Por Hugo E. Grimaldi.- Para saber cómo iba a proceder un político, el viejo General disparaba dos frases que tenían el mismo sentido: esperar y ver. “Para conocer a un cojo lo mejor es verlo andar”, señalaba Juan Domingo Perón con cierto tono que hoy se consideraría discriminativo, consejo que él repitió muchas veces, con la yapa de un pícaro guiño.
En ese discurso de 1974 dirigido al Congreso Nacional Justicialista y referido a la necesidad de unidad, el por tercera vez presidente de la Nación bajaba líneas porque el Movimiento se le estaba yendo de las manos. En otras intervenciones, el siempre sagaz Perón recomendaba también mirarle “la pata a la sota” antes de opinar, como una primera forma de saber hacia dónde está apuntando alguien o cómo vendrá la mano en las políticas que va a aplicar.
A un mes de su asunción como el 42° Presidente constitucional de la Nación argentina, Alberto Ángel Fernández ha dado hasta ahora algunas pocas pistas del camino que seguirá, salvo en materia de su acercamiento a Latinoamérica sin el Brasil de Jair Bolsonaro, con quien algo habrá que limar para no perder esa relación que es a todas luces muy importante para los dos países, económicamente hablando.
En tanto, en el plano interno, Fernández continúa sumando voluntades al colectivo que piensa manejar. Si bien el orejeo de cartas de la baraja española que se ha repartido ya muestra por las calzas que hay una sota en su mano, aún falta que el presidente electo la descubra al completo no sólo en materia personal, sino también para ver cómo va a plantarse frente a la coalición peronista que lo respalda. Aún no queda claro tampoco hacia dónde va a derivar su juego a la hora de gobernar, aunque por lo delicado de la situación actual, a suerte o verdad, quizás esa sota esté tapando los dos anchos o quizás por debajo tenga apenas dos cuatros. Sin los nombres de los ministros ni Plan Económico, casi todo es misterioso, de momento.
Lo cierto hasta ahora es que Fernández sólo ha mostrado una pequeña parte de las calzas de la baraja 10 y casi en exclusiva se ha propuesto machacar para atrás, cosa de instalar el relato de la maldad macrista dedicada a exacerbar la pobreza y el desempleo y a hablar de la deuda “impagable” que le va a dejar y de las pocas reservas que quedarán debido a la fuga de capitales, todos ítems que no toman en cuenta (ni nunca lo harán) que una parte importante del deterioro se produjo después de las PASO, como reacción de los miedosos a su triunfo arrollador. De este método del graduado en política Alberto Fernández deberían aprender Marcos Peña y Jaime Durán Barba, quienes perdieron el tiempo en 2015 cuando la luz les apuntaba a pleno y ahora llegan con su Informe sobre las herencias tarde y mal.
También Fernández ha dado señales en lo personal de ser un bicho político de extrema sinuosidad, arte que muy bien describe un documental que produjo sobre su vida el diario La Nación. Esa maleabilidad puede jugarle a favor si él es capaz de resistir los embates internos que seguramente le lloverán dentro de su mismo espacio, de parte de protagonistas que encarnan posiciones populistas más extremas. Paradójicamente y pese a ese contrapeso, debido al crédito que se le ha abierto hasta que se lo vea andar, él podría avanzar con menos inhibiciones que el propio Macri en la puesta en marcha de reformas estructurales que, aunque sean algo menos profundas, bien le vendrían al país para hacerlo más competitivo e inclusivo. El gremialista de la UOM, Antonio Caló, acaba de decir que, si es necesario, “le daremos a Alberto ocho años”. Se verá si se mantiene la promesa cuando los votantes comprueben que la cosa viene de sudor y lágrimas y que no hay margen para distribuir sin que salte todo por el aire.
