De allí para abajo y en diferentes momentos lo criticaron la intelectual Beatriz Sarlo (“bruto, ignorante y grosero”), el senador Miguel Pichetto (“la pavada duranbarbesca de la Argentina con focus group”) y el ex senador Ernesto Sanz (“Le hace mal al Gobierno, se equivoca en muchas cosas”). Federico Pinedo lo mandó a recorrer la Argentina para conocer la realidad y hasta el popular Fernando Bravo consideró “fuera de lugar y repudiable” que hubiera dicho que el Papa Francisco “no mueve ni diez votos”.
Sin embargo, el ecuatoriano Jaime Durán Barba no parece inquietarse por estos dichos, sigue transitando la realidad (al menos la mediática) con su sonrisa y su cobriza cabellera y encara la nueva campaña electoral en el lugar del que nada ni nadie pudo correrlo: al lado de Mauricio Macri y del jefe de Gabinete, Marcos Peña.
A esta altura parece claro que la clase política argentina, al menos una parte de ella, tiene una obsesión no resuelta con el consultor ecuatoriano. Lo miran con sufrimiento la mayoría de las veces, y lo descalifican con acritud casi siempre.
El último fue el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, quien en estos días mostró su disposición a las críticas al decir: “Lo que diga Durán Barba del radicalismo me tiene sin cuidado”.
¿Y qué cosa tan grave había dicho? En una entrevista en el diario Perfil, y sobre la posibilidad de que un radical acompañe como vicepresidente a Macri, respondió: “No es aconsejable que quien esté al lado de Macri no sea de su confianza”. Y agregó: “¿El ideario del radicalismo? No lo tengo muy claro, algunos parecen de izquierda, algunos parecen de derecha…”.
¿Qué es lo ofensivo? ¿Acaso no lo asiste la razón? ¿Será esa verdad desprejuiciada lo que irritó al dirigente radical?
Más allá de este último episodio, no deja de ser notable el trato que no pocos políticos brindan a Durán Barba. O lo mandan a matar, o lo mandan a callar, o le cierran sus oídos. Prevalece, en la mirada colectiva, una inocultable subestimación, que matizan con el reconocimiento de su capacidad técnica como consultor que trabaja con encuestas. Limitarlo a esa categoría es la más clara descalificación.
Molesta a los kirchneristas por haber sido el gurú del triunfo de Macri, e incluso a algunos macristas por reconocer las virtudes de Cristina (“Ella sabe manejar sentimientos, tiene posibilidades de comunicarse y hacer una muy buena campaña”). Molesta a los católicos por relativizar la influencia electoral del Papa Francisco y a los intelectuales por bajarlos de su pedestal egocéntrico (“Estoy convencido de que los intelectuales no conseguimos votos”).
Incomoda con sus definiciones, está claro. Pero, al decir de Macri en el Congreso, el modo en que algunos dirigentes lo descalifican dice más de ellos mismos que del propio ecuatoriano.