Por Hugo E. Grimaldi
Con la muerte de Qassem Soleimani el presidente Fernández la tiene más que difícil, sobre todo para conformar a la tropa kirchnerista más radicalizada.
Nunca falta un cisne negro. Alberto Fernández estaba en su salsa, tratando de presentarle a la sociedad una melodía macroeconómica bastante parecida a la de su antecesor, aunque matizada con letras de la épica peronista capaces de transformar el ajuste furioso de fin de año en contribución solidaria, hasta que el diablo metió la cola. La partitura que descansa en el atril es la base necesaria para que el principal solista de la orquesta, el ministro de Economía, Martín Guzmán, empiece a ejecutar a pleno el tema de la deuda. Sin embargo, desde hace un par de días y a su pesar, toda la formación que dirige el presidente ha empezado a desafinar porque básicamente el devenir del mundo ha puesto a prueba su batuta como estadista.
El viernes pasado, el mundo entero supo que un misil disparado desde un dron mató en Bagdad al general Qassem Soleimani. Y no porque la Argentina sea el ombligo del mundo ni mucho menos, pero ni el jefe del Estado ni su ministro estrella deben haber dormido tranquilos desde ese instante, no solo por una eventual escalada global en materia bélica, sino porque los dos protagonistas principales de la gravísima crisis internacional le atañen demasiado: los Estados Unidos e Irán, nada menos.
Una serie de Netflix recuerda dichos del presidente en tiempos en los que Irán le sonaba como un enemigo al que misteriosamente se le tendía una mano.
Es que con ambos países hay graves cuestiones pendientes por resolver y es desde la interna de la coalición gobernante donde el presidente Fernández la tiene más que difícil, sobre todo para conformar a la tropa kirchnerista más radicalizada. ¿Qué postura tomar?, ¿con quién consultar, con Brasil y el Grupo Lima o con Venezuela y Cuba?, ¿la neutralidad es viable en esta cuestión? o, Cristina, ¿qué piensa? Deben haber sido los primeros interrogantes surgidos en la cabeza presidencial.
Lo cierto es que Fernández estaba políticamente más que cómodo surfeando entre precios máximos, congelamiento de tarifas, IVA a los alimentos ahora repuestos cuando siempre se pidió su eliminación, aumentos de sueldos por decreto o un Consejo Económico y Social que ya lleva un mes de lanzado sin arrancar o, tras haber conseguido la ley de Emergencia que le otorga poder para darle a los jubilados aumentos menores a los que Mauricio Macri instituyó pese a la resistencia peronista, enseñándole a Axel Kicillof cómo se negocia con los opositores para sacar leyes sin desgastarse en pucheros intrascendentes.
En medio de esas tareas cuasi domésticas también tuvo que enderezar algunas otras cosas más delicadas, como anuncios de su ministra de Seguridad, Sabina Frederic, sobre revisar la pericia de Gendarmería en relación a la muerte del fiscal Alberto Nisman. Este tema se le enredó bastante a Fernández a partir de una serie de Netflix que hoy recuerda ciertas declaraciones suyas en tiempos en los que Irán le sonaba como un enemigo al que misteriosamente se le tendía una mano. A la luz de los acontecimientos, tampoco Frederic se lució cuando solicitó públicamente terminar con el estatus de “organización terrorista” dado por la Argentina al Hezbollah. Ahora, esas dos cuestiones han pasado a ser más que relevantes.
Con todos estos elementos presentes en el análisis presidencial, luego deben haber seguido los pro y las contras mirando hacia afuera: que Donald Trump es impredecible, pero la Argentina necesita su apoyo en el FMI o que es un problema de ellos (o en todo caso “de la OTAN”) o que China podría ser un buen aliado también. O también mirando hacia los eventuales golpes de la economía, como por ejemplo a cuánto se irá el precio del petróleo y cómo impactará aquí en el congelamiento de las naftas y en la mirada del mundo hacia Vaca Muerta.
Todo cisne negro es por definición algo inesperado y está asociado a la dinámica de los procesos, ya que su aparición es capaz de trastocar las partituras mejor elaboradas y cuanto más lo que para muchos es un cúmulo de viejas recetas que el peronismo no ha querido reconocer no solo que atrasan, sino que han derivado en sucesivos fracasos.
Como se observa, la magnitud de los resultados de todo el andamiaje que Fernández había previsto para iniciar el año uno de su mandato podría depender de los caminos que se sigan ahora, considerando esta nueva realidad de un mundo en peligro.