En un reportaje para Net TV, del grupo Perfil, el tres veces candidato presidencial, el chileno Marco Enríquez-Ominami explicó que AF es su amigo personal y lo definió como “el político más completo que yo conozca”. También le agregó loas al por mayor: “ama la política, la defiende, la entiende como lo que es: construcción de puentes… y articulación”. Junto al presidente electo, el visitante fogoneó el Grupo de Puebla que acaba de reunirse en Buenos Aires, hasta ahora una suerte de estudiantina para darle una línea menos loca a la izquierda latinoamericana y para buscar sacarle el peyorativo mote de “populista”.
Por ideología, bien podía haber estado allí la ex presidenta chilena Michelle Bachelet pero su calidad de funcionaria de la ONU o quizás por haberse atrevido a denunciar la violación de los derechos humanos nada menos que en la Venezuela de Nicolás Maduro, amigo de la casa, la marginó del encuentro. El grupo, de paso, celebró la libertad (quizás transitoria porque aún no fue declarado no culpable) del brasileño Lula y se ocupó de medir con vara diferente, de acuerdo al palo en el que se acomoda cada Presidente, las revueltas de Chile y Bolivia. También Fernández le dio un reportaje para la TV rusa a Rafael Correa y dejó algunas definiciones sobre la prensa que presagian tensiones.
Es verdad que las ambigüedades son inherentes a los políticos y Fernández en eso no es la excepción. Es tajante en algunas cosas como en su visión cerrada sobre el periodismo y los jueces, pero plantea la “articulación” en otras, como por ejemplo la Mesa de Diálogo que él propicia. Estas tres patas son parte del legado de Perón, pero él sabe también que, por no haberla armado, ésa fue una de las broncas del papa Francisco con Macri, quien prefirió dialogar en el Congreso. De allí, su presencia en la CGT y las promesas de que los gremialistas formarán parte de su gobierno. Si bien entre los popes sindicales no hay fisuras en el tema de la eternización en sus cargos, casi todos ellos tienen diferentes métodos de acción y son tan zigzagueantes como Fernández. Y hasta lo admiten. Por ejemplo, la mayoría, por ejemplo, hostigó hasta hace unos días a Mauricio Macri con pedidos de ajustes que ahora ya no se realizan.
Como Enríquez-Ominami es habitual que sus amigos digan que Alberto es alguien de gran valía política, un hombre de olfato y de acción para ponerse en el mejor lugar del escenario siempre y no se los puede contradecir, ya que él siempre buscó caer bien parado. Así, se arrimó a Raúl Alfonsín, a Carlos Menem y sobre todo a Domingo Cavallo y también se lució cuando creó el grupo Calafate que le dio el espaldarazo que necesitaba Néstor Kirchner para llegar, cuando él mismo negoció con Eduardo Duhalde en 2003 la candidatura a Presidente para el santacruceño.
En el camino ondulante que ha recorrido Fernández para llegar hasta aquí hay que destacar desde hace casi dos décadas su relación especial con Cristina Fernández a la hora de teorizar sobre política, su gestión como Jefe de Gabinete de ambos Kirchner, la pelea por el campo y las acusaciones que recibió de ser el representante del Grupo Clarín en el Gobierno, su transición llena de demoledoras críticas hacia el cristinismo gobernante (“es deplorable”), la búsqueda posterior de alternativas electorales que sirvieran para reunificar al peronismo (Sergio Massa, Florencio Randazzo) y, por fin, la decisión que tomó en febrero de 2018 con algunos compañeros que estaban ya en sintonía con él (Víctor Santamaría, Eduardo Valdés, Fernando “el chino” Navarro, Daniel Filmus, Agustín Rossi y Felipe Sola, entre otros), de empezar a darle forma al grupo Callao. Un mes antes, seguramente por mediación de Valdés, había tenido lugar la reunión con el papa Francisco, en la que el pontífice exaltó y bendijo la unidad peronista.
En una nota en la que contaba que los inversores internacionales se preguntaban “qué Fernández gobernará la Argentina”, el periodista Benedict Mander escribió en el diario Financial Times (cuyas notas publica El Cronista en español) que luego de la “humillante derrota en las elecciones de medio término de fines de 2017”, el Papa pudo haber “ayudado a pavimentar” el camino de regreso del peronismo al poder. Ese, dice Mander “fue el primer paso para la reunificación” y lo sustenta citando a un “asesor cercano” a Fernández quien le contó que “Francisco alentó la reconciliación de Alberto con Cristina”.
