“El país enfrenta una profunda crisis de deuda”, fueron las primeras palabras del ministro de Economía, Martín Guzmán, al arrancar la conferencia de prensa del pasado jueves. Informó que llevará un proyecto de ley para obtener aún más libertad para renegociar la deuda con inversores privados.
Además confirmó que las amenazas de default del gobernador bonaerense eran parte de una acción conjunta de Axel Kicillof con su ministerio y no una bravuconada aislada.
No mucho más. Todas las fichas están puestas en resolver el problema de la deuda antes de mayo, porque ese mes caen fuertes vencimientos de capital.
La caída de la cotización de los bonos y el fuerte aumento del riesgo país con el que terminó la semana fueron una consecuencia previsible.
Ya un mes y medio en el cargo, el ministro de Economía no habló de planes económicos ni qué hacer para resolver los muchos otros problemas que tiene la economía argentina que la llevaron a una crisis crónica. Es más: ni siquiera explicó cuál es su diagnóstico de por qué la Argentina -a diferencia del resto del mundo- hace 80 años que no puede salir del círculo vicioso de inflación, recesión y crisis que llevan a un sistemático aumento de la pobreza.
Después de todo, el anterior gobierno de Mauricio Macri tampoco explicó nada ni presentó un plan económico más allá de endeudarse para no tener que encarar el serio problema del déficit fiscal y su origen: el infinanciable gasto público.
La estrategia del macrismo fue justamente no presentar ningún programa económico para ser consistentes con la estrategia de minimizar la gravedad de la herencia que recibieron del kirchnerismo en diciembre de 2015: una extraña apuesta a que todo se solucione por arte de magia. Los inversores la convalidaron hasta abril de 2018.
Inolvidable para el acervo del humor popular argentino la promesa de que “el crecimiento llegará el segundo semestre”, mientras la recesión se profundizaba en el arranque de la gestión Macri.
¿Pero no será el mantra de “en mayo tenemos que arreglar la deuda” una suerte de “nuevo segundo semestre”?
La encuestadora Córdoba Zuban & Asociados, de Gustavo Córdoba, publicó la semana pasada un sondeo nacional en el que pregunta si las medidas económicas servirán para sacar adelante al país. Solo el 40 por ciento las considera correctas y que servirán para sacar al país adelante.
Unos días antes, la consultora D’Alessio IROL Berensztein había publicado un sondeo con una pregunta similar: ¿las medidas forman parte de un plan consistente? El 49 por ciento dijo que no, contra el 45, que sí.
Es evidente que no solo empresarios, economistas y analistas están esperando un plan -el intrascendente círculo rojo, según el gurú ecuatoriano Jaime Durán Barba- sino que la opinión pública argentina, conformada por 45 millones de ministros de economía, no tiene grandes expectativas en esta gestión económica.
La respuesta off the record cerca de Guzmán: “Estamos trabajando en un plan, pero para después de resolver el tema de la deuda”.
Dos preguntas: ¿Y si se demora la solución al problema de la deuda más allá de mayo? Si la línea de acción es la kicilloffiana -defaultear- el “nuevo segundo semestre” se avizora complicado.
Y si se resuelve la reprogramación de vencimientos con quitas y rebajas para mayo, ¿qué pasará después? Porque no estará más la deuda, pero los graves problemas económicos que le dejó a Macri el 9 de diciembre de 2015 el gobierno de la ex presidenta Cristina Kirchner -hoy vicepresidenta- y su ministro de Economía, Axel Kicilloff -hoy gobernador bonaerense- seguirán ahí, firmes como rulo de estatua.
Así como el gobierno de Macri defraudó a la opinión pública prometiendo el oro y el moro sin necesidad de un plan económico con las reformas estructurales que siguen siendo imprescindibles para resolver la crisis argentina, ¿no corre el gobierno de Alberto Fernández un riesgo similar al querer reemplazar esas reformas estructurales por la quimera de que con la deuda se arregla todo?
Según datos del FMI, el peso de la deuda sobre los argentinos equivale a 80% de su PBI. Hay países que gozan de un peso menor de deuda sobre su producto interno bruto. Pero muchos otros tienen una proporción mucho peor que la Argentina: Brasil, Estados Unidos, España, Japón, Canadá, Francia. Todos crecen con estabilidad y prosperan. Los japoneses deben tres veces su PBI.
Es cierto que el gobierno de Macri le dejó a Fernández una estructura de vencimientos asfixiante hasta 2023, que con esta crisis económica no es sustentable. ¿Pero esa inconveniente estructura de vencimientos da para presentarla como “profunda crisis de deuda”? Seamos honestos: ningún país paga su deuda, excepto Argentina. Todos renuevan los vencimientos de capital con nuevas emisiones de bonos, y generalmente lo hacen a mayores plazos y menores tasas. Si hay algo que abunda en el mundo es el capital financiero. Si hay algo que realmente no es un problema en ninguna parte del mundo es la deuda. Lo único que se precisa es generar la confianza de que se va a poder pagar. Nadie le pediría a Japón un plan económico porque debe el 300 por ciento de su PBI.
Nuevamente: qué pasará en mayo con la opinión pública cuando hayamos resuelto los vencimientos de la deuda y sigan estando ahí los impuestos impagables que ahuyentan inversiones, el gasto público exorbitante y el sistema laboral que fuerza a la estatización del mercado laboral argentino porque los privados no quieren contratar.
¿Y si no llegamos a resolverlo? ¿Nos seguirá sirviendo la deuda como chivo expiatorio para nuestras penurias económicas? ¿Le alcanzará esta vez a la opinión pública como consuelo el culpar a los acreedores por las miserias argentinas, como en 2002? ¿Aparecerán nuevos culpables?
Mauricio Macri podría haberle hecho al país un gran favor, si en su cadena de despedida, en noviembre, en lugar de culpar de su fracaso económico a la sequía de 2018, les explicaba a los argentinos todo lo que no quiso, no pudo o no supo hacer para que el país dejara atrás 80 años de frustraciones económicas.
Dicho de una manera simple: Macri debió haber admitido al despedirse que “al final no era el segundo semestre”.
Para Fernández hubiese sido grandioso que su predecesor le dejara instalado en la opinión pública todo lo que habría que hacer que Macri no se animó o no supo para convertir a la Argentina en un país normal. Ahora podría ser Alberto el salvador, aprovechando el mayor poder político que tiene el peronismo.
Pero Macri no fue tan generoso con su sucesor. El ingeniero podrá sentirse aliviado pensando que su excusa de que fracasó por la sequía de 2018 sirve quizás para que algunos de sus votantes digan “pobre, tuvo mala suerte”, pero la realidad es que perdió y hoy el presidente es Fernández.
Quizás a Fernández le convenga reflexionar que no haría buen negocio si convierte “la profunda crisis de la deuda” -según las palabras de Guzmán del jueves- en su propio “segundo semestre”.