Por Héctor A. Huergo.- Buenos días, ¿cómo están? Yo, no positivo. La verdad que me duele esto de la naturalización de las mal llamadas “retenciones”, que en criollo son nada menos que un impuesto a las exportaciones. Paradójico para un país en el que economistas, políticos y taxistas pregonan la necesidad de aumentar el ingreso de divisas.
Pero aquí están. Con un regalito extra: además de la “actualización” –que explicó ayer el flamante presidente Alberto Fernández, justificando el retoque de la gabela–, se vendría un mordiscón más: otros tres puntos que se incluirán en la ley de emergencia económica que estaría entrando hoy al Congreso.
No es moco de pavo: en el caso de la soja, esos 3 puntos significan un 10% más (respecto al 30% impuesto en el decreto del sábado pasado, ahora llegarían al 33%). Ojalá que este aumento no alcance a los productos de valor agregado de la industria de molienda de soja, que fueron castigados por la administración anterior provocando una profunda crisis en el sector de crushing. La más importante entró en cesación de pagos hace quince días.
La molienda de soja es la principal industria del país, que explica embarques de 20 mil millones de dólares, tres veces más que la industria que le sigue en el ranking de las que más exportan. El resultado de igualar los derechos de exportación de la harina y el aceite con el del poroto de soja tuvo un efecto inmediato: la baja del precio de este último, demostrando de modo inequívoco que ese pequeño diferencial mejoraba el poder de compra de la industria. Y finalmente se volcaba al mercado, en un entorno de fuerte competencia entre los grandes “crushers”.
Y aquí me pongo positivo. La configuración del gabinete de Agricultura, con gente que conoce bien a la cadena como el secretario Julián Echazarreta, alimenta la esperanza de una corrección. Fue una sorpresa su designación. Echazarreta viene de la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA), una entidad formada por más de 60 cooperativas de primer grado, con 40.000 socios en todo el país agrícola. Es una de las cinco mayores exportadoras, y tiene una fuerte vocación industrial. Está en toda la cadena, desde la provisión de insumos (fertilizantes, agroquímicos, semillas) hasta el valor agregado en la producción de cerdos, una gran planta de etanol en Villa María, alimentos balanceados, silobolsas, etc. El cooperativismo es la herramienta ideal para llegar al valor agregado de manera competitiva, con escala y management profesional. Con una presencia fuerte, la competencia (los muchachos grandes de las empresas globales) termina “escupiendo” al mercado cualquier eventual ventaja.
Dicho esto, vuelvo al punto. La naturalización de las retenciones genera una amarga imagen de inmovilismo. Implica una feroz transferencia de ingresos genuinos de un sector que aprendió a exportar sobre la base de desarrollo tecnológico e inversión privada en toda la cadena. Como en la batalla naval: llena tres barcos, uno hundido. En realidad, trasegado. El tercer barco se va por el caño sin que vuelva al sector de manera alguna.
Pero ya sabemos: la crisis, el déficit fiscal, las necesidades sociales. Mil argumentos para sumar a la cuestión ideológica: la creencia de que los sojeros la levantan con pala, se compran la 4×4 y viajan a Europa con su vaca lechera. Mucho odio alimentado por la necesidad de justificar un exabrupto.
Imaginemos alternativas. Si se supone que el campo tiene capacidad de ahorro, ¿no sería más digerible un esquema en el que, en lugar de la exacción sin anestesia, se apele a un más civilizado “ahorro forzoso”? En este momento la mitad de la dirigencia está dejando de leer este newsletter. Sigo, para la otra mitad.
Alguna vez tuve antojo de pizza casera y no encontré harina en la alacena. Se me ocurrió que quizá el vecino tuviera. Se la pedí prestada. Y al día siguiente se la devolví. Así funciona en mi barrio. No se me ocurrió ejercer el argumento de que a él le sobraba porque andaba en 4×4.
Bueno, vía derechos de exportación, el agro –solo el agro, con algún fugaz acompañamiento del petróleo—puso en los últimos quince años 120.000 millones de dólares. Supongamos que tuvo una buena renta y hubiera tenido que pagar lo mismo que todos: el 35% de impuesto a las ganancias. Habría sido la tercera parte. Salieron “indebidamente” del interior más de 80.000 millones de dólares.
No voy a plantear una cuestión de “reparación histórica”, aunque la tentación es grande. Otra cosa hubiera sido de este país si esa masa imponente de divisas difundía por el interior.
Lo que sí voy a plantear es que se corte el chorro. Y si el Estado necesita recursos, puede acudir al agro de la misma manera que lo hace cuando va a buscar fondos el mercado voluntario, o al FMI. Ahí la pide prestada. Después, a los prestamistas sólo les interesa que se la devuelvan, y hay que hacerlo.
Bueno, al agro también. ¿Cómo se instrumentaría esto? Ningún economista lo estudió, porque para ellos también está naturalizada la “retención” como una expropiación sin pago. La forma de instrumentarlo no es tan complicada: que al menos una parte de los derechos de exportación se devuelvan a la cadena bajo la forma de un bono. A diez años, dolarizado “sojizado”, con un interés mínimo, inferior al que le paga al privado o al FMI. Ese bono podría destinarse al pago de otros impuestos, o a políticas activas: la compra de bienes de capital, insumos tecnológicos, valor agregado. El IVA de los fertilizantes, por ejemplo, en cuya deducción trabajó mucho el actual ministro del área Luis Basterra.
Vengan de a uno. Es solo una idea. Un amigo dice que no hay nada más peligroso que un yerno con ideas. Pero las cartas están echadas, el gobierno arranca con todo el poder, y nadie tiene ganas de hacer un estropicio de entrada. Pensemos.
Ah. Y recemos para que llueva. Porque cualquier derecho de exportación, sobre cero, da cero.