Por Claudio Jacquelin.- La consolidación del voto espanto fue la estrategia. El rechazo al otro más que la búsqueda de adhesiones a propuestas fue lo que trascendió del escenario de la Facultad de Derecho. Mauricio Macri y Alberto Fernández se apegaron al libreto que habían desarrollado durante toda la campaña y que llevaron al paroxismo en los dos actos proselitistas de la semana previa, aunque esta vez el candidato oficialista se mostró más cómodo y contundente con su táctica de pasar a la ofensiva en busca de votos que necesita para sostener su ilusión de llegar al ballottage. Pareció así sacar alguna ventaja. Pero no hubo un golpe de efecto definitorio.

El segundo debate presidencial estuvo marcado por el tono de los intercambios y la confrontación, que excedió lo político, lo ideológico o la capacidad de administración del Estado para entrar en el terreno de lo personal, de las cualidades éticas de los candidatos y de sus espacios políticos.

En la centralidad que tuvo la corrupción, aun en los ejes temáticos no vinculados directamente con la transparencia institucional, se encuentra una parte de la explicación de lo ocurrido.

La otra parte radica en el rechazo mutuo, rayano con el desprecio personal, que se profesan el candidato de Juntos por el Cambio y el del Frente de Todos.

El tenso cruce posterior fuera del escenario lo certifica. “Falta de respeto” e “inmoralidad” se enrostraron Macri y Fernández. Fue la coronación de una sucesión de acusaciones de mentir que se endilgaron mutuamente. Si la aspiración de detentar el monopolio de la verdad es propia de toda campaña electoral, en esta rayó el paroxismo.

A nadie puede extrañar, entonces, que los proyectos concretos volvieran a ocupar un lugar marginal.

“Ellos” fue el pronombre que repetidamente utilizó el jefe del Estado y aspirante a la reelección para diferenciarse tanto como para descalificar a Fernández y al kirchnerismo. Una apuesta audaz e inquietante para restarle votos a un espacio que estuvo cerca de concentrar al 50 por ciento de los votantes en las PASO. La grieta sigue más vigente que nunca. Los acuerdos parecen más lejos que nunca.

“No somos iguales”, reiteró en cada bloque Macri, que pareció encontrar en esa disputa una fisura para hundir su filo o un punto de apoyo firme para apalancar la defensa de su gobierno con más firmeza que en el debate anterior.

También pareció serle útil para sostener la construcción de la ilusión de que los traspiés, errores y fallidos de su administración pueden no ser un fracaso si los votantes le dan otra oportunidad. Un candidato en su más pura expresión, manifiestamente revitalizado por el acto multitudinario del día anterior.

“Usted, señor Presidente” y “gracias a Dios no nos parecemos en nada”, fueron las fórmulas que el exjefe de Gabinete eligió con el mismo objetivo de denostar a Macri y a su gobierno.

Sin embargo, se advirtió en Fernández cierta incomodidad, signada, probablemente, por la centralidad de la corrupción, la búsqueda de una moderación del estilo agresivo del domingo previo y los dardos que recibió también de los demás candidatos, por ser quien encabeza la carrera electoral. Riesgos del que va ganando.

Aunque durante toda la semana descalificó o minimizó las acusaciones de Macri por el tono utilizado en el primer debate, lo cierto es que el candidato del Frente de Todos dosificó el uso de su ya famoso dedo índice.

Aunque en el fondo, más que en las formas, a su exposición no le faltó incisividad o agresividad cada vez que habló de Macri y de su gobierno. Tanto para referirse a sus malos resultados económicos como para desacreditar los logros, sobre todo en el plano institucional o en las obras de infraestructura, que se autoadjudica el macrismo. Ninguna concesión.

Fernández no solo buscó consolidar el rechazo que Cambiemos suscita por su mala performance en el plano económico, sino también satisfacer el desprecio que despierta en el kirchnerismo todo lo que huela a macrismo.

Fue una clara diferencia con la actuación de su candidato porteño, Matías Lammens, que en el debate de postulantes a jefe de gobierno hizo gala de actitud republicana y honestidad intelectual al reconocer algunos aciertos de su rival que gobierna la ciudad y va por la reelección.

Alberto a la (auto)defensiva

Macri repiqueteó insistentemente con la corrupción durante los gobiernos kirchneristas. Fernández optó por la equiparación (hacia abajo) antes que por la defensa de esas administraciones, aunque una de ellas haya estado en manos de su compañera de fórmula y mentora de su candidatura. ¿Habrá quedado satisfecha Cristina?

El postulante del kirchnerismo eligió contragolpear con acusaciones concretas al entorno familiar y amistoso del Presidente, que podrían sintetizarse en un “ustedes también”. La única defensa concreta fue para sí mismo: “Puedo dar lecciones de decencia”, dijo, después de advertirle al Presidente que “desfilará por Tribunales”. ¿Mero anuncio o amenaza?

El candidato del Frente de Todos prefirió esa estrategia, aun a riesgo de que se interpretara que su línea argumental (por convicción o conveniencia) consiste en sostener que no hay mejores ni peores en el plano de la transparencia. Se propuso así desactivar la idea de una supuesta superioridad moral del macrismo. Pocas cosas lo alteran más que esa premisa con la que han golpeado al kirchnerismo.

En medio de ese protagonismo de Macri y Fernández, dominado por sus tensos cruces y acusaciones, volvió a encontrar un lugar José Luis Espert con su prédica disruptiva, muchas veces como expresión de la antipolítica.

El economista y candidato ultraliberal cuestionó e igualó a los dos principales candidatos muchas veces. Sin embargo, Macri pareció sentirse más cómodo con él o, al menos, optó por mostrarse más cercano al hacer propias algunas de sus afirmaciones.

El optimismo debe esperar

Se sabía que la estructura del debate no permitiría profundizar con repreguntas ni con intercambios entre todos los candidatos; sin embargo, no impidió algunos cruces reveladores, sobre todo de la distancia que media entre las dos fuerzas políticas mayoritarias.

En definitiva, el rígido formato no fue otra cosa que el producto de la desconfianza que se tienen los líderes de esos espacios y la ausencia de mecanismos institucionales que reduzcan esa brecha.

Unos consideran a los otros manifestaciones patológicas del sistema democrático. Fernández y Macri se desconocen mutuamente legitimidad. Tanto como para ni siquiera saludarse después de un debate.

Paradójicamente, una de las pocas coincidencias que se escucharon anoche y a lo largo de la campaña radica en que la gravedad de la situación que atraviesa el país requiere de consensos.

Si esa es una condición necesaria para lograr soluciones y salir de la crisis, Mauricio Macri y Alberto Fernández deberán cambiar mucho para devolver el optimismo a una ciudadanía muy golpeada.

Se mostraron como dos candidatos irreconciliables. Así, todos los triunfos pueden ser pasajeros.