Por: HUGO E. GRIMALDI

Dos más que letales abanicos que operan al unísono, aunque a la inversa, se ciernen hoy sobre la Argentina. En uno, la pantalla se abre inexorablemente a partir de la aceleración de los casos de Covid-19 (geriátricos, colectiveros, asentamientos) mientras que el segundo funciona al revés, ya que se va cerrando también de modo inevitable, a medida que el desmembramiento económico que surge del parate productivo hace estragos. Lo relevante a consignar es que para tratar ambas pandemias (sanitaria y económica) y mantener bajo parámetros de cierto control los graves movimientos de cada una de ellas, hasta ahora el gobierno de Alberto Fernández ha operado de manera diferente.

Por un lado, a la hora de abordar la amenaza epidemiológica, el Presidente no se achicó y armó una sólida task force con médicos más que idóneos. También resalta en este caso que él ha sido el más obediente de todos, ya que se cuadró siempre frente a la opinión de los especialistas y fue el más severo a la hora de no aflojar y de sostener las restricciones derivadas de la cuarentena. Sólo la notoria falta de testeos de control lo ha dejado en falsa escuadra, a partir de la desatención original del ministro del área, Ginés González García.

Seguramente, Fernández no necesitó preguntarle a ningún integrante del grupo médico por su filiación política porque va de suyo que la ciencia tiene razones objetivas y principios que otras ramas de la Academia, más propensas a ser seducidas por las ideologías y hasta por berrinches individualistas no cultivan. Lo cierto es que con decisión y con el abecé científico en la mano, los integrantes del Comité de lucha contra el coronavirus han armado una compacta mesa de consulta que está online con la Casa Rosada y que tiene un proceder más que extraño para los estándares argentinos: planifica una hoja de ruta, observa el mediano y el largo plazo mientras que, en el corto, procura ir delante de los acontecimientos. Notable.

Ante tan bien aceitado mecanismo para intentar detener la apertura violenta del primer abanico, es notorio que el otro lado crítico está en el manejo del capítulo económico, el que muestra el abanico que se contrae, ya que también conlleva riesgo de vida para las personas y de momento, no se observan en la materia más que parches para atender la coyuntura. En este sentido, al Presidente se le reclama desde muchos sectores que tome de una vez la decisión de reproducir en lo económico el mismo esquema de asesoría conjunta que en el área de salud le resultó hasta el momento más que efectivo.

La demanda que se escucha cada vez más en las reuniones empresarias que se hacen vía Zoom es simple: que se arme algo parecido a lo de los científicos con media docena de economistas de todas las tendencias que puedan imaginar con la menor cantidad de prejuicios y con el menos costo social posible la salida de la crisis. ¿Por qué no se hace?, se interrogan.

Nada de corto plazo, añaden, que el grupo se ocupe de planear cómo será el futuro en lo fiscal, monetario y cambiario y de encorsetar una eventual híper; de delinear un sendero de mejora para el salario real y el sistema jubilatorio; de buscar caminos para preservar el empleo y de hacer propuestas para generar nuevos puestos de trabajo; de armar un esquema impositivo posible y un cronograma para las tarifas y de pensar luego en reformas estructurales que, por otra parte, la realidad ya está imponiendo.

Proponen, en fin, que el póker de la deuda lo siga jugando el ministro Martín Guzmán, pero hay cierto consenso en que haya una muleta colectiva que la brinde al país algún sesgo previsible bajo reglas comunes a la de los científicos: hoja de ruta, mirada de mayor alcance y predicción de futuras jugadas, un horizonte a alcanzar que seguramente van a apreciar los acreedores y que hará más contundente cualquier negociación si no se quiere llegar al default, dicen.

No le debe ser muy sencillo a Fernández tomar una decisión así en el área económica, ya que probablemente muchos de sus propios postulados no coinciden con los de algunos caracterizados miembros de su propia coalición. Por ejemplo, el kirchnerismo extremo entiende la economía como una lucha contra los poderosos aquí y ahora, sin ponerse a observar que las inversiones de esos mismos poderosos podrían ser la palanca que levante la economía cuando se necesite empezar a salir.

Por eso, las presiones desmesuradas que arreciaron contra la Corte Suprema de Justicia (“o con sangre o con razones, pero la historia la vamos a escribir igual”) para que autorice las sesiones virtuales del Senado que debería aprobar el impuesto “a los ricos”.

El esquema que se le sugiere a Fernández justamente propone limar estos desvíos ideológicos y los que pudieran surgir de otras posturas que se inclinen hacia cualquier otro extremo para reemplazarlos por la búsqueda de síntesis comunes, bajo la premisa de que serían varios los profesionales -de todas las escuelas- quienes le recomendarían al Gobierno cómo prevenir los incendios.

Justamente, el verbo prevenir no ha sido muy usado en la historia argentina reciente, anulado casi por los cultores de una inmediatez de cuño populista. En general, la gente le presta muy poca atención al concepto de abrir el paraguas, bien anestesiada por el cortoplacismo regente y por las consignas de “vivir el momento” derivadas de los cambios de paradigmas que ya tienen vigencia casi universal.

La pandemia ha demostrado que buena parte del dolor que vive el mundo de hoy se debe a que gobernantes y ciudadanos han tirado a la basura esa acción tan vital para la vida.

Como ayuda para pensar por qué, hay otro verbo clave: acostumbrar, casi como algo opuesto a la educación que incluye las inquietudes y la curiosidad. La pasividad del acostumbramiento lleva a la naturalización y ésta induce en el tiempo a tomar por válidos criterios que pueden llegar a ser hasta contrapuestos a los valores que se tenían hasta ayer.

En el mundo de hoy en día, si manda el corto plazo y nada se previene y el acostumbramiento se fija en la cabeza del cuerpo social, el campo está más que fértil para que nuevos autoritarismos se hagan del poder. Y por la Argentina de las imposiciones a los mayores, de la controvertida llegada de los médicos cubanos y del épico tachín-tachín de la aerolínea de bandera, la pregunta que surge es ¿cómo andamos?