Por Liliana De Riz (*).- Los argentinos toleramos que una década de bonanza, alimentada por el viento de cola con el que el mundo favoreció nuestras materias primas, se convirtiera en despilfarro engullido en bolsillos de funcionarios adictos a cajas fuertes, cuentas en paraísos fiscales y mucho más.
Toleramos que los subsidios a desocupados no se acompañaran con políticas generadoras de empleo genuino. Toleramos subsidios a servicios que beneficiaron a concesionarios y a funcionarios. Toleramos catástrofes como la del tren que explotó en manada de cadáveres en la estación del Once. Toleramos eso y mucho más.
Cuando el viento de cola cesó y la recesión y la inflación ocultada por el INDEC se combinaron con la corrupción rampante, llegó la alternancia. Y con la alternancia, la esperanza de un futuro de progreso depositada en el voto a Cambiemos de los de abajo, del medio y de arriba de la pirámide social.
Para muchos, fue la promesa de ascenso social. Otros, depositaron esa esperanza en un gobierno que no repartiera premios y castigos a su arbitrio, un Congreso que no fuera una escribanía del mandamás de turno y una Justicia independiente. Con la alternancia llegó Cambiemos.
A punto de culminar el mandato, la enorme distancia entre las promesas y la realidad de estanflación y pobreza rampante defraudó a muchos de los que decidieron dar crédito a esta administración en las elecciones intermedias.
¿Cómo no sentirse defraudados ante el panorama social y económico actual? Un gobierno con un sentido de la política orientado a gestionar lo público antes que a proponer metas épicas, fracasó en poner en marcha políticas que alumbraran una economía competitiva y una sociedad de movilidad social.
Este fracaso no es independiente de la pesada herencia recibida y nunca explicada a la sociedad; de sus propios errores- sus políticas de marchas y contramarchas, sin una estrategia que iluminara cómo y con qué esfuerzos llegar a los objetivos propuestos–y de coyunturas internacionales y locales adversas.
La economía necesitó más capital para crecer, pero no se pudo ofrecer credibilidad. A todo ello se sumó una oposición que no estuvo dispuesta a pagar los costos políticos de reformas que afectaran los intereses de los poderosos.
Sin un relato que justifique el valle de lágrimas que atravesamos, la mala fortuna terminó opacando logros y amplificando fracasos. La tarea emprendida exigía tiempo, esfuerzo de todos y protección de los que habían quedado a la intemperie. El Gobierno no comunicó la dimensión de los desafíos que enfrentaba. La inflación y la pobreza no habrían de desaparecer en el lapso de un mandato y las inversiones no llegarían tan fácilmente con nuestra larga tradición de no respetar los contratos.
Este es un país mal unido, en el que el federalismo es letra muerta porque o bien el poder central somete a los gobernadores mediante el manejo de la coparticipación impositiva, nunca regulada desde la reforma de la Constitución en 1994; o bien los gobiernos terminan sometidos a los deseos de los gobernadores en épocas de vacas flacas. Así, no hay con quién defender los intereses de la Nación y tampoco hay partidos nacionales. La resistencia de los gobernadores a aliviar las penurias de esta crisis transfiriendo a la Nación el financiamiento de medidas por ellos impulsadas, muestra que cada quien atiende a su juego. También la Corte atendió a su juego con la mayoría sensible al cambio de poder que avizoran.
¿Asistiremos a una alternancia con la novedad del mandato cumplido por un gobierno no peronista? Acaso la oposición que quiere ser alternativa podrá dar respuesta al rompecabezas que heredará. ¿Cómo se financiará esta promesa de bienestar para todos sin reformas estructurales pendientes? ¿Los argentinos volverán a convalidar la esperanza en un paraíso perdido al que se llega sin esfuerzo por la gracia de los que mandan? ¿Revalidaremos en las urnas la reivindicación de la guerrilla de los años 70? ¿El juicio por los “Cuadernos” correrá la misma suerte que hasta hoy corrió el de la AMIA?¿ Es legítima la justicia abanderada de un color político que propicia reformar la constitución para hacerla a medida de sus objetivos partidarios? ¿Una ex presidente que osó compararse con Dios en su capacidad de castigo y pergeñó la exitosa fórmula política que hoy integra, se limitará al rol de vice presidente?
“Ni populismo ni ajuste” proclaman desde el arco peronista, pero no nos dicen qué políticas asegurarían esa alternativa tan atractiva como engañosa. Portugal, modelo con el que se pretende mostrar el camino a seguir sufrió y aun sufre el impacto de un fenomenal ajuste y es un país de la Comunidad Europea. Uruguay renegoció su deuda con un firme y sostenido compromiso fiscal y la credibilidad de un país habituado a respetar los contratos.
Triste panorama el de la Argentina de hoy, partida entre quienes optan por el retorno de la utopía regresiva que les promete el paraíso perdido de la abundancia y quienes revalidan la opción del cambio porque no quieren una economía protegida de empresarios que no asumen riesgos y hacen negocios en la Casa Rosada, una sociedad con una pobreza estructural escandalosa y un sindicalismo que se abroquela para defender sus privilegios mientras crece el trabajo en negro.
Tenemos la oportunidad de tener un sistema equilibrado de poder sin mandamases ni jueces militantes, tenemos que salir hacia adelante a pesar de las dificultades y de los errores cometidos por esta administración. No estamos condenados a ser Sísifo. Esta vez, tenemos que sostener la pesada piedra en la cima.
La esperanza de cambio esté asociada al esfuerzo. El gobierno y la sociedad deberán comprender que los cambios requieren tiempo, reflexión y esfuerzo y sobre todo, proteger a los más vulnerables de las consecuencias negativas de esas transformaciones.
(*) Liliana de Riz es Socióloga (UBA), investigadora superior del CONICET