Por Pablo Vaca.- Pasaron 63 días desde que China anunció que había una nueva enfermedad potencialmente mortal hasta que, convertida en epidemia y famosa como coronavirus, llegó a la Argentina. De los primeros 27 casos en Wuhan a los más de 105.000 contagiados en 100 países con 3.500 muertos. Apenas cuatro días más tardó la enfermedad en cobrarse, el sábado, su primer muerto en el país. Sin embargo, estamos aún en el primer escenario que se plantean las autoridades sanitarias: los casos son todos importados, gente que viajó al exterior y se contagió allí.
Es bastante probable, casi inexorable, que en pocos días vivamos el segundo escenario: pacientes locales pero contagiados a partir del vínculo cercano con alguno de los casos importados, por lo cual estarán identificados y seguidos de cerca. El problema, que puede ser problemón, es cuándo pasamos (si pasamos) al tercer escenario. Y qué vamos a hacer al respecto. Y cómo nos va a agarrar parados.
El tercer escenario se desataría a partir de que haya “dispersión social” del virus. Enfermos locales no identificados que contagien a otra gente no identificada. Es lo que ya se vive en países como China, Italia o Irán. Implicaría, seguramente, cuarentenas masivas. Dejar de tratar en hospitales cualquier otra cosa que no sea el Covid-19 o urgencias quirúrgicas. Suspensiones de clases y eventos multitudinarios. Por ejemplo.
Hay médicos que sostienen que eso es lo que no se está haciendo. Aseguran que la estructura sanitaria criolla no está preparada en cuestiones elementales para una crisis de este tipo . “No se trata de ser alarmistas sino de ponernos ya en marcha”, explica el jefe de un servicio hospitalario porteño.
Comparativamente, Argentina tiene ventajas. Puede ver cómo se combate la epidemia (y si se lo hace bien o mal) donde ya está plenamente desatada. Y le quedan 105 días hasta el invierno, es decir hasta el momento en que las bajas temperaturas ayuden a que el brote realmente se dispare. Esperar a que durante ese lapso se desarrolle una vacuna es recurrir al pensamiento mágico. Lo indicado es dedicarse a una materia que a los argentinos suele resultarnos misteriosa: planificar.
Y más allá de lanzar una campaña educativa, indispensable y esencial, “analizar en serio el abastecimiento de insumos en los hospitales, desde mascarillas a antivirales, estudiar profundamente cómo se tomarían medidas como cuarentenas masivas e ir pensando a quién le vamos a pedir ayuda en el mundo”, detalla con conocimiento de causa el médico porteño.
Un iraní tira desinfectante en un monumento público: Irán es uno de los países más afectados y también puede servir de modelo.
Las debilidades del sistema de salud, independientemente del ámbito de atención (público, seguridad social o privado) son objetivas. “En la Ciudad y el GBA faltan entre 400 y 600 camas de terapia intensiva, incluso sin el coronavirus”, coinciden dos médicos en off the record. No hace falta señalar, además, que no es lo mismo la infraestructura de Recoleta que la de La Matanza, más grande, más poblada y más pobre.
Pablo Pratesi, jefe de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Austral, opina: “Ya lo vivimos en 2009 con el brote de H1N1 (Gripe A), en el cual no alcanzaban las camas en Terapia Intensiva y por momentos tampoco los equipos de ventilación mecánica (respiradores). Muchos procedimientos quirúrgicos fueron suspendidos por esta falta. A ese déficit se le sumó el hecho de que mucho personal de salud se contagió, lo que dificultó la atención de los pacientes”. Otro especialista agrega desde el anonimato: “No sólo no alcanzan los respiradores, tampoco alcanzan los médicos preparados para manejarlos. En este tipo de enfermedades, que provocan insuficiencia respiratoria, son cuestiones clave”.
En Nación, Ciudad y Provincia, por supuesto, dicen que el coronavirus es prioridad y que Argentina está preparada para enfrentarlo. No podrían decir otra cosa.
No falta mucho para saber si es verdad.