El doctor Miguel Lillo fue un naturalista de condiciones poco comunes y durante medio siglo se dedicó a la investigación científica, alternando estas actividades con la docencia y la dirección de instituciones públicas. El Parque Miguel Lillo de nuestra ciudad, debe su nombre al botánico tucumano que luchó por el mantenimiento de los espacios verdes.
Nació en Tucumán en 1862, cursó sus primeras letras en una escuela particular e hizo el bachillerato en el Colegio Nacional. No efectuó otros estudios oficiales; todo lo que vino después se lo debió a sí mismo, lo que constituye un admirable ejemplo de autodidactismo.
Las ciencias exactas, físicas y naturales fueron sus predilectas y las estudió y perfeccionó con ahínco. Federico Schickendantz, profesor de química y director de la Quinta Normal de Agricultura, fue el maestro que tuvo Lillo y descubrió en él condiciones estimables de observador y estudioso. Fue quien lo instó a que efectuara un viaje por Europa, lo cual tuvo una influencia decisiva en la vida del joven naturalista.
En 1888, poco antes de aquel viaje, había publicado su primer ensayo sobre la Flora Tucumana, mas no era su afán hacer publicaciones sino enriquecer su biblioteca, hacer colecciones, cultivar especies críticas y comunicarse con colegas del país y del extranjero. Su contribución al conocimiento de los árboles de la Argentina (1910) constituye una obra fundamental para los estudios posteriores.
Fue miembro de la Comisión Nacional de la Flora Argentina y clasificó colecciones de mucho valor procedentes especialmente del Norte Argentino, interesándose también por la distribución de la vegetación en esta parte del país, para concretar criterios fitogeográficos propios.
En el campo de la Zoología —en particular la Ornitología— la labor de Lillo fue prolífera. En 1905 publicó “Fauna Tucumana (Aves)”. Describió además nuevas especies de la avifauna tucumana y reunió la mejor colección de aves de la provincia.
Amante de la Lingüística y la Literatura clásica, el doctor Lillo recibió honores que le tributaron espontáneamente las corporaciones e instituciones científicas del país y del extranjero. La Universidad Nacional de La Plata lo designó Doctor Honoris Causa en 1914 y en 1928 le otorgaron el premio «Francisco P. Moreno».
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Falleció en Tucumán, el 4 de mayo de 1931.
Hoy la Fundación alberga su enorme legado y hasta conserva ejemplares de árboles plantados por él mismo, colecciones que él comenzó a forjar y más de 10 mil libros de su biblioteca personal.