Por Rosendo Fraga.- Una serie de situaciones, como los conflictos geopolíticos, las crisis políticas y el auge del crimen organizado, plantean el interrogante: ¿se está modificando el rol que han tenido las Fuerzas Armadas en América Latina, desde los años ‘80 del siglo pasado?
La primera es el incremento de los conflictos geopolíticos. La pugna entre EE.UU por un lado y Rusia y China por el otro, ha llegando a la región, como en el resto del mundo. Comercio, tecnología, geopolítica y carrera espacial son los ámbitos de esta competencia, con riesgo de tensiones e incluso confrontaciones.
La Administración Trump ha hecho pública su preocupación por el avance chino en inversiones, comercio y finanzas y por la presencia estratégica-militar rusa en algunos países. La crisis de Venezuela es una muestra de ello. Mientras EE.UU apoya decididamente el gobierno “encargado” de Guaidó, China y Rusia hasta ahora no lo reconocen. La crisis aumenta las tensiones en la región, dando relevancia a tres actores.
Venezuela, con 97.000 hombres en sus Fuerzas Armadas, Colombia que tiene 265.000 y Brasil que cuenta con 340.000. Estos tres países, reúnen el 70% de los efectivos militares de América del Sur. Es en las fronteras entre los tres países, donde el conflicto puede derramarse.
El Consejero de Seguridad Nacional de Trump, John Bolton ha dicho que “todas las opciones” están en la mesa frente a Maduro, incluyendo la militar. Pero más allá de ello, hay alternativas que de prolongarse la crisis, adquirirán posibilidad. Una es la ayuda humanitaria, que no podrá hacerse llegar y distribuirse sin una fuerza militar que la apoye y asegure. Otra es el riesgo de resistencia armada que puede encontrar un gobierno provisional que asuma, que posiblemente requeriría el despliegue de una fuerza multinacional de paz para afianzarla.
La segunda, es el rol político que están adquiriendo las Fuerzas Armadas frente a las crisis políticas que se desarrollan. En Venezuela es claro que la estrategia opositora tiene un objetivo central: lograr que los miliares se dividan, quebrando su monolítico apoyo al régimen.
Desde esta perspectiva, la fuerza militar es el factor que puede decidir esta crisis política. En Nicaragua, la oposición interpela al Ejército, criticando su pasividad frente a la represión y reclamando que dejen de obedecer al presidente Daniel Ortega.
Pero es en Brasil, donde el rol político de los militares se ha hecho más evidente. Un militar retirado, Jair Bolsonaro ha sido electo Presidente por una ventaja importante en la segunda vuelta. Integran su gabinete medio docena de militares. No sólo el ministro de Defensa es militar, el general Fernando Azevedo e Silva, sino también el Secretario General de Gobierno, el de Seguridad Institucional,- de quien depende el servicio de inteligencia,- los ministros de Ciencia y Tecnología e Infraestructura y Contralor General.
El ministro de Salud es un civil que ha dirigido uno de los hospitales militares más importantes. El Jefe del Ejército que deja el cargo, el general Eduardo Vilas Boas, quien ha conducido con eficacia a las Fuerzas Armadas en un período muy complejo, como han sido los últimos cuatro años, ha reconocido públicamente el rol militar en impedir la candidatura presidencial de Lula. Puede decirse que se trata de casos particulares, pero Brasil es el país más grande de América Latina y su influencia es innegable en la región.
Por último, los problemas de seguridad pública también está dando un rol más relevante a las Fuerzas Armadas en America Latina. En Brasil, en los últimos años se han desplegado en varias oportunidades para dar seguridad a eventos como la visita del Papa y el Mundial de Futbol.
Han intervenido frente a huelgas policiales en varios estados. Están en la frontera, en virtud de un sistema jurídico, que la pone bajo jurisdicción militar, a raíz del incremento del narcotráfico y el derrame del conflicto venezolano. Hasta han participado en el desarme del crimen organizado, dentro de las cárceles, dominadas por el Comando Vermelho en Rio de Janeiro y el Primer Comando de la Capital en Sao Pablo. Estas organizaciones criminales han llegado a Paraguay y también a la provincia de Misiones.
En Argentina, 500 hombres del Ejército se encuentran desplegados en la frontera norte, para contribuir a su control y vigilancia. En México, el presidente Andrés López Obrador, quien en la campaña anunciaba que replegaría a las Fuerzas Armadas de su rol en la seguridad interior, una vez en el poder ha dicho que las mantendrá desplegadas durante su período presidencial de seis años, y su medida más concreta es crear una cuarta fuerza militar, la Guardia Nacional, destinada a combatir al narcotráfico y el crimen organizado.
Entre las críticas al nuevo Presidente, está que el Ejército no actuó a tiempo para evitar la explosión de un ducto clandestino para robar combustible, que provocó decenas de victimas fatales.
En Colombia, el presidente Iván Duque, ha ordenado una ofensiva militar contra el Ejército de Liberación Nacional (ELN),- la organización guerrillera que se mantuvo al margen de los acuerdos de paz,- vinculada también con su rol en el narcotráfico y junto con la disidencia de las FARC y con bases de apoyo en Venezuela.
El desafío político para la región es muy concreto: como lograr que un rol más relevante de los militares en los conflictos geopolíticos, las crisis políticas y la seguridad pública, conviva con una democracia plena. Se trata de asumir el presente, mirando al pasado para no repetir errores.