El Papa no fue un hecho menor en este presente de Fernández, ya que ese encuentro le sirvió para mostrarle al kirchnerismo más sectario (a La Cámpora en particular y a Cristina en especial) que él tenía un padrino muy importante como para negarse a la fusión que se le reclamaba. Probablemente, nunca se sabrá si el Vaticano le sugirió algo a Cristina, pero el relato que hizo Fernández en el documental de su encuentro con ella en el Instituto Patria cuando le ofreció la candidatura a Presidente resulta muy verosímil, aunque deja la sensación que la ex presidenta no tuvo más remedio que correrse para sumarle votos a su figura y sobre todo, para poder tener nuevas chances de zafar de los procesamientos judiciales.
En principio, la figura del Pontífice impone respeto y apenas terminó la elección se anunció que, mágicamente, se había abierto una ventana en la agenda papal para armar un viaje a la Argentina el año próximo, año en que se iba a propiciar una nueva discusión por la ley de interrupción voluntaria del embarazo. Como una familia que va a recibir a alguien y barre la basura debajo de la mesa de apuro, la militancia K más recalcitrante (muchas actrices que para visibilizarse adoptaron una posición a favor del aborto que parecía férrea) borró sus pañuelos verdes de Twitter. La movida quizás no tomó en cuenta que los números del Senado siguen sin darle posibilidad a la aprobación al proyecto, ya que la nueva composición repite los votos del año pasado: 38 legisladores serán “celestes” y 32 “verdes”.
Justamente en este tema de los bloques legislativos, en primera instancia estas elecciones han dejado claro un bipartidismo explícito como desde hace mucho no se observa en la Argentina. Al estilo de los demócratas y los republicanos o de los laboristas y los conservadores o como en los viejos tiempos cuando había polarización entre el PSOE y el PP en España, hoy existen dos bancadas bien definidas en el Congreso, una de centro-derecha y otra de centro-izquierda. En este tema también hay que estar muy atentos porque tanto uno como el otro bloque pueden saltar por el aire rápidamente. Mantener la unidad en el primer bloque (radicales, PRO y Coalición Cívica) será responsabilidad de la oposición (paradójicamente la primera minoría en Diputados) y hay algún primer cisma en puerta, pero para ver cómo sigue el segundo también hay que orejear las cartas de Alberto.
Dentro del peronismo hay varias vertientes que no van a unirse en principio, aunque sí tomarán decisiones conjuntas. El diputado santafesino Rossi será quien conduzca de modo directo a los 52 diputados del Frente para la Victoria y a los 11 de La Cámpora, pero él será además el jefe del interbloque que conforman 21 legisladores del Frente Justicialista (gobernadores), 8 del Frente Renovador (que responde a Sergio Massa, quien será presidente de la Cámara) y 17 más de diferentes provincias. Si bien la economía los une a la hora de acompañar decisiones que nunca terminaron bien en la Argentina, no hay un pensamiento único en cuestiones institucionales y ésta puede ser la primera piedra de la discordia que deberá zanjar el nuevo presidente.
Perón también decía en aquella alocución que “la política está constituida por dos procesos: para llegar, es un proceso cuantitativo; para gobernar, cualitativo”. Dependerá entonces de la calidad de la muñeca de Fernández el manejo de ese acompañamiento interno. Hasta ahora, mientras él ocupaba su tiempo en orientar el viraje latinoamericano de la Argentina, desde el riñón kirchnerista no habrían perdido tiempo y se dice que aprovecharon esa distracción para armarle los equipos que van a operar las segundas o las terceras líneas en las empresas del Estado, los ministerios y sobre todo, en el Sistema de Medios Públicos. Paranoias aparte, debería verificarlo. Si es así, esta primera marcación de cancha quizás lo obligue a caminar antes de tiempo. Bienvenido sea.