Como cada año por esta época, los cerezos del jardín japonés del parque Miguel Lillo empiezan a florecer y, en unos días, ese sector de volverá completamente rosa. Un espectáculo imperdible que se extiende por varias semanas y que después de vuelve maravilloso también cuando esos pétalos caen y forman un frondoso colchón en esas parcelas.
La historia de los cerezos:
El 23 de noviembre de 1971 llegaban a Necochea 115 cerezos y 25 durazneros que el intendente de la ciudad de Kanazawa (Japón) enviaba a la Municipalidad de Necochea para ser plantados en el Parque Miguel Lillo.
Este fue el comienzo de un intercambio, cuyo propulsor fue el doctor Hideo Anada, ya que se mandaron semillas de ceibo (Flor Nacional de la Argentina) a la localidad de Kanasawa.
De esta manera, comenzaba a tomar forma uno de los lugares más bonitos que tiene el parque Miguel Lillo que es el Parque Japonés o Patio de los Cerezos. Cuando inicia la primavera, ese predio se convierte en una mancha rosa entre tanto verde, y los pétalos cubren el césped.
El acceso cuenta con un “Torii” que en la cultura japonesa es la puerta de entrada al recinto sagrado de un santuario sintoísta. Estos arcos se han convertido en un símbolo de los santuarios sintoístas conocidos internacionalmente. Su presencia nos indica que más allá hay un lugar sagrado, y por tanto es básico hacer una pequeña reverencia antes de cruzarlos.
Mediante las formas de esta realización se expresa al pueblo de Necochea, algunas de las tradiciones japonesas y con el color, por el hecho histórico de haber plantado los cerezos, se obtiene sentido cuando se observan los mismos en primavera.