Por Horacio Cepeda.- Frente a la catástrofe ambiental del Amazonas los medios y muchas personas bien intencionadas, únicamente se horrorizan frente las imágenes de los incendios y se indignan por el patético desempeño de Jair Bolsonaro y sus respuestas casi risibles, si no fueran trágicas, frente a la magnitud de la tragedia. Sin embargo, la situación obliga a tratar de analizar esta catástrofe de una manera racional y la economía puede ayudar a esto.

Para nuestra especie, los bienes ambientales (la biodiversidad, el oxígeno, etc.) son considerados bienes libres, es decir, bienes que no tienen ni dueño ni precio, no se agotan en el consumo y no requieren un proceso productivo para su obtención.

El resultado es un comportamiento, que venimos desarrollando desde que éramos cazadores-recolectores, caracterizado por el consumo ilimitado, sin preocupaciones por el desperdicio o la escasez. Sin embargo, a pesar de que en los libros de economía aún no han cambiado su clasificación, estos bienes no son tan libres como se supone, ya que empiezan a manifestarse síntomas de su agotamiento y la amenaza de la supervivencia de la civilización es cada vez más cierta.

Pero los planteos a Brasil sobre su obligación de preservar el Amazonas, realizados por algunos de los presidentes del G7, claramente reflejan que estos bienes no serían bienes libres sino más bien, por lo menos parcialmente, bienes públicos globales. ¿Qué es un bien público? Aquel que desde el punto de vista del consumo no puede ser excluido, puede ser consumido por muchos simultáneamente y al mismo tiempo puede existir cierta rivalidad en el consumo (mi consumo puede dejar menos para otro consumidor). Pero un rasgo de los bienes públicos es que tienen costos de producción.

Aplicado al caso bajo análisis, podría decirse que el costo de preservar el Amazonas para Brasil, es el costo de no producir ni la soja ni el ganado que alimenta a los rodeos y consumidores de los países del G7+China, etc. Es decir, los países que pagan por los productos que Brasil exporta, no quieren pagar por los bienes ambientales que también produce Brasil. Para Brasil, ambiente o producción agropecuaria son alternativos. Por otro lado, los consumidores no ven la contradicción porque no internalizan los costos de sus acciones en contra del medio ambiente. Por esta razón lo plantean como una cuestión moral y no económica.

La exigencia a Brasil y a otros países de la región que cuiden el medio ambiente y mantengan al Amazonas como “patrimonio común de la humanidad” proviene de países que desde la revolución industrial vienen agotando los recursos, que han deforestado gran parte de sus territorios para hacer agricultura, que consumen en promedio más de 3 veces de los recursos naturales que se disponen por año y hacen política ambiental promoviendo el uso de automóviles eléctricos que son movidos por energía eléctrica generada con petróleo o carbón.

Este mismo grupo de países que no se ponen de acuerdo para cumplir el Acuerdo de París, pero sí se ponen de acuerdo para presionar a un país en desarrollo para que pague los costos de la producción de los bienes ambientales que ellos consumen gratuitamente.

Claramente, el cinismo en la cara de la política mundial, y los planteos morales de los países responsables de la catástrofe global a la que nos encaminamos, logran desviar la atención hacia una esfera moral e invisibiliza la respuesta racional que es que los consumidores de bienes ambientales de esos mismos países se hagan cargo de los costos, es decir que los países mayores responsables de los problemas ambientales le paguen a Brasil, Bolivia, Ecuador, Surinam y otros países de la región el costo de producir bienes ambientales manteniendo las tierras como reservas de la biósfera.

Como la historia muestra una vez más, nuestra especie es más proclive a usar el garrote que la zanahoria, ser free rider antes que pagar los costos de las propias acciones y esconder sus intereses y responsabilidades bajo de un lenguaje humanista y defensor del bien común. Claramente este no es el camino para la solución sino para la profundización del problema.

(*) Licenciado en Economía por la Universidad de Buenos Aires