Así lo relató Sabrina Menéndez, la hija de los fundadores de este kiosco, que ya fallecieron.
“Cuando yo tenía 6 años, mi hermano que estaba por cumplir 9 y después de transitar unos meses esa enfermedad que no queremos nombrar, nos deja físicamente. Nuestro hogar se derrumbó un poco, las fuerzas de mi mamá se perdieron y la tristeza se instaló en su alma” comenzó Sabrina su relato y siguió: “Papá, aconsejado por un primo mío, decide sacrificar una habitación de la casa y poner un kiosco (que terminó siendo un gran polirrubro) para que mi mamá estuviera un poco más ocupada y no pensara día y noche en lo que nos había tocado”.
El kiosco se llamó “El pibe” en honor a Berna, que era su hermanito.
Sabrina cuenta que sus papás estuvieron al frente unos 20 años o algo más, hasta que se jubilaron y se mudaron a Balcarce para estar cerca de ella y de sus nietos.
En ese momento, el comercio se vendió y se alquiló el local con la única condición que se mantenga el nombre.
Alicia Fajn fue quién se hizo cargo, según cuenta Sabrina y remarca que esta mujer, “no sólo mantuvo el nombre como se lo pidieron mis viejos” sino que le mandó una foto de una de las cortinas diciéndole que se trataba “de un pequeño homenaje”.
Allí puede verse a “el pibe”, engalanado esa esquina de Necochea y contando una historia entre las tantas que esconden los recovecos de nuestro pago. Historias que son parte de nuestra cultura y que merecen ser contadas.